Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de septiembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender a morir

Batis, su mejor lección

S

on bastantes las generaciones de escritores, poetas y editores que directa o indirectamente deben su formación y aun su vocación al incansable magisterio de Huberto Batis Martínez (Guadalajara, 29 de diciembre de 1934-Ciudad de México, 22 de agosto de 2018), quien con caótica disciplina y dispersa pasión dedicó su vida a enseñar, escribir, editar, amar y someter, a cuantos lo conocimos de cerca, al arduo afecto de su temperamento, tan tierno como colérico.

Nadie me advirtió cómo era Huberto, por lo que sobre la marcha y sin prevenciones lo fui disfrutando y padeciendo en los heroicos días del semanario La Capital (1969-70), lograda versión mexicana de The New Yorker, y última aventura editorial de ese temperamental personaje y agudo periodista que fue Alfredo Kawage. A ambos me los presentó otro maestro inolvidable, lleno de vocación y talento, Raymundo Ramos, a la sazón jefe de redacción de la revista hecha para la gente que aún lee, según rezaba su eslogan. Y sí, eran 82 desalmadas páginas con tipografía a 10 puntos y menos, magníficas ilustraciones, caricaturas y viñetas. Al poco tiempo Raymundo dejó la revista y trajo a Batis, quien, para colmo, se estaba divorciando de su primera esposa y, quizá a sugerencia de Ramos, me propuso que fuera su asistente. Así que con Kawage de director y Batis de editor, mi iniciación periodística fue inolvidable, por decir lo menos. Entrábamos a las nueve y salíamos a las dos de la tarde, de la calle de Ham-burgo a la Universidad Iberoamericana, donde Huberto daba clases y yo estudiaba comunicación, pero antes comíamos en casa de Beatriz Baz, su novia, y no siempre llegábamos al postre, no tanto por la premura como por el tono que alcanzaban sus discusiones.

Años más tarde (1980-81), siendo editor de la revista Vogue, tuve la satisfacción inmensa de corresponder a tantas enseñanzas de Huberto, invitándolo a colaborar y a escribir de lo que quisiera, al lado de José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Alaíde Foppa, Sergio Fernández y Margo Glantz, entre otras plumas. Cuantos aludieron al historial de Batis con motivo de su fallecimiento, ignoraron u omitieron ambas publicaciones, siendo que en éstas Huberto también enseñó y aprendió. Pocos meses antes de su partida le pregunté si había pensado en la autoliberación y respondió: para nada, aún disfruto de muchas cosas. Disfrutar, incluso de sus iracundias, creo que fue la mejor lección que dejó.