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Futbol y literatura
A

primera vista, el futbol es un deporte que parece bastante alejado del dominio cultural. Cuando un evento es seguido con pasión, a lo largo y ancho del planeta, por centenas de millones de espectadores entusiastas, el evento se vuelve entonces un verdadero fenómeno que rebasa de lejos el círculo de las actividades deportivas e interroga sobre el sentido de una civilización. De hecho, es un revelador que puede también descubrirnos cuestiones claves tanto a propósito de nuestra sociedad como de nuestra cultura.

El escritor Albert Camus, autor de El extranjero, confió en varias ocasiones que debía mucho a lo aprendido cuando era joven y jugaba en un equipo de futbol como portero. La modestia de este excelente escritor es acaso preferible a la actitud de ciertos intelectuales que afectan considerar una pérdida de tiempo jugar con un balón, distracción indigna de sus altas preocupaciones espirituales.

‘‘Lo que sé de la moral, lo debo al futbol”, respondió Camus a un periodista que se asombraba de verlo seguir con pasión un partido de futbol, cuando acababa de recibir el Premio Nobel de Literatura. Un gol acababa de ser marcado y Camus exclamó: ‘‘¡No debe agobiarse de reproches al portero, es cuando se está en medio de la portería cuando se percibe que es difícil!” Una frase que podría aprobar nuestro gran guardameta mexicano Ochoa.

Albert Camus utiliza la palabra moral a propósito del futbol. ¿Qué pensaría hoy si tuviese la ocasión de seguir los partidos de la Copa Mundial que se llevan a cabo este año en Rusia? Es fácil imaginar que, como era su costumbre, sería a la vez indulgente y severo, admirativo en algunos momentos, indignado en otros. Un buen jugador puede realizar un gesto digno de un gran artista. Una pierna, un pie, una cabeza expresan en ocasiones una inteligencia excepcional. Camus, de origen modesto y popular, manifestó siempre el mayor respeto por esta forma de la inteligencia, de la cual da prueba la habilidad de un trabajador manual. Hay ingenio en la manera de construir los peldaños de una escalera. Camus prefería reservar su admiración a estos artistas auténticos y silenciosos a desperdiciar su tiempo escuchando las pláticas mundanas de los sofisticados salones literarios que rehuía.

Este escritor habla, pues, de moral a propósito del futbol. Hoy día se puede tener la seguridad de que no se privaría de considerar sospechosa la importancia excesiva del dinero en el ejercicio profesional de este deporte. El juego se ha vuelto un negocio, un business. La contabilidad de los financieros no obedece a las mismas reglas estéticas que posee el arte de un bello gesto deportivo. ¿Y qué diría Camus de los comediantes que se tiran al suelo y se tuercen de dolor justo en la zona fatal que les permite obtener un penalti? Tal vez diría que no hay nada qué decir. Sin grandes ilusiones sobre las virtudes de la especie humana, no vería en tal espectáculo sino una prueba más de la continuación del poder perpetuo de la mentira.

Desde hace algunos años, un nuevo fenómeno es la pasión que levanta este deporte entre cada vez mayor número de mujeres. Se ve aparecer muchos equipos de futbol femeninos. Es tentador imaginar qué hubiese podido reflexionar Camus al respecto, de haber vivido en la actualidad. Imaginar el pensamiento de un escritor, ex portero de futbol y amante apasionado. Acaba de publicarse la correspondencia de Albert Camus y María Casares. Hermosas cartas. El escritor y la actriz trágica compartieron una larga pasión amorosa. Lo que se desprende con certeza de esta correspondencia es la autenticidad de sus sentimientos recíprocos. No posaban, no fingían, se amaban. Acaso también en el amor, la moral que aprendió como portero en un equipo de futbol lo sostuvo y lo guió. Sea cual sea su naturaleza, lícita o prohibida, el amor es también una moral. Su única regla, condición esencial, es la de ser verdadero. Albert y María son un magnífico ejemplo.