Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de noviembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Mar de Historias

De un día para otro

A

los niños, en la Feria del Libro Infantil

Apoya tu cabeza en mi rodilla. Descansa. Estamos haciendo nuestro último viaje juntas. Me cuesta mucho aceptar que pronto vayamos a separarnos. Si pudiera, lo evitaría, pero sé que es imposible. Además, es lo mejor para ti. Nunca pensé que te irías siendo tan chiquita: cuatro años y meses. No sé cuántos. Adiviné lo difícil de tu vida antes de conocernos porque, al principio de nuestra convivencia, cada vez que intentaba acariciarte retrocedías muy asustada.

Quise compensarte de los malos momentos dándote cuanto necesitan los seres pequeños para ser felices: alimento, abrigo, atención médica, juguetes, ropita. Más allá de eso, en todo momento te expresé mi cariño. Me gustaba besarte en la cabeza, con los labios pintados, para dejarte en la pelambre un pequeño mensaje de amor. A cambio de eso me regalaste compañía, dicha, ternura, experiencias divertidas que me devolvieron un poco de mi infancia y, en especial, comprensión.

Por simple instinto sabías en qué momento necesitaba más de ti. Para demostrármelo ibas a tenderte al lado de mi sillón. Durante algunos minutos permanecías quieta, sin hacer el mínimo ruido, pero después, como es natural, te cautivaban los rumores del exterior y te ibas corriendo hasta la puerta. Paradita en dos patas, arañabas la puerta con ánimo de abrirla y sumarte al trajín callejero hasta que al fin, viéndote derrotada, te echabas en el piso y dormías.

II

¿En qué sueñan los perros? No hay forma de saberlo. Me gustaría pensar que, al menos tú, en experiencias gratas, sabores nuevos, tus juguetes, tus amigos, nuestras caminatas, tu ropa. Al principio se me dificultaba ponértela, pero con el tiempo me facilitaste el trabajo por interés: aprendiste que la frase te voy a poner el suéter quería decir nos vamos de paseo.

En el trayecto íbamos encontrando a los perros que terminaron por convertirse en tus amigos. Estableciste la misma relación con sus dueños, casi todos vecinos. Cuando pasaban frente a la casa y te veían asomando la nariz por la reja se paraban a saludarte, a elogiar tu belleza o a decirte lo rápido que ibas creciendo. A partir de mañana, tarde o temprano van a notar tu ausencia y entonces me preguntarán dónde estás, si escapaste.

Esforzándome por contener mis emociones les diré la verdad: Lo que sucede es que de un día para otro empezó a llorar mucho, como si le doliera algo; rechazaba los alimentos y hasta los premios que eran su fascinación. La llevé con su médico y él me dijo que, dado que su enfermedad era incurable, lo mejor era ponerla a dormir aplicándole una inyección indolora. Después, allí mismo se ocuparon de la incineración.

El proceso tarda aproximadamente siete horas, según me explicó ayer el veterinario. Me aconsejó que no me quedara allí. Él me llamaría cuando todo hubiera terminado. Desde entonces no dejo de pensar en qué haré durante el tiempo de espera. Lo que sea, menos regresar a la casa y quedarme allí como si no estuviera ocurriendo eso. Separada de ti, mientras tu cuerpecito se va consumiendo, dudo mucho tener fuerzas para abrir la puerta y que no salgas a recibirme con tu alboroto y tus muestras de cariño. Sin que tú estés, encontraré huellas de tu presencia por todas partes: tus platos con restos de agua y comida, el suéter con moñitos, tus juguetes: el oso pardo, el dinosaurio multicolor, tu pelota de gajos, la borreguita blanca que mordías afanosa hasta que lograbas arrancarle su chillido simpático. Todos esos objetos –el oso, el suéter, el dinosaurio, tu pelota, la borreguita– sin ti serán tu más viva ausencia. No, definitivamente no volveré a la casa mientras tú...

¿Entonces?

III

Será mejor que me mantenga activa o busque la forma de distraerme para no imaginar lo que te está sucediendo. Tal vez decida refugiarme en un cine o en un café, volver al jardincito adonde íbamos los domingos para que chapotearas en la fuente con tus amigos: Ramón, Mina, Godiva, Pellizco, Orestes...

También puedo consumir parte de ese tiempo visitando a mi amigo Adrián en su librería. Sé que me entiende. Podré hablarle del dolor que me causará tu pérdida sin que me lo reproche diciéndome: Ves que el mundo se está cayendo a pedazos y lo único que te preocupa es tu perra, o dándome un consejo práctico: “No sufras. Si tanto vas a extrañar a Nube, consíguete otro perro.”

Nadie sustituye a los seres que amamos y tú eres para mí precisamente eso: un ser amado. Así que nunca serás remplazada, entre otras cosas, porque dudo encontrar un animal tan noble, inteligente y gracioso como tú. Desde que te vi en el parque, temblorosa dentro de una cajita de cartón, pensé en adoptarte. Sabía que ibas a ser una compañera maravillosa y no me equivoqué.

Mi error contigo fue no pensar en la posibilidad de nuestra separación. Es ya inminente. Me consuelo pensando que con eso te evité una larga y desesperanzada agonía. Ya estamos muy cerca del hospital. Aunque quiera, no puedo llevarte hasta allá en mis brazos: temo lastimarte. Llamaré al enfermero para que me ayude. Lo seguiré hasta el consultorio. Traje la cobija que te gusta para cubrir con ella la mesa donde te vacunarán. La he visto: es de metal. Supongo que estará helada y no quiero que sufras esa incomodidad.

No tengas miedo. Me quedaré todo el tiempo contigo. Antes de que el doctor proceda le pediré que me deje unos momentos a solas contigo. Como lo hago ahora que dormitas sobre mi rodilla, quiero acariciarte, recordar momentos felices y agradecerte lo mucho que has significado para mí. Luego tendremos que separarnos, pero sólo físicamente. Seguiremos juntas: no voy a olvidarte. Una última cosa: cada vez que mire una nube blanca pensaré que eres tú, sana y feliz, jugando en el cielo de los perros.