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Ver día anteriorLunes 15 de octubre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El papel del pueblo
E

n estos días, quizá en estas semanas, el tema álgido, viral, según vocablo de moda, será el de la consulta sobre el aeropuerto que está a medio construir; qué digo, a una quinta parte de construir en el antiguo lecho del lago de Texcoco. La atención de la opinión pública estará pendiente de este crucial tema, el de la consulta, en íntima relación con otro de más raigambre en el lenguaje y en la tradición política, se trata de la democracia y de sus ramificaciones, avances y progresos.

La democracia según su etimología, que supongo todo mundo conoce, es el gobierno del pueblo; Abraham Lincoln agregó dos ideas básicas para perfeccionar la definición nominal, no sólo gobierno del pueblo, sino para el pueblo y por el pueblo. Ha sido una fórmula alabada y criticada, elogiada hasta colocarla como valor supremo de la vida colectiva, pero también acotada por estudiosos menos ­idealistas y por políticos prag­máticos, como una simple fórmula para tomar decisiones colectivas; si no hay acuerdo o consenso en ­ciertos temas, simplemente se cuentan las opiniones en favor de alguna de las alternativas y la que tenga más votos es aceptada por todos como válida y obligatoria; una decisión así, obliga lo mismo a ausentes que a disidentes.

Hay que aclarar que la democracia no sirve para todo; verdades científicas, doctrinas filosóficas o creencias religiosas, no pueden ser sometidas a votación, ni las mayorías en estas materias, están legitimadas para imponer sus criterios a las minorías. La democracia sencillamente sirve para escoger personas que ocupen algún cargo en la comunidad, generalmente cargos públicos, o para tomar decisiones políticas. La sabiduría de nuestra Constitución en su artículo tercero, da un paso más adelante, pues al referirse a la educación, establece con un bello lenguaje, que la democracia no es solamente una estructura jurídica y un régimen político, sino algo más, un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.

Para que haya democracia, han dicho los que saben, se requieren cuando menos dos presupuestos indispensables, la libertad y la información. Los votantes al ejercer su derecho a sufragar, deben hacerlo sin limitaciones a su voluntad, no pueden ser obligados ni forzados en favor o en contra de alguien; la fuerza, la amenaza, el temor son incompatibles con las decisiones democráticas; pero también quien decide debe estar informado. Para elegir es necesario conocer cualidades y virtudes, defectos y errores. No es válido elegir a ciegas ni bajo engaño, votar correctamente requiere votar en libertad y con conocimiento.

Los monjes de la Edad Media, en sus capítulos para elegir al superior de la orden, inventaron el voto secreto para evitar el voto por compromiso o por temor; las legislaciones modernas han desarrollado una infinidad de reglas para garantizar que los votos sean libres, iguales, informados y exentos de coacción. Las amenazas, las mentiras, las calumnias contra los candidatos, las falsificaciones, impiden que las elecciones sean democráticas; en México con muchos trabajos hemos avanzado un poco en este proceso, después de dos siglos de convocar a elecciones por segunda o tercera vez estamos ante un proceso nacional en el cual el resultado corresponde a la voluntad popular.

Apenas ahora hemos logrado que funcione lo que se llama democracia representativa. El artículo 40 define a nuestra República, precisamente como representativa, democrática, laica y federal; sólo que corrientes muy diversas han señalado que la democracia puramente representativa se queda corta, en ella los ciudadanos son convocados cada cierto tiempo a que emitan su voto en favor de personas y partidos y ahí termina su participación, no se les vuelve a convocar hasta la siguiente elección, que es casi siempre varios años después; mientras, los gobernantes electos deciden a su gusto y arbitrio.

Los críticos de esta forma de democracia abarcan todo el espectro político –marxistas, democristianos y socialdemócratas–, han dicho que el paso siguiente debe ser la democracia directa cuando esto sea posible o la democracia participativa; en ellas, los ciudadanos opinan, resuelven y son consultados siempre que se trate de asuntos fundamentales. En Mé­xico hay muchas propuestas en ese sentido, pero no han cuajado en reformas legislativas aplicables a nuestra realidad; la legislación más reciente en esa línea ha sido la Constitución de Ciudad de México, cuya vigencia está en sus primeras semanas.

Someter a consulta popular el tema del aeropuerto será una experiencia participativa. Un político a quien frecuentemente se señala como propenso al autoritarismo, demuestra que no lo es al convocar al pueblo a opinar sobre un tema tan importante. Es incongruente criticarlo por eso, debemos celebrar que estamos avanzando de la democracia que tenemos a la democracia que queremos.