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Pedro Sánchez y los delirios golpistas de España
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ocos gobiernos en el mundo han incubado un odio tan grande hacia la Revolución Bolivariana como el que persistentemente ha manifestado el de España desde la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1999. A esta siembra de odio, por desgracia, se unió desde muy temprano la mayoría de la sociedad española, al parecer necesitada de lejanos dragones que le permitan evadir el encuentro con sus fantasmas históricos y sus miserias políticas. El entonces gobierno del ultraderechista José María Aznar no sólo fue uno de los principales constructores del odio español hacia la Venezuela bolivariana, también apoyó, mediante su embajada en Caracas, el fallido golpe de Estado de 2002 en contra de Chávez. Un año después el mismo Aznar se vistió de patiño de Estados Unidos e Inglaterra para su más servil actuación: llevar a la guerra contra Irak a una España gobernada por un partido que ya practicaba la corrupción de primer mundo. La aventura belicista de Aznar se tradujo en los atentados terroristas perpetrados en Madrid en marzo de 2004 por un brazo de Al Qaeda, lo que además le costó la presidencia al candidato del corrupto Partido Popular.

Ya como ex presidente, Aznar ha practicado las puertas giratorias enrolándose como empleado de corporativos internacionales; a la par, se ha dedicado a esparcir por el mundo sus doctrinas fascistas, lo que incluye descalificaciones al ecologismo y su odio hacia la Venezuela bolivariana. Con ello, Aznar logró sacar lo peor de su pueblo al hacer de Venezuela el tema maldito por excelencia para todo tipo de ciudadano español, el paradigma de lo que en España denominan con gran racismo país bananero, imagen que por desgracia las nuevas generaciones de españoles mantendrán viva. Y cómo no va a ser así: en 2007, no lo olvidemos, durante la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado realizada en Chile, el entonces rey de España, Juan Carlos I, no pudo contener el exabrupto clasista que le hizo gritarle a Hugo Chávez ¿por qué no te callas? En aquella ocasión, la televisión española se lanzó a las calles de Madrid para medir el sentir nacional ante lo que consideraba una grandísima hazaña de su jefe de Estado, quien había exhibido sus complejos supremacistas ante un personaje que comparaban con un malvado gorila exótico del caribe sudaca. Las entrevistas incluyeron a niños españoles de entre siete y 10 años, quienes eufóricos festejaban ante las cámaras las andanzas pendencieras de un monarca que durante años había ocultado sus adulterios y corruptelas. Aquellos infantes hoy ya tienen edad para votar. Como dicen mis amigos españoles, es lo que hay.

Ahora que está en curso un intento de golpe de Estado internacional dirigido por el gobierno de Trump para derrocar a Nicolás Maduro, presidente constitucional de Venezuela, el gobierno de España ha vuelto a humillarse y se suma a la promoción del injerencismo y la guerra en contra de la sociedad venezolana sin haber resuelto sus propios asuntos internos, Cataluña, por ejemplo; o su monarquía parasitaria y la resistencia férrea de la ultraderecha española para evitar el republicanismo como posibilidad histórica. ¿Cómo puede España asumir un discurso en defensa de la democracia y los derechos humanos en otros países cuando su actual jefe de Estado, el rey, lo es por fecundación?, ¿cómo pretende exigir libertades políticas en otros países cuando en Cataluña se persigue con furia roja cualquier atisbo de independentismo o autodeterminación?, ¿cómo se puede ser socialista en estas condiciones? Ni idea. Lo cierto es que Pedro Sánchez, actual presidente del gobierno de España por el denominado Partido Socialista Obrero Español, ha querido poner a su país a la cabeza de las naciones europeas que avalan el golpe de Estado en Venezuela, y ha venido a México como cabildero de Estados Unidos para tratar de revertir la postura de no intervención y resolución pacífica de las controversias sostenida con autoridad moral e histórica por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

La actuación política de Pedro Sánchez y sus socios europeos como presuntos defensores de las libertades democráticas ha quedado ridiculizada ante las reiteradas declaraciones del consejero en seguridad del gobierno de Trump, John Bolton, quien sin escrúpulos ha señalado por todos los medios que: “Venezuela es uno de los tres países a los que llamo ‘troika de la tiranía’, marcaría una gran diferencia económica para Estados Unidos si pudiéramos tener compañías estadunidenses invirtiendo en las capacidades petrolíferas de Venezuela y producir el petróleo. Sería bueno para el pueblo de Venezuela y para el pueblo de Estados Unidos. Ambas partes nos jugamos mucho en hacer que esto se resuelva de manera adecuada”.

Frente a este irracional panorama de guerra es menester insistir en el enorme valor que a escala internacional representa la postura de México, introduciendo además la no violencia como parte de los principios de nuestra política internacional y recuperando con ello la vigencia de la premisa fundamental del pensamiento y la acción de Mahatma Gandhi. Todo en buena hora.

* Investigador de El Colegio de San Luis