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Comunicación, una prioridad
B

uscar el beneficio directo a la población por medio de la ciencia es uno de los temas en los que ha insistido recientemente la futura directora general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), Elena Álvarez-Buylla. Una de las herramientas indispensables para hacer llegar los beneficios de la investigación científica a todos los rincones del país, incluso, desde luego, a las comunidades más pobres, es la difusión del conocimiento.

Debo reconocer que en lo personal el término divulgación de la ciencia nunca me ha gustado, pues expresa un modelo unidireccional (del que sabe hacia el que no sabe, es decir, hacia el vulgo), mientras el concepto de difusión supone (al igual que en la termodinámica) un flujo multidireccional que permite que los mensajes de los diferentes sectores de la sociedad puedan incluso influir sobre los centros generadores de conocimiento.

Pero más allá de esta terminología, que ha llevado a los especialistas de nuestro país en este campo a adoptar –en una especie de consenso– el término de comunicación de la ciencia o comunicación pública de la ciencia (más por comodidad que por certeza conceptual), lo cierto es que se trata de una tarea con la que se pueden lograr en el corto plazo enormes beneficios para toda la población.

La difusión de la ciencia cumple una función educativa, pues permite hacer partícipes de los avances a todos los sectores sociales, independientemente de si tienen acceso a los sistemas educativos formales. Difundir las preguntas, metodologías, resultados de la investigación y sus posibles significados, cumple además la función de socializar el pensamiento científico, lo que proporciona herramientas a la ciudadanía para tomar decisiones basadas en elementos objetivos y racionales más allá de prejuicios o dogmas. Hace posible además compartir el placer que representa la comprensión del universo y lo humano.

También es la forma más efectiva de hacer partícipe a la población de los programas gubernamentales, pues en temas como la salud pública o la protección del medio ambiente, que requieren de la participación de la sociedad, es necesaria la información clara y con sustento científico de los mecanismos de acción de las enfermedades y las medidas para prevenirlas; o sobre los elementos que propician el cambio climático y las acciones que deben adoptarse para enfrentarlo, para citar sólo algunos ejemplos que podrían extenderse a temas como alimentación, seguridad y producción de bienes, entre otros.

En una entrevista realizada por Angélica Enciso (La Jornada, 10/7/18), la doctora Álvarez-Buylla dijo que en la construcción del nuevo Conacyt se debe aprovechar lo que está bien hecho. Tiene mucha razón. A mi juicio, uno de los mayores aciertos de la actual administración ha sido haber impulsado la difusión científica como parte integral de las políticas públicas para el desarrollo científico del país.

Así, se realizaron en 2014 reformas a la ley que fueron aprobadas en el Congreso (por unanimidad en el Senado y con un voto en contra en la Cámara de Diputados) que asignan al Conacyt la función de fomentar y fortalecer la difusión de la ciencia.

Lo anterior se ha traducido en acciones relevantes como incluir en las convocatorias para obtener fondos para la investigación, a la difusión científica. Por ejemplo, en la dirigida a proyectos para la atención de problemas nacionales, se solicita que se describan los posibles beneficios de las propuestas incluyendo entre ellos a la comunicación pública de la ciencia. Esto ha propiciado la aparición de un fenómeno muy interesante como la asociación entre científicos y comunicadores.

Otras actividades importantes son los programas de financiamiento a proyectos de comunicación de la ciencia, el apoyo a revistas de divulgación, y actividades como la Semana Nacional de Ciencia y Tecnología que ha reunido a miles de personas en el Zócalo de Ciudad de México y en otras entidades de la República, el Seminario Iberoamericano de Periodismo Científico y el premio anual a esta especialidad, así como los encuentros y reconocimientos a proyectos sobre planetarios y museos de ciencia.

Hay en lo anterior un sólido punto de partida para desarrollar una política de difusión de la ciencia en beneficio de todos los mexicanos. No puedo dejar de señalar la preocupación que produce la eliminación anunciada de las áreas de comunicación en algunas dependencias (que espero no tenga que ver nada con el Conacyt), justificada en algunos casos por la corrupción o por servir para ensalzar al funcionario en turno.

Las generalizaciones pueden ser muy riesgosas. No me imagino una oficina centralizada difundiendo en lugar de la Secretaría de Salud cómo enfrentar una epidemia, o ensayando cómo difundir la ciencia, tarea que debe quedar en manos de los especialistas.