Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de octubre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El efecto mediático en los electores
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ratar de entender las decisiones de un presidente tan inescrutable como Donald Trump es una tarea más propia de especialistas en los misterios de la mente que de analistas en cuestiones políticas. A pesar de su errática conducta y sus exabruptos, un número no despreciable de electores continúa apoyándolo. Su conducta, para muchos incomprensible, para otros resulta normal y hasta loable. La realidad es que el apoyo del que goza el presidente de Estados Unidos no es producto de un fenómeno extraño ni misterioso, sino que es acorde con la naturaleza cultural y política de amplios sectores del electorado estadunidense.

De acuerdo con la información de varias empresas dedicadas a tomar el pulso de la opinión pública, una de ellas Gallup, en una muestra de quienes están registrados como electores en los 50 estados de la nación, 53 por ciento desaprueba el desempeño de Trump, mientras 43 por ciento lo aprueba. A pesar de su pronunciada caída en estados como Alabama, Georgia, Mississippi y Carolina del Sur, que él ganó con amplia ventaja, la mayoría del electorado en esos y otros estados lo siguen apoyando. La pregunta se repite: ¿cómo es posible que, a pesar de sus yerros, misoginia, racismo y un largo etcétera, siga recibiendo el apoyo de millones de posibles electores? Hay varias respuestas, no necesariamente excluyentes unas de las otras. Tal vez la de mayor relevancia tiene que ver con su cultura ancestral, una de cuyas características es el individualismo a ultranza y el rechazo a la intervención del Estado en la vida cotidiana, que él promueve con sinigual eficacia. Es una cultura que por generaciones ha predominado y que la religión, con el concurso de los medios de comunicación, ha acentuado. Con un discurso vulgar y tramposo, Trump ha manipulado esas características.

La religión, en sus diferentes versiones y estilos, ha sido el cemento que ha conformado el pensamiento conservador de millones de estadunidenses. La imagen de los presidentes tomando juramento en la Biblia cuando son investidos es sólo el ejemplo extremo de una nación que no atina a separar al Estado de la religión. Pero tal vez algo más práctico y menos complejo es la forma en que medios de comunicación como la cadena Fox de televisión, con sus cientos de repetidoras a lo largo de Estados Unidos, y Clear Channels Communications, dueña de aproximadamente mil 250 estaciones de radio, se han encargado de promover e incluso acentuar esas características culturales y, por añadidura, modelar la opinión del electorado. Se estima que ambos medios son los de la más alta audiencia en la mayoría de los estados del país vecino, particularmente en el medio rural. En ellos, personajes como Rush Limbaugh y Sean Hannity, ambos ultraconservadores y fanáticos promotores de Donald Trump, expresan aversión y desagrado en sus cotidianos comentarios y editoriales a todo aquello que consideran como liberal o favorable al Partido Demócrata.

Buena parte de quienes escuchan y ven diariamente largas horas de transmisión en esos medios aplauden las arengas y ocurrencias de Trump, quien repite una y otra vez las mismas mentiras, hasta convertirlas en verdades entre sus feligreses. Por ello, no debiera ser sorpresivo el apoyo con el que aún cuentan él y el Partido Republicano, al que Trump parece haber asimilado como una sucursal más de su imperio corporativo.

Todo este cuadro tiene un peso aún significativo en la importante, y al parecer inédita, coyuntura electoral que se aproxima. La pregunta que se hacen los observadores políticos es: ¿hasta dónde el efecto Trump permeará en la decisión del electorado para votar en contra o en favor de los candidatos republicanos? Vale tratar de despejar esa incógnita en las tres semanas que faltan para el primer martes de noviembre, cuando se celebrarán las elecciones.