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Mi humilde propuesta (sátira a la manera de Jonathan Swift)
E

l pasado lunes 28 de enero el secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, declaró que, gracias a una nueva plataforma cibernética, los maestros de la SEP podrán enseñar inglés sin saberlo hablar. Con este aviso el secretario abrió compuertas para la solución de un problema escabroso que ha obsesionado a muchos. Ya no importa que los maestros estemos mal formados, porque ya no tenemos que conocer las materias que enseñamos. No se había introducido una tecnología así de ahorradora desde el molino de nixtamal.

Y como cada gran descubrimiento abre un mundo de posibilidades, hoy cabe preguntar si el nivel de nuestros profesores, en lugar de ser insuficiente como creíamos hasta ahora, no es en realidad demasiado elevado. Y dado el relieve actual de la austeridad republicana –y aún de la pobreza franciscana–, el verdadero reto ya no será mejorar el nivel de los profesores, sino encontrar maneras de empeorarlo. Es justamente para contribuir a ese noble propósito que ofrezco esta humilde propuesta: pongamos frente a las aulas a puro soldado raso.

Las ventajas de esta medida son evidentes. La mayoría de los soldados rasos tiene niveles educativos inferiores a los que hoy tan inútilmente ostentamos los maestros. Cierto es que muchas veces ni unos ni otros hablan inglés, y que los profesores suelen tener una formación deficiente en matemáticas pero, afortunadamente, la formación académica de la tropa es todavía más precaria. ¿Para qué derrochar recursos en la educación del magisterio, cuando la plataforma cibernética va a ser la que saque la chamba?

Aparte de este importante ahorro, mi propuesta tiene otras ventajas. Existe un doble reto para cubrir materias académicas en plataformas digitales: por un lado, está la cuestión de cómo motivar al estudiante, y por otro, la de fomentar sus hábitos de trabajo. O sea, la famosa disciplina escolar. Creo que podemos convenir en que el soldado será más eficaz impartiendo disciplina que el maestro: su vida no está hecha de otra cosa. Además, la austeridad miliciana congenia con nuestras preocupaciones morales. Para emerger de las cavernas de la ética neoliberal buscamos luz en la Cartilla moral, de Alfonso Reyes, pero vale recordar que don Alfonso recibió su mayor ejemplo moral de su señor padre, el general Bernardo Reyes. Si la Iglesia ha sido madre de la moral pública, ¿acaso el Ejército no se ha reclamado también padre?

En cuanto a la pregunta de quién estimularía más a los nuevos ciberestudiantes, si el maestro o el soldado, yo le apostaría al soldado. En las nuevas condiciones el estudiante tendrá que dominar su materia trabajando en equipo frente a una plataforma digital, acompañado por un maestro o, siguiendo mi propuesta, por un soldado. Sabemos que el maestro no conocerá bien la materia, pero el soldado la va a conocer todavía menos. Aún así, tanto el uno como el otro será responsable de estimular al estudiante, por lo que ambos tendrán que irse acostumbrando a repetir frases tales como: Aprende inglés, muchacha, no vayas a salir como yo... Fórmulas de ese estilo van a ser el pan de cada día. Sólo que quizá a los maestros les dé algo de vergüenza pronunciarlas, porque el magisterio está adiestrado para imaginarse como un ejemplo positivo de saber. La vergüenza de ser en vez ejemplo negativo podría conducir al maestro o a la maestra a estudiar, claro, pero además de que sería innecesario hacerlo, una reacción así terminaría siendo onerosa para erario: desembocaría en demandas de inversión en la formación de profesores. Será mejor que los maestros disimulen su vergüenza, o por último que encuentren maneras de distraer un poco al estudiante para no balconear su ignorancia.

En cambio la situación del soldado-docente es más sencilla y menos enrevesada. Su formación profesional no lo lleva a querer ser un ejemplo de saber académico, sino a obedecer las órdenes de sus oficiales. Por eso, el soldado será indiferente ahí donde el maestro sienta vergüenza. Si yo fuera estudiante, preferiría tener un cuidador indiferente a otro avergonzado. El limpio desinterés del soldado será un obstáculo pedagógico menor, comparado a las ínfulas y los complejos del maestro.

Existen aún otros beneficios de entregar la educación a las fuerzas armadas. Hay muchos soldados que saben albañilería, por ejemplo. Y, además, los soldados no tienen cláusulas en su contrato colectivo que les impida ejercerla. ¿No es acaso por eso que van a construir el nuevo aeropuerto en Santa Lucía? Entonces, si alguna escuela necesitara reparaciones, ¡para eso también estarán los nuevos guardianes del aula! Y si algún grupo de soldados-docentes se decidiera a protestar por sus condiciones laborales, bloqueando alguna vía de tren, por ejemplo, no habrá por qué negociar con ellos. Bastará una orden para quitarlos. Y si, a pesar de esa orden, los soldados se empeñaran en obstruir la vía, no lo harían sino por un breve lapso de pocas horas. A fin de cuentas ¿cuánto tiempo se necesita para dar un golpe de Estado?

I profess, in the sincerity of my heart, that I have not the least personal interest in endeavoring to promote this necessary work...
Jonathan Swift.