Opinión
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Venezuela y la nueva guerra fría
L

uego de que Juan Guaidó se autoproclamó presidente encargado de Venezuela (23 de enero) y Donald Trump lo reconoció con un simple tuit, el Tribunal Supremo de Justicia le prohibió abandonar el territorio nacional. Pero en días pasados el conspirador fue recibido por los presidentes Iván Duque (Colombia), Jair Bolsonaro (Brasil), Mauricio Macri (Argentina), Lenín Moreno (Ecuador) y Mario Abdo (Paraguay) que, con excepción del último, continúan manteniendo relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro.

Para Ripley. En poco más de cinco semanas, Guaidó vivió la insólita experiencia de sentirse representante legítimo de una entidad imaginada, que sólo podía dirigirse desde el extranjero. Pero desafortunadamente, a pesar de los agasajos y honores, nada le salió bien: ni el intento de golpe, ni la ayuda humanitaria, ni el llamado a la deserción de los militares bolivarianos, ni el delirio de autorizar una invasión militar yanqui a su país.

Guaidó regresó a Caracas el lunes 4 de marzo y en el aeropuerto Simón Bolívar sufrió otra decepción: las autoridades de Migración le sellaron el pasaporte, como a cualquier pasajero, sin decir pío (¡paf! ¿quién sigue en la fila?). Y la desilusión final tuvo lugar cuando constató la escasa conciencia cívica de los venezolanos, que siendo feriado de Carnaval optaron por aliviar la crisis humanitaria en las playas, en lugar de vitorear al flamante guarimbero de la democracia envasada con código de barras.

Algunos dirigentes antichavistas (primero Dios) fueron al aeropuerto junto con un nutrido contingente de embajadores europeos. Pero a estas alturas, el articulista no puede precisar si los diplomáticos eran simpatizantes del líder sedicioso, o acreditados por la República Bolivariana de Venezuela. ¡Uf! Si el último párrafo suena un tanto esquizofrénico, no me culpe. Los hechos fueron así.

Según el corresponsal de Página 12 en Caracas, el argumento de Guaidó para explicar por qué no lo arrestaron al llegar al país, tendría que ver con “…la ruptura de la cadena de mando de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), ya que él es el presidente encargado y la totalidad de las tropas lo apoyan”.

De enero a la fecha (penúltimo año de Trump, y vital para sus intentos de relección), resulta curioso que el inquilino de la Casa Blanca continúe defendiéndose de las acusaciones de que Rusia se inmiscuyó en las elecciones de Estados Unidos, mientras se cree con derecho a intervenir en las de Venezuela. ¿Y si alguien le baja línea, desde dónde? ¿Desde Moscú o desde Miami?

La pretensión de las corporaciones estadunidenses para apoderarse del petróleo y los ingentes recursos naturales de la patria de Bolívar está fuera de discusión. Sin embargo, así es desde la proclamación de la Doctrina Monroe que Washington ha desempolvado una y otra vez desde 1823. En cambio, poco se habla de la preocupación de las derechas latinoamericanas que en todos y cada uno de sus países, satanizan al chavismo.

Sin restar importancia a la voracidad del imperio, el analista argentino Federico Bernal sostiene que Estados Unidos quiere derribar a Maduro cueste lo que cueste, por algo más que el petróleo. O sea, por el uso emancipador que la revolución bolivariana asigna al petróleo.

“Pero hay una razón aún más acuciante –dice Bernal–: Estados Unidos quiere terminar con Maduro porque sería dejar totalmente aislada a Bolivia. Y avanzando contra ella, terminar con el gran movimiento emancipador suramericano del nuevo siglo, en su primera etapa (Consenso de Mar del Plata, 2004)”.

Vale preguntarse, entonces, qué habrán platicado el canciller Jorge Arreaza y el emisario especial de Donald Trump para Venezuela, Elliot Abrams, en el par de encuentros secretos que sostuvieron en Washington, el 13 de febrero. ¿Será que Mike & Mike (Pence y Pompeo) empiezan a soltarle la mano a Guaidó por inútil, o a causa de la creciente amistad y cooperación de Moscú con Caracas?

En el clímax de la crisis y el fracaso de Washington para tratar de ingresar ayuda humanitaria por las fronteras de Venezuela, un gobernante extremadamente parco, pero que ha probado ser un buen amigo del pueblo bolivariano, dijo: “Los americanos saben sumar. Que cuenten cuántas armas tenemos los rusos”.