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Venezuela, entre la guerra y la paz
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n estos días sabremos si Estados Unidos decide realizar por sí mismo o a trasmano una invasión militar a Venezuela o si todo lo de estas pasadas semanas ha sido un tinglado que quedará en un espectáculo efímero como los que hasta ahora le gusta montar a Donald Trump. Hay señales claras de que la resistencia de los venezolanos chavistas puede ser mayor de lo que esperan los estrategas estadunidenses y el equipo de Guaidó, autoproclamado presidente. Existe una diferencia poblacional entre los 23 millones de 1999, cuando Hugo Chávez accedió a la presidencia, y los 32 millones de venezolanos al día de hoy (números redondos). Ese número puede verse relativamente pequeño con respecto a las poblaciones de México o a la de Brasil, pero se trata de un recurso humano que ha alcanzado un tamaño respetable y puede ser puesto en juego en momentos de decisión. Pero hay algo más en esta población: considerables segmentos de la sociedad venezolana han experimentado una serie de transformaciones que el barullo mediático oculta. Entre esas transformaciones la más importante es la capacidad organizativa para agenciarse recursos y cogobernar en amplias regiones de la república. Esta es una sociedad que a pesar de la ruptura profundizada por la oligarquía venezolana, en momentos críticos ha sostenido principios centrales del proyecto chavista y lo ha demostrado una y otra vez a lo largo de estos 20 años, mediante el voto democrático, sin violencia, cuidando no enfrascarse en una guerra fratricida.

Desde su inicio, la revolución bolivariana planteó el cambio democrático sin violencia. Pero por lo que puede verse y han declarado, los estadunidenses apuestan al desmoronamiento del ejército venezolano, pero ese es un objetivo viejo desde el comienzo de los 20 años transcurridos de chavismo. Una y otra vez la oposición y Estados Unidos maniobraron para lograr una rebelión de las fuerzas armadas y en esos 20 años no ha ocurrido nada trascendente en la disciplina militar. A pesar de las críticas justificadas a la conducta de algunos militares de alto rango es también necesario reconocer al ejército chavista sui géneris dentro del panorama de ejércitos en la geografía latinoamericana. Hay una mayor politización en ellos (entendida como concientización sobre los intereses de su patria, y compromiso con su pueblo y gobierno). Todos estos constituyen elementos imbricados en un sujeto social por demás importante, los Consejos Comunales, espacios de ejercicio del poder desde las barriadas, colonias y regiones rurales y urbanas; aunque debilitadas, constituyen una reserva de activos en toda la república.

Además, si se considera el factor geopolítico, después de una hipotética invasión estadunidense a Venezuela, las consecuencias sobre la región no pueden calcularse fácilmente sobre los países con gobiernos de derecha, pero a la vez ni China ni Rusia pensarían que las próximas maniobras guerreristas trumpianas son simples fintas, y de allí al desencadenamiento de la hecatombe mundial sólo habría un paso.

En este escenario de amenaza es necesario recuperar aspectos importantes que mostraron las manifestaciones del sábado 2 de febrero en Venezuela, una con los partidarios de Juan Guaidó y la otra de ciudadanos en apoyo a Nicolás Maduro. Prácticamente se echó por tierra la cantaleta de que el gobierno de Maduro representa solamente a un grupo cupular sostenido por el ejército. Acabaron con esta y otras falsedades porque la concentración de los ciudadanos chavistas fue en número tan grande o más que la de los seguidores del antichavista. El hecho de que las dos marchas se realizaran en orden muestran no a un país de dictadura, sino uno de ambiente democrático en el que incluso se abusa de la libertad al llamar a una rebelión contra el gobierno legalmente establecido.

La situación de libertad llega al extremo de que en la misma marcha de Guaidó se pidieron tropas y armas al presidente Donald Trump para derribar al gobierno de Nicolás Maduro. En el ínter de las dos manifestaciones pudo verse la constante de dos actitudes y acciones recurrentes en momentos de crisis políticas en Latinoamérica, la de la derecha y la de izquierda, ambas con apoyo entre la población y las dos referidas a la intervención extranjera. Por supuesto, en el caso venezolano la situación de sufrimiento y estrechez por la que están pasando las familias ha hecho que algunos contingentes busquen una salida entre los golpistas de Guaidó, disminuyendo la presencia de apoyadores al régimen chavista.

A pesar de esto, la posición de una mayoría venezolana al proyecto chavista no ha sido rebasada ni con la abrumadora manipulación de los medios internacionales de la cual goza la Asamblea Nacional con Guaidó al frente. En realidad, las actuales autoridades y el poder chavista son resultado de un consenso mayoritario del pueblo venezolano construido a lo largo de más de 20 años mediante elecciones presidenciales, estatales y municipales que suman 23 en total.

Como puede verse, gobernar la república no ha sido nada fácil porque la política chavista se propuso una real democratización en una zona donde el control estadunidense por medio de las embajadas de los países colindantes, y la acción de la oligarquía venezolana constituyen una presencia poderosa. Pero está claro que los venezolanos herederos del libertador Simón Bolívar no van a rendirse.