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En la vasta biblioteca de Miguel Ángel Porrúa figura una libreta con apuntes de Ignacio Manuel Altamirano
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▲ Otras de las obras del acervo de Miguel Ángel Porrúa, apasionado de la historia de México.Foto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Domingo 2 de diciembre de 2018, p. 3

La biblioteca personal de Miguel Ángel Porrúa resguarda, sobre todo, anécdotas, pequeñas historias alrededor de la llegada a sus manos de cada uno de los libros. Una gran libreta, con apuntes del mismísimo Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), es otro de los tesoros que muestra orgulloso el editor.

Se trata de un refranero mexicano que preparaba el escritor y periodista. En la primera página, de su puño y letra, se lee:

‘‘Aquí anoto, sin orden de ninguna especie, los proverbios que van llegando a mi conocimiento, para comentarlos a fin de enviarlos a Alemania a imprimir.”

Con pulcra caligrafía, a continuación varias páginas con los refranes: ‘‘Si con atolito vamos sanando, pues atolito vámosle dando”, ‘‘el tecolote canta, el indio muere, y no creo, pero sucede”, ‘‘poblano chicharronero, corta bolsas y embustero”, ‘‘de indio, pájaro y conejo, ni el pellejo”.

Porrúa comenta que se trata de un trabajo que en su momento tuvo gran importancia para el autor de El Zarco, ‘‘porque finalmente abordaba la cultura del pueblo, un tema que mucho le interesó a él y a los intelectuales del siglo XIX”.

Un día, añade el editor, José Francisco Ruiz Massieu, entonces gobernador de Guerrero, quien fue muy amigo de Porrúa, ‘‘me mandó pedir el manuscrito con la intención de hacer un prólogo y publicarlo; me negué en un principio por temor a que ya no me lo devolviera, pero tanto me estuvieron enchinchando que se los di, y dicho y hecho: el libro nunca volvió.

‘‘Pasado el tiempo, mi gran amigo Andrés Henestrosa, de quien aprendí muchísimas cosas, entre ellas a ver y apreciar los libros, fue a Tixtla, Guerrero, invitado a dar un discurso. Al final del evento, Pepe (Ruiz Massieu) le dijo: ‘mira, te tengo un regalo’, ¡y era precisamente mi libreta! Andrés no dijo nada, sólo extendió las manitas.

‘‘Luego de unos días, Henestrosa me llamó: ‘Diablo (así me decía), ven a mi casa’. Cuando llegué, dijo: ‘ten, esto es tuyo, llévatelo’.

‘‘Así fue como regresó la libreta de Altamirano. No se quiso ir de mi biblioteca”, celebra Miguel Ángel Porrúa.