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Economía Moral

Richard Thaler critica la teoría neoclásica // Dobb reseña la teoría de la competencia imperfecta y un desarrollo de Kalecki

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n las cinco entregas (1,8 15, 22 y 29 de marzo) sobre la teoría neoclásica (TN) del consumo y la producción (TNC, TNP), critiqué la TN desde diversos ángulos, concluyendo que ninguna de las dos ramas de la misma (TNC y TNP) puede considerarse una teoría científica, tanto por sus supuestos evidentemente falsos como por la ausencia casi total de verificación empírica. Como ha dicho R. H. Thaler (premio Nobel de Economía 2017 y promotor de una nueva rama de la teoría económica llamada economía conductual):

“Por cuatro décadas… he estado preocupado por… la miríada de formas en que la gente se aleja de las criaturas ficcionales que pueblan los modelos económicos. Nunca ha sido mi punto de vista que haya algo mal en las personas; nosotros somos sólo seres humanos – Homo sapiens. Más bien, el problema está en el modelo que usan los economistas, un modelo que remplaza al Homo sapiens con una criatura ficticia llamada Homo economicus, que a mí me gusta llamar un econo, por brevedad. Comparado con este mundo de ficción de los econos, los humanos incurren en muchas malas conductas, y eso significa que los modelos económicos hacen muchas malas predicciones… casi ningún economista vio venir la crisis de 2007-08, y peor, muchos pensaron que tanto el desplome como sus consecuencias eran cosas que simplemente no podían ocurrir. Irónicamente, la existencia de modelos formales basados en esta concepción errónea de la conducta humana es lo que le da a la teoría económica su reputación como la más poderosa de las ciencias sociales…” (Misbehaving. The making of Behavioral Economics, Norton, NY, 2015, pp. 4-5).

Las dos partes de la TN referidas, son el sustento de la teoría neoclásica de los precios. La muy conocida intersección de las curvas (o funciones) de demanda (descendente: el consumidor está dispuesto a comprar mayor cantidad del bien, mientras más bajo sea su precio, dada la utilidad marginal decreciente en el consumo adicional de un mismo bien) y de oferta (ascendente: el productor producirá más mientras mayor sea el precio, dado los costos marginales crecientes en los que se supone operan las empresas). Este esquema usual es estático (no contempla inversiones para ampliar la capacidad productiva) y requiere la existencia de mercados perfectamente competitivos (muy lejano de la realidad oligopólica y, a veces, casi monopólica prevaleciente), en los que tanto compradores como vendedores son tomadores de precios: los precios los determina la libre interacción de la oferta y la demanda. Es decir, que ninguno puede influir en los precios prevalecientes. Por el lado de la oferta, supone también que todas las empresas operan (a corto plazo) con costos marginales crecientes, lo que supone que utilizan plenamente (o muy cerca) la capacidad instalada, ya que con la presencia de capacidad ociosa, el costo marginal es descendente. Dado que lo usual en el mundo actual es que las empresas no utilicen plenamente la capacidad instalada, sus curvas de oferta (si siguiesen siendo igual a la curva de costos marginales) serían descendentes, creando más dificultades a la TN. La prevalencia de los mercados oligopólicos y de la operación de las empresas por debajo de la capacidad instalada, dieron lugar a las teorías de la competencia imperfecta y de la competencia monopólica. Al respecto, Maurice Dobb (el crítico más importante de la historia del pensamiento económico del siglo XX) ha dicho:

“…las nuevas teorías de la ‘competencia imperfecta’ y de la ‘competencia monopólica’ (asociadas con Joan Robinson y Edward Chamberlin) merecen ser consideradas como un hito importante… Este importante desarrollo, que sin duda lo fue por derecho propio, sin embargo, afectó relativamente poco el cuerpo general de la teoría económica, vista como marco analítico y conceptual. Pero en un aspecto, por las implicaciones de política pública de la teoría, fue verdaderamente devastador: le propinó un golpe fatal a la doctrina del laissez-faire, en cuanto a que ésta se sostenía en el carácter pretendidamente optimizante del régimen de formación de precios competitivos –razón por la cual muchos resistieron con firmeza la conclusión que era probable que los precios en un mercado imperfecto divergieran significativamente de los de competencia perfecta. Una de las más inquietantes conclusiones que surgió (a partir del tratamiento de Chamberlin de los gastos de venta, con los cuales se relacionaban el nivel y la elasticidad de la demanda) fue que una vez admitidas como influencias en el mercado, la publicidad y el arte de vender, muy poco podría decirse sobre la determinación de los precios, mucho menos de los ‘precios normales’, pues la demanda se había convertido en gran medida en la criatura del ‘publicista’ y de los ‘persuasores ocultos’”. (Teorías del valor y la distribución desde Adam Smith, Siglo XXI editores, 1975, pp.231-33).

El efecto de estas nuevas teorías en la distribución del ingreso entre salarios y ganancias, lo desarrolló Kalecki, dice Dobb (véase el cuadro arriba).

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