Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de septiembre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El movimiento contra el porrismo y la antidemocracia
L

os estudiantes han vuelto a presentarse en la escena política del país. Lo hacen, como siempre: con enjundia y fuerza, también con alegría y creatividad. Hay rabia e indignación por el ataque artero de porros contra sus compañeros del CCH Azcapotzalco y contra quienes se solidarizaban en la explanada central de la rectoría de la UNAM, que dejó varios heridos, dos de ellos estuvieron al borde de la muerte.

Pero no hay movimiento que sea igual a otro. A los estudiantes que conforman éste los acecha la violencia y temen por sus vidas. Son hijos de Ayotzinapa y del último gran terremoto, uno y otro acontecimiento los han marcado aunque aún no todos lo sepan. Por eso, cada contingente en la marcha del 5 de septiembre recordó a los 43 estudiantes desaparecidos, los nombró uno a uno y se hicieron acompañar por su recuerdo exigiendo justicia. Por eso, también son ordenados y levantan el puño para pedir silencio y para hacerse presentes, tal como lo aprendieron frente a los escombros el pasado 19 de septiembre.

Frente a la energía transformadora que se hace sentir con asambleas, marchas y paros, rápidamente se manifiestan las fuerzas conservadoras para conminar a los estudiantes a que se detengan, que ya está a la vista la solución a sus peticiones. Quieren que todo vuelva a la normalidad. Los estudiantes movilizados no parecen estar dispuestos a conformarse con lo mínimo. Eso asusta a quienes viven acomodados en una institución que se niega a reformar.

Pese a ese conservadurismo que lo acosa, este movimiento abre de nuevo la posibilidad de que la UNAM se vea en el espejo y descubra cuan vetustas y degradadas son sus estructuras de autoridad, sus formas y contenidos educativos, sus respuestas a los jóvenes que le dan razón de ser. A eso le temen quienes se apresuran a gritar que se busca desestabilizar a la universidad y deslizan teorías conspirativas para ver si logran que la mirada se dirija a otro lado, pero la omisión y deshumanización de sus principales autoridades está a la vista de todos.

Este movimiento exige la desaparición del porrismo y, con sagacidad, le preocupa que quede en unas cuantas medidas de maquillaje. En efecto, no hay duda de que se debe investigar a fondo, expulsar y poner a disposición de la justicia a quienes cometieron la agresión del lunes pasado, pero para extirpar ese nefasto fenómeno universitario, así como a toda clase de violencia, en particular la de género, es necesario mucho más, para empezar se debe esclarecer qué lo genera y reproduce incesantemente y cuáles medidas pueden en realidad acabar con esto.

Hay que tener memoria y recordar que los grupos de golpeadores que extorsionan y agreden a las y los estudiantes existen prácticamente desde el origen de la universidad en su forma actual, en particular desde el momento en que sus grupos de poder y el estatal concertaron la estructura de gobierno interno que quedó plasmada en la Ley Orgánica de 1945, con la cual la UNAM se organizó a partir de un verticalismo autoritario, refrendado con feudos de poder a imagen y semejanza de lo que también desde entonces caracterizaba al Estado mexicano. Tenemos más de medio siglo de sufrir ese flagelo.

Es esta institución educativa que alimenta una cultura antidemocrática y de desprecio a la participación de los jóvenes, a la que se adhiere esa costra que llamamos porrismo. Éste se conforma como producto social a partir del lumpen en que se hallan los sectores de jóvenes que es acompañado por la miseria y la injusticia.

Sin duda se trata de un fenómeno complejo, asociado con la descomposición social y la estructura del poder autoritario; una procrea a los porros, los alimenta, los reproduce de manera incesante, la otra los organiza, les permite hacer y los utiliza. Son, por eso, el vehículo del hostigamiento, de la violencia, de la corrupción y del intento permanente de controlar a los estudiantes, pero también en el momento necesario se ponen a disposición de quien los tolera y protege o quien mejor les pague para hacer lo que haya que hacer.

El porrismo no es, por tanto, resultado espontáneo o creación de fuerzas oscuras externas, por mucho que políticos o funcionarios del Estado los puedan también utilizar, como ocurre con cualquier mercenario. El porrismo es un componente funcional de la estructura del gobierno antidemocrático de la universidad. Está íntimamente imbricado con éste y le ha sido de gran utilidad.

Podrán expulsar a un puñado de supuestos porros, pero mientras no se alcancen cambios democráticos que acaben con autoridades incompetentes y arbitrarias, que combatan a las mafias que dirigen escuelas y facultades, mientras no se valore al estudiantado y se destinen recursos suficientes para ofrecer mejores condiciones de estudio, mientras no se genere un nuevo ambiente cultural, particularmente en esas zonas marginales donde están enclavadas muchas de las dependencias universitarias que más sufren la lacra del porrismo, éste volverá una y otra vez por sus fueros. Es hora de lograr cambios verdaderos.