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Invasiones e indulgencia
P

arecería un disparate, pero no lo es. Las cartas enviada por el Presidente Andrés Manuel López Obrador al papaFrancisco y al rey de España, Felipe VI, en la que les insta para que reconozcan los daños que infligieron a los pueblos originarios de México colocan en el centro del debate público la naturaleza de lo acontecido en estas tierras durante la Conquista y la Colonia.

El proceso de dominación española en México fue complejo, no es resultado solamente de fuerzas militares ibéricas que sometieron a pueblos de lo que ahora es México. Los españoles, por distintas razones y por diversos medios, contaron con la colaboración de indígenas para vencer al imperio mexica. Dicha participación no exculpa las atrocidades perpetradas por las tropas que encabezaba Hernán Cortés ni el sistema colonial que se construyó después.

La respuesta del gobierno español a la misiva de López Obrador sostiene que es anacrónico evaluar un acontecimiento histórico con parámetros éticos actuales. Por lo cual expresó: La llegada, hace 500 años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas. El comunicado convenientemente olvida que en el mismo siglo XVI hubo voces que se levantaron para denunciar la violencia de los conquistadores. Fue el caso de Bartolomé de las Casas, cuya convicción de hacer misión al estilo de Cristo quedó bien consignada en De unico vocationis modo omnium gentium ad veram religionem, de 1534 (edición en español: Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, Fondo de Cultura Económica, México, 1975). La obra, escribe en el prólogo André Saint-Lu, es un gran tratado doctrinal en que desarrolla su teoría de la conquista evangélica; es decir, de la atracción a la fe cristiana por medios únicamente persuasivos, y probaba largamente, por otra parte, la plena capacidad intelectual de las personas del Nuevo Mundo.

En la controversia de Valladolid (1550) que sostuvo con el teólogo imperial Juan Ginés de Sepúlveda, De las Casas evidenció que la barbarie española coaccionaba a los indígenas y tal forma de proceder estaba más motivada por la expoliación de las riquezas del Nuevo Mundo que por interés de supuesto bienestar espiritual: ¿Cómo se compagina el ejemplo de Cristo con el hecho de repartir lanzadas entre los indios desconocidos antes de predicarles el Evangelio, y aterrorizar sin medida a personas totalmente inocentes con un despliegue de arrogancia y de la furia de la guerra y obligarlos a escoger entre la muerte y la huida?

En cuanto a la respuesta del papa Francisco sobre excesos cometidos en la evangelización de América Latina, el vocero del Vaticano, Alessandro Gisotti, recordó que como es sabido, el santo padre ya se ha expresado con claridad sobre esta cuestión, en julio de 2015 durante su visita a Bolivia. Entonces mencionó que el 12 de octubre de 1992 Juan Pablo II, en Santo Domingo, “pidió perdón a las poblaciones americanas por las ‘injusticias’ cometidas contra sus antepasados”. En realidad fue una petición de perdón ligth, porque los excesos, explicó Juan Pablo II, fueron consumados por personajes que sucumbieron al espíritu de su tiempo y habría que ser comprensivos con ellos.

El 12 de marzo del 2000, en Roma, Juan Pablo II hizo acto de contrición y, supuestamente, reconoció los pecados perpetrados por la Iglesia católica contra las culturas indígenas, los cristianos separados de Roma y el pueblo judío, entre otros. Entonces se hizo público el documento pontificio La Iglesia y las culpas del pasado, El escrito convirtió el operativo de hacer cuentas con la historia en un consumado acto de prestidigitación: el arrepentimiento se perdió en farragosas disquisiciones en un escrito que podríamos titular: De la posibilidad teórica de pedir perdón sin comprometerse a realizarlo en la práctica.

El 85 por ciento de la Iglesia está dedicado a bordear el tema de las culpas del pasado, hacer consideraciones teológicas, morales y filosóficas acerca de la bondad existente en quien pide perdón por faltas y ofensas cometidas por parte de una institución bimilenaria. Todo para llegar al restante 15 por ciento y encontrarse con que la tal petición de perdón es relativizada al extremo de dejar las atrocidades en meros errores o debilidades de "hijos de la Iglesia". Ni una palabra sobre que éstos persiguieron a herejes, arrasaron culturas, propiciaron el oscurantismo cultural y justificaron crueldades. En su afán de matizar culpas que no pueden ser moralmente disminuidas, Juan Pablo II recurrió a explicaciones endebles. El escrito busca justificar las culpas pasadas por los condicionamientos de los "tiempos históricos, sociológicos y culturales" a que estuvieron sujetos los "hijos de la Iglesia" que consumaron crueldades como las de la Inquisición.

Las misivas de López Obrador ofrecen la oportunidad de repensar nuestro pasado, con sus luces y sombras sin evadir cada cual su responsabilidad.