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Hacia 2020
C

onforme a las predicciones económicas para 2019, aún habrá impulso al crecimiento económico global, aunque a un ritmo menor al del año que termina. Para 2020, en cambio, el consenso apunta a que habrá una nueva crisis.

Entre los argumentos que soportan esta última idea están: el límite de los estímulos fiscales, como el que alentó Trump al inicio de su gobierno; el proceso de alza de las tasas de interés que surge de la normalización de la política monetaria de la Fed; las políticas comerciales de inclinación proteccionista, especialmente en torno a las pugnas entre Estados Unidos y China, y las tensiones regionales, como las que ocurren en Europa, tanto en la Unión Europea como en Rusia.

Son distintas las formas en que estas cuestiones se expresan en los mercados: una de ellas, muy sonada, es la creciente volatilidad de los precios de las acciones en los principales mercados del mundo. Este diciembre está considerado uno de los peores desde la Gran Depresión de los años 1930. El mercado de Wall Street se ha aproximado a lo que se considera como una fase económica de recesión.

Entre los expertos se dice que los inversionistas no deberían esperar condiciones más tranquilas para colocar su dinero el año entrante, sino que prevalecerá una combinación de creciente incertidumbre en la perspectivas económicas globales, con mercados inestables y con bancos centrales menos capaces de contrarrestar las repercusiones de los desenvolvimientos políticos.

Predecir remite a la idea de un anuncio que se hace a partir de algún tipo de revelación, o bien por cierto conocimiento fundado, pero también por una mera conjetura de lo que puede pasar. Se asocia con el sentido que tiene una estimación, o sea, una propuesta a partir de cierta creencia o consideración de los datos que se tienen. Los economistas suelen pronosticar lo que puede ocurrir con base en ciertos indicios.

Los expertos suelen denominar la situación actual en que operan como de alto desconocimiento, pero en realidad hay que admitir que todo esto ocurre en un entorno extendido de lo que podría llamarse fallas cognitivas muy grande y plagado de fuertes intereses.

Recordemos al respecto que antes de la crisis de 2008 los economistas creían que una próxima crisis sería provocada por el elevado déficit fiscal de Estados Unidos, asociado con el déficit comercial y la dependencia mutua que eso creaba especialmente con China, que financiaba sus crecientes exportaciones invirtiendo en los bonos emitidos por el Tesoro en Washington.

No obstante ese cada vez más precario equilibrio, la crisis financiera de hace 10 años se precipitó por la explosiva especulación en el mercado inmobiliario estadunidense, vinculado con la creciente desregulación de los bancos y el sistema financiero en general. Las repercusiones aún no se acaban; es más, tienden a recrearse.

Hay una enorme cantidad de datos acerca de los diversos efectos económicos de las políticas públicas y del desempeño de los mercados. En ellos se mueven cantidades ingentes de recursos, que se administran en paquetes para distintos tipos de inversionistas.

Entre esos paquetes predominan los llamados inversionistas institucionales, preferentemente aquellos que manejan los fondos de pensiones. Este rasgo de las transacciones financieras remite al tema de los efectos patrimoniales que emanan de las políticas y del modo de operación de los mercados. El asunto no es ajeno a México por el impacto que tienen las Afore en los ahorros de las familias y el retiro de las personas.

Las consideraciones que se hacen sobre el desenvolvimiento del sistema financiero en general y de los mercados de dinero y capitales en particular se ubican predominantemente en un nivel alto de agregación, el de la macroeconomía. El caso es que así se elude la atención explícita de las consecuencias patrimoniales de las familias.

El patrimonio familiar queda subsumido en los efectos de los precios de las acciones, las tasas de interés, los tipos de cambio, la carga fiscal y la asignación de recursos para la inversión productiva.

Todo ello incide ciertamente en las condiciones de vida, pero en términos patrimoniales la condición material de las familias depende directamente de las formas en que se consigue el ingreso, cómo se mantiene y reproducirlo constantemente y con mayor valor real (por los efectos de la inflación); cómo se adquieren activos físicos (la vivienda) y financieros (el ahorro) y, luego, cómo se genera el acceso a los servicios de los que depende la calidad de vida (salud, educación, justicia, etcétera).

Las crisis financieras seguirán ocurriendo en medio de una pretendida estabilidad macroeconómica, que es cada vez más difícil de sostener. El efecto social será cada vez más ostensible.