Opinión
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Carlos Payán, desde aquellos años
C

arlos Payán fue el mejor amigo de mi padre. Se conocieron en la colonia Estrella, en Lindavista.

Sortearon los años frecuentándose y asumiendo las vicisitudes que se envuelven en el tiempo y que van marcando la memoria. Se veían sobre todo en la redacción del Unomásuno, los viernes, cuando Payán, como subdirector del diario, estaba encargado de la edición.

Alguna vez lo acompañé y la mesa de la sala de juntas se me hizo inmensa; acaso lo era por todo lo que podía significar: revelaciones, conflictos, alegrías y frustraciones, los nervios de una redacción.

Mi padre murió en 1981. Todavía conservo los artículos, esquelas y mensajes que se publicaron en aquellos días difíciles. Incluso la pequeña editorial que se le dedicó: Murió el abogado Andrade Gressler, hay luto en las cárceles.

Ya no conoció La Jornada ni pudo acompañar los días y años de su director, quien acaba de recibir la medalla Belisario Domínguez, el máximo reconocimientos del Senado mexicano.

Payán es un referente en el periodismo, pero quizá eso no refleje, en su amplitud, lo que en realidad hizo a lo largo de los años para apuntalar la libertad y la pluralidad.

Siempre dio espacio a opiniones, tendencias y propuestas que no encontraban acomodo, pero que requerían ser valoradas y atendidas. Esto conviene tenerlo presente porque los avances no son para siempre y hay que cuidarlos.

Una mañana de hará unos 30 años, un grupo de jóvenes universitarios que militábamos en el Partido Mexicano Socialista (PMS) lo visitamos en su casa de Contreras (creo recordar). La idea era la conversar sobre el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y las elecciones presidenciales que ya se aproximaban.

Payán nos dio una cátedra de política, nos acercó a los equilibrios que tenía que sortear el director de La Jornada y sobre todo ante lo que había ocurrido en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Presiones desde el poder que se mezclaban con los anhelos de cambio. Nos detalló los pliegues que hicieron posible narrar la historia de uno de los pocos movimientos sociales exitosos y más aún desde la tragedia de 1968.

En efecto, el diario siempre resultó un referente, pero lo hizo apelando a las diversas voces, las de la rectoría de Jorge Carpizo y las que emergían con fuerza de las diversas corrientes ceuístas. En pocas palabras, el mosaico universitario en toda su extensión.

Hacía años que no lo veía y no me atreví a decirle nada a lo largo de la charla. Al final, y casi de despedida, me dijo, les dijo a todos con esa fuerza suave que lo caracteriza:

–Julián es hijo de un amigo que todavía lloro.

Lloramos ambos y no era para menos.

Payán, por eso y muchas cosas, ha sido y es un guardián de lo que queremos y valoramos. No se trata de coincidir en todo, porque eso es imposible, sino de saber que en la diferencia es posible el construir.