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El Chapo y el fracaso de la guerra

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▲ Aspecto de la prisión de máxima seguridad cerca de Florence, Colorado, donde podría cumplir sentencia el narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán.Foto Ap
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espués de más de tres meses de cubrir el juicio del siglo del “narco más poderoso del mundo”, culminando con las palabra culpable seguido de grandes proclamaciones de las autoridades y gobernantes estadunidenses sobre este gran triunfo de su guerra contra las drogas (uno afirmó que el caso demostraba que los que dudan de esa guerra están equivocados), todos sabemos que esto no cambia nada.

SÍ algo, el juicio El Chapo sólo comprobó una vez más el fracaso de la guerra antinarcóticos impulsada hace casi medio siglo. Desde que el capo fue arrestado y encarcelado por última vez en México en 2016, y luego extraditado aquí, hay más drogas ilícitas disponibles en Estados Unidos y en el mundo.

Hay más cocaína que nunca en las calles de este país y su producción mundial llegó a un récord histórico, igual que la de opio, según cifras oficiales de Estados Unidos y la ONU.

En Estados Unidos hay una epidemia oficial que mató por sobredosis de droga a más de 72 mil estadunidenses en 2017 (las cifras oficiales más recientes) más que el total de fallecimientos estadunidenses en las guerras de Vietnam, Irak y Afganistán combinadas. Esa epidemia es impulsada sobre todo por opiáceos responsables de unas 50 mil muertes, incluida la heroína, pero también medicamentos legales obtenidos con receta médica. O sea, algunos de los Chapos de este negocio están vestidos de doctores y de ejecutivos de farmacéuticas estadunidenses.

Al festejar el juicio exitoso contra El Chapo, tanto los fiscales como sus jefes en Washington repitieron que tanto los narcos extranjeros como los mexicanos y los colombianos, envenenan y destruyen a los ciudadanos estadunidenses con sus drogas (aparentemente, los estadunidenses jamás consumirían tales cosas sin que los hombres malos los obliguen).

El propio bufón peligroso en la Casa Blanca usa ese mismo pretexto casi todos los días con el argumento para su muro y sus políticas antimigrantes. Y el juicio a El Chapo sirvió para nutrir esta narrativa y para justificar su guerra fracasada en la que invierten unos 50 mil millones de dólares al año.

Esa guerra contra las drogas fue primero declarada por el presidente Richard Nixon en 1971 con propósitos políticos, para criminalizar la creciente ola disidente contra la guerra y la militancia de los afroestadunidenses, tal como lo confesó uno de los asesores clave del presidente.

Los costos humanos comprueban que esta es una guerra contra los pobres: del lado mexicano no necesitamos repetir las estadísticas inaguantables que toda persona semiconsciente conoce, demasiados no sólo por lo que leen, sino por lo que han sufrido. De este lado, en Estados Unidos, las estadísticas demuestran algo similar en términos de quiénes son los que pagan los costos: los pobres, los más vulnerables.

Desde que se lanzó la guerra contra las drogas las prisiones de Estados Unidos se llenaron de jóvenes pobres afroestadunidenses, latinos y, sí, blancos a tal nivel que ahora la población estadunidense es la más encarcelada del mundo (en 2016, 2.2 millones estaban en la cárcel), y de ellos, casi medio millón por delitos no violentos de droga. Hubo 1.6 millones de arrestos por drogas, la gran mayoría sólo por posesión; 46.9 por ciento de éstos eran afroestadunidenses o latinos, a pesar de que sólo representan 31.5 de la población y de que sus índices de consumo son parecidos a los de los blancos.

Esa guerra es un negocio, como todas. Los que no estaban en el banquillo de los acusados en este juicio son los verdaderos responsables, mucho más que el padrino de capos sentado ahí, por la catástrofe humana que ha provocado la guerra contra y por las drogas. Éstos incluyen a los políticos y sus comandantes que han librado y diseñado la guerra contra las drogas tanto aquí como en los países que se metieron a este esquema made in USA, generando negocio para los comerciantes de armas, los profesionales de inteligencia, los del negocio de seguridad, de prisiones y los constructores de muros, entre otros contratistas de todo lo que se necesita para hacer una guerra.

El caso de El Chapo se vuelve justificación para todo esto, tanto la retórica como el negocio político y empresarial de la guerra por y contra las drogas. La DEA lo usó para reclutar: inmediatamente después del juicio, circuló por tuit un anuncio: “¿Quieres perseguir a los narcotraficantes más grandes del mundo; capos como El Chapo? ¿Quieres hacer una diferencia como un agente especial de la DEA?” y ofreció una dirección para ver los requisitos

Pero como afirmó el propio Chapo, igual que lo había dicho anteriormente su socio El Mayo Zambada, “el día que yo no exista, no se reducirá de ninguna manera… este negocio continuará”.

La guerra contra las drogas –y los políticos y expertos que la impulsaron– son los que deberían rendir cuentas, incluso tal vez ante un tribunal, a los pueblos de Estados Unidos y América Latina (entre otros). Ese sí sería el juicio del siglo.