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Todos lo saben
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puerta cerrada. Del realizador iraní Asghar Farhadi se conocen y aprecian en México sus cintas más esenciales, de las que cabe destacar dos títulos: Una separación (2011) y El pasado (2013). Ha sido notable la destreza del cineasta, de previa formación teatral, para dirigir actores y colocar a sus protagonistas en conflictos familiares en los que dominan la introspección sicológica y el juego dialéctico en diálogos donde se dirimen dilemas morales con una nota inquietante de ambigüedad.

Puede tratarse del trámite de un divorcio cuyo carácter inevitable es reconocido por ambas partes, pero a la postre tenazmente cuestionado por una de ellas, o de la confusión afectiva que se apodera de una pareja en el momento de evocar un venturoso pasado compartido, ahora ya irrecuperable, o del drama de la desaparición misteriosa de un personaje que saca a flote los rencores más soterrados, y también las mejores cualidades, de los individuos que le rodearon, como en A propósito de Elly (2009), una cinta menos difundida en México.

En cada caso, lo que más se aprecia en este realizador iraní es su impecable manejo de atmósferas intimistas y su control escénico. Por esas virtudes cada cinta suya despierta fuertes expectativas en los festivales, lo mismo en Cannes que en Hollywood, donde incluso ha conquistado un Óscar.

En un cine iraní contemporáneo, tan volcado a la crítica, abierta o velada, de los fundamentalismos políticos y religiosos, una disección sicológica como la que elabora Farhadi es algo singular y novedoso, con un posible paralelismo con el cine intimista, también interesado en asuntos de familia, del turco Nuri Bilge Ceylan (Sueño de invierno, 2014, o El peral silvestre, 2018).

Por todo lo anterior, sorprende y desconcierta cierto cambio de tono por parte del director en su película más reciente, Todos lo saben (Everybody Knows, 2018). Del ambiente claustrofóbico del juzgado en que transcurría Una separación, o de aquel clima desolado de la periferia parisina en que se filmó El pasado, ese intenso ajuste de cuentas de una pareja, se transita ahora a los espacios luminosos de una España rural, saturada de apuntes costumbristas, al borde del arrobo pintoresco al evocar viñedos y faenas campesinas, con golpes de folclor local que sólo pueden entenderse, en el caso de Farhadi, como contrapunto dramático para un oscuro drama familiar que plantea más enigmas que desarrollos y desenlaces convencionales.

Como en A propósito de Elly, el nudo de la trama es la enigmática desaparición de una joven y la consternación generalizada que dicho evento provoca en la celebración de una boda. El posible secuestro de la joven Irene (como en una cinta de suspenso, aquí todo mundo es sospechoso, inclusive los familiares más cercanos). Hay una sórdida historia de conflictos en la propiedad de unas tierras, también la anécdota de una vieja pasión amorosa que podría en todo momento reanimarse.

Rivalidades, rencores apenas disimulados, apetitos de revancha, todo lo que parecía apagado brota inesperadamente a la superficie en ese pueblo rancio donde la vida privada es un privilegio inalcanzable, y donde todo mundo sabe la historia de cada quien, y puede aprovechar y ventilar intimidades y secretos ajenos en beneficio propio.

Hasta ese lugar llega desde Argentina la española trasterrada Laura (Penélope Cruz) para asistir a la boda de su hermana. Ahí se encuentra con Paco (Javier Bardem), compañero de infancia y viejo amorío intenso. Cuando Irene, hija de Laura, desaparece, los personajes olvidan el desenfado del festejo nupcial para librarse a un silencioso juego de masacre, donde el recelo y la conspiración anulan toda posibilidad de convivencia armoniosa. La llegada inopinada desde Buenos Aires de Alejandro (Ricardo Darín), esposo de Laura, para buscar afanosamente a su hija desaparecida, añade una nota más aguda al dramatismo de la trama.

De modo sorprendente, el director iraní ha optado por recurrir a estrellas de corte hollywoodense con la posible intención de cautivar a públicos más amplios, abandonar un poco el circuito restringido del cine de arte y dotar de paso de una nota de glamur a una película que bien podía haber prescindido de dicho esfuerzo.

La presencia del dúo Penélope Cruz-Javier Bardem es de suyo apabullante. Si se añade el carisma premeditadamente arrollador del argentino Darín, queda asistir a un duelo de histrionismos desbocados. Lejos de beneficiar a la cinta, ese lustre comercial tiene como efecto volver más memorable aún la vieja manera Farhadi de contar historias íntimas muy intensas con recursos más discretos y dramáticamente eficaces. A pesar de estos reparos, Todos lo saben sigue siendo en la triste cartelera actual una de las propuestas más rescatables.

Se exhibe en salas de Cinépolis y Cinemex.

Twitter: Carlos.Bonfil1