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Cambio de régimen
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ecapitulo para avanzar en la conversación. El signo central que define el momento actual es la ausencia de mecanismos de intermediación política y social.

El sistema de partidos está roto y, aunque es previsible y deseable que se reconstruya, no necesariamente serán los mismos actores políticos. El PRI necesitaría encontrar otra alma quizás hacia el lado de las visiones más tecnocráticas y liberales que exhibieron las administraciones de De la Madrid, Salinas y Zedillo. Pero el personal político que se mantiene añora el nacionalismo revolucionario a pesar de que ese legado lo extraviaron hace mucho.

El PAN dividido no encuentra su nueva configuración y dudo que la encuentra a partir de sus tribus en conflicto, algunas alejadas orgánicamente de ese partido. Quizás necesite como en los 90 de un fuerte influjo externo, que lo convierta bien sea en un partido más orientado a la democracia cristiana –aunque con la crisis alemana no tiene un modelo–, o bien a un partido claramente de derecha no liberal.

Morena no es un partido, ni partido-movimiento, ni movimiento-partido. Es una exitosísima coalición electoral que puede desenvolverse a través de diversas avenidas. Una de ellas, la más obvia, sería consolidarse como un partido parlamentario de izquierda. Tiene personal experimentado para ello, hay varios diputados y senadores con visión estratégica y claridad respecto al mandato para Morena derivado de las elecciones de 2018. Pero también hay en esa coalición electoral un fuerte componente de dirigentes y cuadros, regionales y locales, que se han formado al calor de luchas y movimientos sociales. Otra avenida a recorrer pudiera ser la de un partido de masas –con presencia electoral desde luego–, pero con mayor énfasis en las movilizaciones. Y también habría otra trayectoria –quizás la más relevante–, hacia la construcción de un partido impulsado y promovido desde el gobierno mismo.

Las representaciones sociales han sufrido enormes desgastes. Sea entre las organizaciones campesinas, los sindicatos obreros o de empleados públicos, las asociaciones empresariales o de profesionistas. Exhiben severos déficits de representatividad.

Los sistemas de inteligencia nacionales o extranjeros, privados o públicos guiados por sus propósitos geopolíticos o no, puede ser que tenga una mejor perspectiva de lo que ocurre en el territorio nacional, pero dudo mucho que compartan esas visiones salvo que sirva a un propósito específico como capturar a un criminal o defender una determinada inversión. En cualquier manera, juegan en forma turbia y a veces perversa, cierta intermediación política.

El proceso de implantar una nueva coalición hegemónica tendrá seguramente su punto culminante en el sexenio que se inaugura el próximo primero de diciembre. Habrá personal político diferente y élites económicas distintas. Pero también habrán integrantes de anteriores coaliciones. La hegemonía no es sólo instrumental, sino sobre todo cultural y por tanto lleva tiempo y transporta un sinnúmero de paradojas. Separar el poder político del económico no implica prescindir del poder económico, como ya es evidente, sino nuevas reglas y tal vez una que otra cara nueva. Por cierto, no entiendo la frase elevada a concepto de capitalismo de cuates. ¿Alguna vez en algún país ha existido otro capitalismo que no sea de compadres?

En resumen, la 4T es el procesamiento de una nueva hegemonía que comenzó a despuntar desde movimientos sociales, organismos de la sociedad civil, grupo empresariales, centros de educación e investigación; en tanto alternativas –y subrayo el plural– al pensamiento pretendidamente único.

Este proceso de nueva hegemonía confronta dos obstáculos mayúsculos frente a la inseguridad y la desigualdad, una exigencia ética y política frente a la corrupción y la impunidad. Pero todo articulado a través de un propósito central: recuperar el territorio nacional.

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