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Los ausentes y su alcance
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ste domingo se abren las urnas de las más tensas, tumultuosas y enigmáticas elecciones presidenciales en Brasil desde un ya muy lejano 1961. Poco después –1964– vino el golpe militar que instauró una dictadura que sobrevivió a lo largo de largos, larguísimos 21 años, en que votar para presidente era un sueño lejano.

En 1985 le tocó al Congreso elegir, por el ‘voto indirecto’ impuesto por la dictadura, es decir, sin participación popular, al primer civil para ocupar la presidencia luego de 21 años. Y el elegido fue Tancredo Neves, un conservador abierto al diálogo. Ironía del destino, éste murió y asumió su candidato a vicepresidente, José Sarney, que a lo largo de la dictadura fue uno de sus defensores más activos.

En 1989 se retomó el voto popular luego de 28 años. Y el electorado cometió un tremendo error; eligió a un aventurero descabellado, Fernando Collor de Mello. Poco duró su mandato: en 1992, fue defenestrado por el Congreso, luego de un juicio –cargado de pruebas– por corrupción.

Luego de tanto y acumulado lío, hoy vuelven a abrirse las urnas, en una disputa marcada mucho más por las ausencias que por las presencias.

La primera ausencia es la del candidato de la ultraderecha, un capitán retirado y diputado desde hace 28 años, Jair Messias Bolsonaro. A lo largo de una larguísima carrera en la Cámara de Diputados logró el respaldo de sus pares para aprobar dos, sí apenas dos, de los 170 proyectos de ley que presentó a sus pares. Ejemplo de propuesta, que ni siquiera llegó a votación en el Pleno: obligar a que antes del inicio de cada jornada en las escuelas brasileñas se interpretara el himno nacional.

Su ausencia en la campaña que termina hoy, con la primera vuelta de las elecciones, se debió al ataque sufrido el 6 de septiembre, en una manifestación callejera: un desequilibrado le asestó una cuchillada que casi lo llevó a la muerte.

Con eso, ganó un espacio en los noticieros que de otra forma jamás hubiera alcanzado; transformado en víctima, se benefició de manera inesperada e impedido de comparecer a los debates transmitidos por televisión, escapó de las preguntas de adversarios y principalmente del peligro que estaría en sus respuestas. Ahorró al público de sus frases homofóbicas, racistas, misóginas y de su defensa exaltada de la tortura y la violencia. Ha sido un caso raro en que una puñalada se transformó en beneficio.

El segundo gran ausente es el ex presidente Lula da Silva. Luego de un juicio en que ha sido condenado sin prueba alguna, detenido en una celda desde abril pasado, su ausencia se transformó en presencia: determinó que el ex alcalde de São Paulo y su ex ministro de Educación, Fernando Haddad, lo representara en los comicios.

Cuando fue nombrado oficialmente por el Partido de los Trabajadores, el 11 de septiembre, Haddad contaba con escaso 4 por ciento de intención de voto. Tan pronto de supo que sería el nombre indicado por el ausente Lula, tuvo inicio una carrera que lo trajo, este domingo, a 25 por ciento.

Es verdad que sus seguidores esperaban que ese repunte se mantuviese, y que ahora existe preocupación a raíz de la reacción del candidato de ultraderecha. Pero se considera que la unión de fuerzas de izquierda y centro-izquierda en la segunda vuelta podrá significar el triunfo frente a Jair Bolsonaro.

Ausente, encerrado en una celda, Lula da Silva fue presencia decisiva en esa primera vuelta electoral que termina hoy.

Y, por fin, hay que considerar la tercera gran –y quizá la más determinante– ausencia en la campaña electoral: Michel Temer, el traidor que ocupaba la vicepresidencia de Dilma Rousseff y la remplazó luego del golpe institucional armado en el Congreso.

Político mediocre, de trayectoria irrelevante, al asumir la presidencia Michel Temer trajo un conjunto de mediocridades cuya única marca es la de la corrupción. Impuso medidas que, en términos prácticos, significaron un retroceso brutal en conquistas sociales alcanzadas no sólo bajo los mandatos de Lula y Dilma Rousseff, sino desde mucho antes.

Tanto él como los integrantes de su pandilla son olímpicamente rechazados por la mayoría inmensa de los brasileños. Su ausencia en la campaña electoral ha sido, en verdad, una presencia determinante.

Gracias a haber impulsado, y luego participado, del gobierno de Temer, el Partido de la Social Democracia Brasileña, el PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, quedó relegado, en el pleito de este año, a un humillante cuarto lugar. Su candidato, Geraldo Alckmin, ex gobernador de São Paulo, fracasó de manera rotunda, encerrando una disputa polarizada; PT de Lula versus el PSDB de Cardoso.

Si no ocurre una muy poco probable victoria de Bolsonaro hoy, mañana empieza otra elección. Y por primera vez en 24 años, el centro, representado desde entonces por el PSDB de Cardoso, estará eliminado.