Opinión
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Ciudad perdida

Pensión de adultos mayores, frente abierto

E

l lío en que se metieron las autoridades de la Ciudad de México por aquello de las pensiones de los adultos mayores es un verdadero escándalo y deja al descubierto una falla que, al parecer, afecta a todas las áreas del gobierno.

Bien podríamos decir que no hay un gabinete –ni local ni federal– que reaccione a las líneas que marca el presidente López Obrador; es decir, una burocracia sin reflejos que no acompaña con acciones las ideas que se establecen en la Presidencia de la República.

De esa forma, hace rato que López Obrador anunció que la pensión para adultos mayores –seguramente el programa estrella durante el lapso que gobernó la capital del país– se homologaría con las de las otras entidades de la República y se manejaría, en todos los casos, por la Secretaría de Bienestar.

Eso, el anuncio, parecía una instrucción, pero nada más. No se tenía mayor información para que en la Ciudad de México se hiciera la transición requerida para que el programa pasara a instancias federales; es decir, todos se quedaron en espera de algún proyecto que permitiera ese cambio.

El asunto, entonces, se perdió en el limbo burocrático; ni se volvía programa nacional ni pertenecía ya al gobierno de la ciudad y todos quietos, inmóviles, mientras en la Comisión de Derechos Humanos local se empezaron a recibir quejas de quienes no recibían la pensión.

Casi fueron siete denuncias por día en el primer trimestre del año, pero esta cifra, cierta, es engañosa porque muchos adultos mayores no denunciaron su situación, aunque el primer día de este mes el problema hizo crisis porque, al parecer, se expandió.

Muchas de las tarjetas rosa donde la gente grande, como se le decía antaño, recibía el recurso que le permite, en muchos casos, subsistir, fueron canceladas aunque tuvieran saldo a favor, acción que perjudicó doblemente a los receptores del programa.

Ese programa fue ideado para revalorizar la presencia de los adultos mayores en los hogares. Cooperar con un poco de dinero a la economía de donde habitan o lograr sostenerse por sí mismos, era el objetivo, y se dice que incluso salvó algunas vidas.

Todo esto, entonces, no fue tomado en cuenta por quienes tenían que garantizar que esa tabla de salvación siguiera allí, a la mano de esta parte de la población que lo necesita, y todo indica que, como conejos lampareados, unos y otros, locales y federales, se quedaron inmóviles frente al anuncio.

Y no podemos pensarlo de otro modo porque si el programa ya estaba en las manos de quienes tenían que operarlo, tendríamos que hablar de dolo del gobierno federal, de inoperancia de los funcionarios o de un descuido criminal que impactó el programa emblema de López Obrador.

Dicen las autoridades correspondientes que el asunto ya se resolvió, pero el caso es que eso sólo en teoría porque en verdad la gente que lo necesita tendrá que esperar muy seguramente hasta la quincena que viene para recibir el dinero que está presupuestado, pero que no ha llegado a sus destinatarios.

Durante su campaña por la Presidencia de la República anunció en agosto pasado que el programa sería universal; lo confirmó el 24 de diciembre, cuando dijo que los adultos mayores recibirían el doble de lo que ya les depositaban, y luego el 13 de enero, en el municipio mexiquense de Valle de Chalco, explicó que a partir del 4 de enero se echaba a andar el programa. ¿Y entonces? ¿Qué pasó?

De pasadita

Pobre Puebla. Hace ya algún tiempo un político poblano se presentó en la oficina de Miguel Ángel Mancera y le exigió ser el coordinador de su campaña por la Presidencia de la República. El entonces jefe de Gobierno le respondió que eso no era posible porque en caso de obtener la candidatura ya tenía designado quien guiaría su campaña.

Ese poblano es Miguel Barbosa, quien abandonó la jefatura de Gobierno jurando venganza. Días después se convirtió en militante de Morena y hoy es el candidato a gobernar Puebla con más posibilidades de triunfo, según dicen los que saben. Sí, ese es Barbosa, pero a decir verdad, los panistas son un horror.