Opinión
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México, en la encrucijada
L

a Revolución Mexicana (1910-17) y la rusa (1917-24) estremecieron a la humanidad. Sin la primera, inimaginable qué hubiera sido de nuestra América. Sin la segunda, quién sabe en qué mundo viviríamos.

Este mundo en el que muchas cabezas lúcidas dudan de que nuestros descendientes puedan sobrevivir en él. Y si lo consiguen… ¿quién se atreve a pronosticar cómo y en qué condiciones?

La Revolución Mexicana y la rusa estallaron cuando la idea de progreso llamaba al optimismo de capitalistas y socialistas. Pero, en costo de vidas, sufrimientos y bienes, ambas revoluciones fueron catastróficas y, también, inevitables.

¿Qué tanto es tantito cuando la esperanza de los pueblos gira en torno a la necesidad de cambios urgentes y profundos? O dicho de otro modo: ¿cuál es la máxima cuota de cambio radical que puede soportar una sociedad?

A inicios de 1994, el levantamiento de los indígenas zapatistas en Chiapas reanimó la ilusión de los pueblos oprimidos de México y el mundo. Sin embargo, a finales de 1995, José Emilio Pacheco lanzó la voz de alerta en uno de sus Inventarios más acuciosos:

El poder ya no está en la boca de los fusiles, sino en las computadoras de los bancos, capaces de destruir a un país en unos cuantos minutos (Proceso, 997, 11/12/1994).

Detengámonos ahí: ¿se adelantó el poeta a la suerte de los procesos emancipadores que, sin ser radicales, recorrieron Brasil, Argentina y Ecuador en años recientes? Y de haber sido tales procesos más radicales… ¿habría cambiado en algo lo programado en las computadoras de los bancos?

En proyección, los datos puntuales de la realidad real (valga la redundancia) anticipan que con las actuales reglas de una economía en manos de economistas y tecnócratas que son mafia pura y dura, estamos hoy mucho mejor que mañana. Cosa que el presidente electo de México sabe, y más aún cuando anunció que al final de su sexenio, desea que el pueblo lo recuerde como un buen presidente.

No obstante, en la referida columna Inventario (¡escrita hace 23 años!), el poeta vislumbró las cosas tal como se presentaban:

“El grito del salinismo a sus beneficiarios fue el mismo de tiempo de Luis Felipe de Francia: ‘Enriqueceos’. Enriqueceos a costa de empobrecer a los demás. El sueño mexicano de entrar en la modernidad y el primer mundo terminó en el mayor fracaso de nuestra historia. El daño moral que causó es tan grande como el económico. Nunca hubo una ambición más desmesurada ni un final más terrible […].

“En pocos años el neoliberalismo logró en México lo que el ‘socialismo real’ consiguió para Rusia en siete décadas: una sociedad con millones de pobres y unos cuantos millonarios, azotada por la violencia, la corrupción y la desesperanza. La codicia rompió el saco y abrió la caja de Pandora.”

Según la leyenda que Homero contó en la Ilíada, esa caja o ánfora fue el regalo de bodas de Zeus a su hermano, con prohibición expresa de no abrirla, pues contenía todos los males que aquejaban a la humanidad. Pero su mujer, la curiosa Pandora, la abrió liberando todos los males. Y cuando atinó a cerrarla, en el fondo de la caja sólo quedaba la esperanza. De ahí que la esperanza sea lo último que se pierde.

¿Podrá el gobierno electo cerrar la caja de Pandora, que en el caso de México fue abierta por el capitalismo mafioso y neoliberal?

Los que portan chapa de revolucionarios, aseguran que cualquier esperanza frente al poder real, carece de sentido. Pero el primero de julio, más de 30 millones de mexicanos sintieron que la esperanza podría, quizás, convertirse en el contrapeso idóneo para enfrentar a sus enemigos.

Cambiar algo no necesariamente equivale a posibilismo. Porque si a más de pan un gobierno efectivamente popular redistribuye el ingreso congelando, digamos, el precio de las gasolinas, junto con aumentos sustantivos en la escala salarial, lleva, en principio, las de ganar.

Por consiguiente, sólo un gobierno regido por principios básicos de solidaridad y justicia social podría evitar que el pez grande continúe devorándose al chico. Habrá que ver, entonces, si existe la voluntad y el coraje político necesario para impulsar los cambios que demandan 60 millones de mexicanos que fueron expulsados del tablero neoliberal.

Y lo que eventualmente falte (o falle) será lo que desde ya, habrá que reforzar para ser y tener.