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De la guerra a la tregua
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a negociación de alto nivel sobre la pugna comercial sino-estadunidense, tras un proceso preparatorio laberíntico (examinado en la nota que se publicó aquí el 10 de enero), se efectuó en Washington hacia finales de ese mes. La delegación estadunidense fue presidida en solitario por el representante especial de Comercio, Robert Lighthizer. El secretario del Tesoro, Steven Mnuchin –quien se esperaba la copresidiera– se limitó a recibir en privado al jefe de la delegación de China. Éste, el viceprimer ministro Liu He –revestido con el aura de enviado especial del presidente Xi Jinping, de quien portaba una carta para Trump, que éste decidió hacer pública– parece haber asumido un rol clave, a juzgar por las crónicas de los dos días de conversaciones, que culminaron con un inesperdo encuentro de ambas delegaciones con el presidente Trump en la oficina oval de la Casa Blanca. Lo que allí se dijo –reseñado con minucia en el portal www. whitehouse.gov– marca un nuevo punto de partida para conseguir el acuerdo que evite la escalada automática de la guerra comercial bilateral, con repercusiones globales, programada en poco menos de un mes: el 2 de marzo.

Como se sabe, la ausencia de acuerdo para el 2 de marzo activaría un nuevo escalón arancelario, de 10 a 25 por ciento, sobre exportaciones chinas a Estados Unidos valuadas en 200 mil millones dólares, y motivaría represalias por parte de China, sobre un monto equivalente de sus compras a Estados Unidos.

Hasta ahora, China ha ensayado una política de apaciguamiento, cuya primera línea es realizar adquisiciones aceleradas de artículos de importancia para algunos segmentos del electorado estadunidense, como la soya o los automóviles. Los datos más recientes indican que en el tercer trimestre de 2018 las importaciones de China procedentes de Estados Unidos aumentaron en 5.5 por ciento sobre el trimestre anterior. (El número de enero de 2019 del Survey of Current Business, del Departamento de Comercio, no se publicó por el cierre parcial del gobierno.) China anunció además estar dispuesta a adoptar la regla de neutralidad competitiva de la OCDE que le obliga a igualar el trato a las empresas propiedad del Estado con el que se otorga a las privadas y a las de capital extranjero, así como sujetar a negociación entre las partes las transferencias de tecnología asociadas a la inversión extranjera directa.

La aproximación estadunidense ha sido por completo diferente. Por una parte, Trump, tras proclamar que los aranceles han afectado absolutamente a China, la han dañado mucho, ha elevado la apuesta. Ahora demanda: una reducción sustancial en 2019 del déficit comercial (375 mil millones de dólares en 2018) que pueda exhibirse como evidencia de su triunfo en la guerra comercial; detener o acotar el avance de China en tecnologías de información y comunicación (TIC); conseguir que otros países secunden sus acciones –como las emprendidas contra la empresa Huawei–; imponer los criterios y limitaciones definidos por Estados Unidos en materia de propiedad intelectual, y eliminar ciertos estímulos que EU considera constituyen subsidios a la exportación.

Por otra parte, desde la Casa Blanca, el 24 de enero se anunció lo que podría considerarse la primera iniciativa legislativa de la época neomercantilista: la Ley de Reciprocidad Comercial de Estados Unidos. Trump anunció la iniciativa, con su retórica habitual: Esta ley pondrá a nuestros trabajadores en un terreno nivelado frente a los de otros países, que se aprovechan de nosotros, que nos consideran muy amables o no muy inteligentes. Con notable simplismo, indicó que la ley obligará a Estados Unidos a igualar cualquier arancel que se imponga a sus exportaciones a cualquier mercado. Con esta ley, si alguien nos impone un arancel de 100 por ciento... estaremos obligados a establecerle el mismo arancel. En suma, en palabras de Trump, “[la Ley] será un instrumento formidable para traer a otros países a la mesa de negociaciones y conseguir que reduzcan sus aranceles… En los próximos seis años [sí, seis años] estaré insistiendo mucho en la reciprocidad comercial”.

La lectura más generalizada de las negociaciones de enero subraya dos elementos: por una parte, fueron mucho más allá del comercio bilateral de mercancías –como claramente sugieren las acciones previas anunciadas por Pekín y las demandas planteadas por Washington. Se considera que se allanó el camino hacia un acuerdo amplio, aunque se reconoce que concretarlo y establecer mecanismos de supervisión y comprobación sigue siendo un enorme desafío. También se expresó el temor de que resulte irresistible para Trump alcanzar un quick fix para exhibirlo como una rápida victoria –algo que le hace mucha falta. Reunidas con Trump, ambas delegaciones se mostraron exultantes y, en público al menos, intercambiaron elogios desmesurados.

El demorado informe anual de Trump, el 5 de febrero, no contuvo sorpresas: enumeró y reiteró sus exigencias, al tiempo que reafirmó su respeto por el presidente Xi.