Opinión
Ver día anteriorJueves 11 de abril de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Eutanasia
L

a semana pasada estuve unos días en España por motivos de trabajo, cuando un nuevo caso de muerte asistida sacudió a ese país y reactivó la causa de la eutanasia.

Igual que como ocurre con la sociedad mexicana, los españoles no terminan de ponerse de acuerdo en temas concernientes a la bioética y la ética médica, que ya forman parte de la agenda social.

Ángel Hernández, un técnico audiovisual ya jubilado, grabó un video en el cual se observa que acerca el vaso que contiene la sustancia que acabará con la vida de su mujer, María José Carrasco, de 61 años de edad y quien padecía esclerosis múltiple desde hacía más de 30. Su cuerpo era como de trapo, no la obedecía. Ella había pedido infinidad de veces, a diferentes personas e instancias, que la ayudaran a morir.

El pasado martes 2 de abril, ambos perdieron el miedo. Ángel y María José fraguaron el final. Frente a la cámara de video, sin ningún otro testigo, sostuvieron una conversación escalofriantemente amorosa. Entonces acordaron ponerlo en práctica al día siguiente.

Con la cámara encendida de nuevo, el miércoles 3, Ángel empezó por repetir la pregunta a su mujer.

–¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Y María José Carrasco no lo dudó. Asintió.

–Yo te voy a prestar mis manos. Primero vamos a probar con un poquito de agua porque no sé si puedas tragar. Si vemos que no puedes tragar, lo abortamos –le dijo él mientras acercaba lentamente el vaso con el popote a los labios de María José.

Ella bebió poquito, despacio.

–¿Qué crees?

–Que sí –respondió ella y esbozó una sonrisita.

–Te lo doy entonces. No es mucho pero puede que sepa mal, o sea, que tienes que soportarlo. ¿Estás decidida? –insistió Ángel.

–Sí.

–Pues adelante…

Y en seguida apretó su mano con suavidad.

–A ver, dame la mano que quiero notar la ausencia definitiva de tu sufrimiento. Tranquila, ahora te dormirás enseguida.

Caí en cuenta, de golpe, que no era una ficción, que no estaba viendo una película, que era brutalmente real. Recordé por un instante el caso de Ramón Sampedro y del filme que se realizó a propósito. Mar adentro, con Javier Bardem, si no me falla la memoria.

Tras el desenlace fatal, Ángel llamó a los médicos y se autoinculpó. Siempre había dicho que no lo haría de forma encubierta pues prefería hacer visible el tema. Llegó la policía. Fue arrestado. Pasó esa noche en una comisaría de Madrid y al día siguiente lo liberaron sin medidas cautelares.

Abandonó el sitio, según se pudo apreciar en la televisión local, llevando unos papeles en la mano, la gabardina colgada al brazo y la mirada atónita. Caminaba en compañía de su abogado, pero en realidad iba solo, a afrontar un duelo muy personal.

Desde que el gallego Sampedro se quitó la vida con ayuda de una amiga, en 1998, ningún caso semejante había estremecido de esa manera a la sociedad española. El asunto llegó de inmediato a los medios, a las calles y a las plazas. Pese a lo crudo del video al momento de la muerte, las opiniones se dividieron. Así ha ocurrido en España desde hace décadas.

En Salamanca, justo frente al edificio Anaya de la Universidad, sede de la Facultad de Filología, me tocó ver a algunas decenas de personas –jóvenes en su mayoría–mostrando mantas y cartelones reclamando: ¡Eutanasia ya!, mientras que algunos otros, no tan jóvenes, los observaban a la distancia, más con curiosidad que con desaprobación.

Aquí en México, la eutanasia es un tema aún menos debatido que en España. Es tabú, porque confronta.

Para Arnoldo Kraus, profesor de la Facultad de Medicina de la UNAM y quizás la voz más autorizada del país, morir con dignidad es tema actual. Hablar y discutir es necesario. El universo del bien morir es amplio y el camino a seguir, tortuoso y largo.

Considera que manifestarse es crucial y que el asunto debería ser parte de la mayoría de quienes pueden elegir. Empoderar a la sociedad es el primer paso, ha dicho.

Presionar a quienes detentan el poder y exigir nuevas políticas es la meta. Elegir cómo morir es un derecho, no una dádiva.