Opinión
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Isocronías

D’après Roma

D

ice Peter Brook en algún lado que luego de asistir a la puesta en escena de equis obra teatral suele responderse de dos modos extremos: uno, la necesidad de conversar sobre la obra, ir para ello a cenar, a tomar una copa, reunirse en grupo y satisfacer dicha necesidad. El otro, procurar la meditación en soledad; imposible de inmediato abrirse a otra comunicación que no sea la del espectador consigo mismo. Los dos modos son buenos, pero el primero, colectiva y legítima fruición, tiende a la superficialidad, mientras en el segundo la inclinación a la profundidad es evidente. De lo ciertamente profundo, sugiere el afamado director, es difícil hablar.

Ahora está de moda el arte que suscita conversación, plática, controversia, polémica…, que induce a hablar de él. Y si con polémica, pareciera ser estilo en no pocos creadores, ‘‘a mucha honra”. El caso es que se hable, no de que se reflexione.

Proponer la obra de arte como piedra de escándalo, el hecho artístico como provocación, no es algo nuevo –de las vanguardias del siglo pasado a Madonna, Koons, Banksy y Lady Gaga, por mencionar algunos nombres. Los hilos del escándalo mueven propositiva o mercadotécnicamente incluso vidas de artistas (con o sin comillas). Si eso es sano o no, díganlo sus frutos.

El arte de conversar requiere –dice Pero Grullo– de temas y es alentador disponer de algunos comunes: hijos, futbol, política, cine, etcétera. En el último caso, que va del simple entretenimiento (por parte de la industria con insistente frecuencia algo bobón) al arte del entretenimiento, al ya simple, ya refinado arte, la recurrencia a sus productos, las películas, como centro de atención conversacional es de lo más socorrido, modo bien de pasar el tiempo, bien, de proceder con inteligencia, de no perderlo.

Acaba de pasar, quién no lo sabe, la entrega de los populares Óscares, materia noticiosa, espectacular, motivadora de opiniones tanto por parte de especialistas, presuntos o no, como del público en general. A México (o a Cuarón –vano puntualizar lo exagerado de identificarlos) le fue comoquiera muy bien. Todos los caminos llevaban antes de ello a conversar sobre Roma. Ahora, arrivederci; pero eso sí: muy buen camino.