Opinión
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No sólo de pan...

De amor y paz

A

propósito de la alimentación, principio y condición de la vida, no mero accesorio de ésta como piezas que se juntan y acomodan a medida de los descubrimientos que los hombres hacen sobre los alimentos y los van calificando: que si son producto de su trabajo en el campo, la granja, la pesca o la cacería; que si se deben analizar según criterios nutricionales por sus compuestos químicos en relación a las necesidades orgánicas del cuerpo humano, que si deben tratarse según su productividad para que alcancen a alimentar (valga la redundancia) a determinada población, pero que en realidad se tratan según su productividad económica para el capital, que si algunos alimentos alcanzan lo sublime en manos de chefs reconocidos con estrellas como generales, o que si también se pueden reconocer con patriotismo cultural como producto colectivo de invisibles mujeres representantes de cocinas regionales, que si estos alimentos son buenos para tal cosa y estos otros son amenazas para la salud… según publicidades para vender los unos por sobre los de la competencia o con base en simples prejuicios sobre lo que comen los otros pueblos…

Pues sí, es todo esto, pero no. Porque los alimentos se pueden estudiar, clasificar, analizar, intervenir en su composición (o descomponerlos en moléculas según sea la moda), se pueden cuantificar, acelerar su crecimiento y mejorar su rendimiento, transformar sus propiedades y su demanda con adictivos (por medio de aditivos), y se pueden racionar según criterios como limpias demográficas (desaparecer a la población excedente) o como arma de guerra (hambrear poblaciones y manipularlas contra gobiernos indómitos)

Pero lo que no saben los dueños de la cadena alimentaria: de su producción (o amos de quienes los producen directamente), de su transformación, empaque, transporte, publicidad y distribución, los decididores de los precios y tasas de ganancia internacionales y nacionales, es lo que tampoco enseñan en las escuelas mal llamadas gastronómicas, y que sólo vislumbramos (para perderlo pronto) los humanos alimentados con buena leche. A saber: que el pan y sus equivalentes básicos según cada pueblo, se producen, preparan, administran, saborean y digieren, produciendo paz cuando cada etapa del proceso se hizo con amor. Los alimentos humanizaron a nuestra especie y, pese a todo el empeño en ignorar o extinguir sus cualidades básicas, seguirán significando, en el tiempo y en el espacio, actos de amor y de paz. Es obligación nuestra enseñarlo a las generaciones que nos suceden, porque de este conocimiento se desprende naturalmente la conservación de lo humano y la preservación de nuestro planeta.