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Nosotros ya no somos los mismos

Continuación de la historia de la Mari Galante // La tarea evangelizadora desde 1519

P

ues con la novedad de que la columneta irrumpe en el mundo de la globalidad. Con motivo de la crónica que les presenté sobre la hazaña, tan equívoca como redituable, llevada a cabo por don Cristóbal Colón y una runfla de aventureros de la peor calaña, allá por el año de gracia de 1492, he recibido un cúmulo de comentarios. En algunos me piden mayores datos, otros cuestionan mi dicho, pero la inmensa mayoría coincide en que los pelafustanes que zarparon del Puerto de Palos con rumbo totalmente erróneo, constituyeron la primera generación de los aventureros que, a partir de entonces, decididos a hacer la América durante siglos se han dedicado a deshacerla en su beneficio. Entre los bucaneros que abordaron la Mari Galante, pensando que era un burdel (confiados en que los que se bamboleaban eran ellos y no la nave), había varios homicidas, otros condenados por delitos diversos y una infinidad de cómplices. Esos son, ni modo, los genes de la realeza hispana que llevamos siglos tratando de superar.

Me referiré por hoy sólo a dos de esos correos mencionados, porque son los que llegaron allende la frontera. De Boston recibo un correíto de parte del joven Matías Jurado quien me dice: no sé por qué le echas la culpa a los ancestros del sistema de posicionamiento global (GPS) de un evidente error humano. Tú supones que ese genial instrumento que ha cimbrado el transporte y la movilidad terrestre, aérea, náutica, espacial en la actualidad, ocasionó la gran pifia del almirante Colón, pero te equivocas. Siembras la sospecha que fallaron las cartas náuticas, la brújula magnética, el taxímetro inglés, el astrolabio, el cuadrante y hasta la ballesta de Davis sin tomar en cuenta que estos instrumentos que desde entonces y hasta la fecha no tienen vida propia ni toman (hoy por hoy), decisiones por sí mismos”.

Estoy de acuerdo con el joven Matías: estos instrumentos coadyuvan con el hombre que los programa y les da instrucciones a las que deben ajustarse. Colón quería llegar a las Indias pero se negaba a ir por las rutas ya dominadas por los portugueses. Recién descubierto el Cabo de Buena Esperanza, gracias a Bartolomé Díaz (1487), lo que fortalecía la vía marítima por el Océano Índico, Colón, que más parecía gallego que genovés, se entercó en emprenderla por el Atlántico y así nos fue o nos está yendo. ¿O ustedes creen que BBVA Bancomer (detentadora de 21.5 por ciento de los activos del sector bancario nacional, y los propietarios de Serfin, Repsol, Iberdrola, Zara, Telefónica y la impoluta OHL seguirán acompañándonos para no renunciar a la tarea evangelizadora que se propusieron en 1519?

Aprovecho el tema para preguntar a la multitud: ¿Hay razones para que sigamos festejando el 12 de octubre el absurdamente llamado descubrimiento? ¿Qué, estábamos ocultos, escondidos y por la gracia del Altísimo dieron con nosotros y nos masacraron, contagiaron sus enfermedades, destruyeron nuestras concepciones del mundo y de la vida y nos impusieron cristianas formas de relación entre los humanos: la servidumbre, la humillación, la explotación inmisericorde, la esclavitud y la degradación suprema y la cristiana preocupación ¿estos indios tendrán alma, serán seres humanos? ¡Hagámosles la prueba del Santo Oficio!

De la frontera sur, de la bellísima y entrañable república de Yucatán, levanta su dedito la joven María de Landero Alatriste: en octubre de 2013 se realizó en Panamá el VI Congreso de la Lengua Española. El periódico El País convocó a un escritor de 20 diferentes países hispanohablantes para que presentaran la palabra que consideraran singularmente sonora y expresiva de su lengua regional. José Emilio Pacheco, seleccionado por México expresó: Pinche. Pinche canceló su acepción normal para adquirir, no se sabe cuándo, las características de un epíteto derogatorio que sorprende por su omnipresencia y durabilidad. Pinche puede ser un empleado, el hábito de fumar, la suerte, un policía, una camisa, un perro, una casa, el mundo entero, una comida, un regalo, un sueldo o bien lo que a usted se le ocurra. Se trata, pues, de un epíteto que degrada todo lo que toca, normaliza y vuelve aceptable una furia sin límites. A final de cuentas, qué sabio es este pinche Goyri.

Twitter: @ortiztejeda