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Graciela Iturbide reúne 270 trabajos en su más amplia retrospectiva; hay 30 primicias

Cuando habla la luz, montada en el Palacio de Cultura Citibanamex, abarca más de 40 años del quehacer de la fotógrafa

Foto
▲ Fotografías de Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) incluidas en la exposición que se puede visitar en el recinto de Madero 17, Centro Histórico.Foto Alondra Flores
 
Periódico La Jornada
Viernes 23 de noviembre de 2018, p. 4

Graciela Iturbide fue sorprendida por la muerte descarnada, parada en medio del camino hacia el cementerio en Dolores Hidalgo. Por supuesto, la fotógrafa disparó con la cámara mientras acompañaba un cortejo fúnebre, el padre asustado cargando el cuerpo de su ‘‘angelito” en el pequeño féretro. Con el propio duelo a cuestas, un fragmento de su alma se quedó en las imágenes, junto a miles de pájaros en reposo infinito.

Cientos de pedacitos del alma de Iturbide son revelados e impresos en fragmentos bicolor de 16 por 20 pulgadas en plata sobre gelatina, gracias a la exposición Cuando habla con luz, en el Palacio Citibanamex, que abre en una amplía ventana a más de 40 años de trayectoria, sin obedecer al orden cronológico o a la geografía.

El curador Juan Pedro Coronel Rivera seleccionó en el archivo personal 270 fotografías, divididas en 20 módulos; más que temáticos, en realidad abarcan arquetipos que nacieron de un recorrido por toda su obra, la preparación de la muestra tomó un año. Destacan unas 30 primicias.

‘‘Traté de hacer que ella hablara por sí misma. Ir leyendo su propio lenguaje y trabajo”, no sólo el devenir histórico, sino el interior, sicológico, analítico, incluso metafísico de la artista, describió.

‘‘Entendió mi alma, captó quién soy yo”, dijo Iturbide sentada al lado del curador en conferencia prensa, horas antes de la inauguración anoche de una exposición única, consideró.

‘‘La cámara es un pretexto para conocer el mundo”, sostuvo antes de recorrer los centenares de imágenes tomadas entre 1972 y 2017, en su labor de exploradora por rincones de comunidades en México, desde el desierto de Sonora hasta el sur oaxaqueño en Juchitán. También Italia, Cuba, India, Hungría o Estados Unidos han sido algunos de los puntos del planeta capturados por su lente.

‘‘Soy analógica todavía”, respondió sobre su proceso, aunque su principal herramienta es la intuición. ‘‘Aquí me siento representada”, aunque ha cambiado de capturar al ser humano, al objeto o las piedras que ahora abundan en su obra. ‘‘Sólo tomo fotografías cuando me sorprendo”.

Autorretratos (algunos inéditos, como las fotoesculturas), mujeres en abundancia, pieles honestamente desnudas, máscaras y calaveras, elementos religiosos, reflejos en divertimentos, escenas urbanas y paisajes desolados coinciden en esta ventana en el palacio virreinal que comparte apellido con la artista.

‘‘La cámara me protege, no puedo vivir sin ella”, relató para un canal de televisión. Pero también la han cuidado sus personajes pintados con el obturador y diafragma. Con ellos ha vivido, pero antes se ha presentado como fotógrafa y pide permiso para ser observar y colaboran en complicidad. ‘‘Desafortunadamente en mi país que adoro ya no puedo ir a las zonas indígenas, por el narco –hay que decirlo, ni modo– y es muy peligroso salir”.

Su archivo sigue hecho un desastre, confesó, una de las consecuencias de la exposición que permanecerá hasta el 21 de abril de 2019.

‘‘Están para una foto”, exclamó antes, cuando a su llegada, como las parvadas de pájaros que tanto retrata, los fotoperiodistas la rodearon en el recinto de Madero, Centro Histórico, número 17 junto al antiguo portón de madera.

La imagen del hombre cadavérico no está en la actual conversación con luz. Aún le cuesta mostrarla, pues vivía atrapada por una obsesión. Pero sí están los pájaros de la muerte, que ese día le hicieron llegar el ¡ya basta! de continuar atrapada en el rastro del dolor. ‘‘La fotografía es como la prorrogación del alma”, habla Iturbide, habla la luz.