Opinión
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La Muestra

El tercer asesinato

J

uego de mentiras. El único momento en que el espectador de El tercer asesinato, el enigmático thriller del realizador japonés Hirokazu Kore-eda, puede estar relativamente seguro de haber asistido a un hecho real es durante la primera escena que muestra, de modo muy gráfico, el asesinato de un hombre en un terreno baldío y la incineración de su cuerpo. A partir de ese crimen, cuya responsabilidad asume sin vacilaciones frente a sus abogados defensores el ex prisionero Misumi (Koji Yakusho), la trama detectivesca se dedica a difuminar las pistas y ofrecer diversas interpretaciones que confieren al protagonista una personalidad compleja que lo mismo puede se la de un implacable asesino a sueldo que la de un hombre bondadoso con ánimo de redentor. El también director de Nuestra pequeña hermana (2015) y De tal padre y tal hijo (2013), se aleja en esta cinta de sus tradicionales cuadros bucólicos de encuentros y desencuentros familiares para incursionar de manera notable en un género policiaco con tintes metafísicos. El tercer asesinato es, ante todo, una reflexión muy perspicaz sobre el ilimitado poder que tiene la justicia para decidir, con rectitud o sin ella, sobre el destino de un hombre, y la capacidad no menos sorprendente que este último muestra para confundir o burlar a quienes le interrogan o condenan.

Tan perturbador pareciera ser el poder de una mente criminal que el viejo aparato judicial al que alude el director japonés sólo concibe la pena de muerte para desterrar por completo la amenaza de una conducta reincidente (Algunos individuos no deberían siquiera haber nacido, sentencia un personaje), reprochando a algunos abogados defensores de criminales impenitentes el impedir que sus clientes asuman cabalmente sus culpas. En la cinta de Hirokazu Kore-eda uno de estos abogados, Shigemori (Fukuyama Masahari), intenta por todos los medios desentrañar el misterio de ese asesinato para el que el detenido Misumi ofrece motivaciones siempre cambiantes y en ocasiones inverosímiles. El criminal fue un empleado en una pequeña fábrica propiedad del hombre que ha asesinado, y de su crimen se desprenden tres motivaciones distintas: fue perpetrado en complicidad con la viuda del finado para cobrar un seguro de vida (como en Pacto de sangre/Double indemnity, de Billy Wilder, 1944), o para vengar el agravio de una persistente violación sexual incestuosa, o para librarse de responsabilidades en el turbio negocio de un falso etiquetado de mercancías en que incurriera el occiso. Esa espiral de embustes y verdades relativas no desanima, sin embargo, a Shigemori, quien, sin dudar de la culpabilidad de su cliente, ya sólo busca atenuar el castigo, procurándole una sentencia de cadena perpetua en lugar de la pena capital. Para tal efecto señala que todas las tácticas son válidas, pues en el mundo jurídico la estrategia legal decide finalmente lo que habrá de ser la verdad.

Aunque la trama parece compleja, Kore-eda, a la vez realizador, editor y guionista de la película, consigue presentarla de manera coherente y atractiva. El juego entre mentiras y verdades, tan fascinante como en una cinta de David Mamet (Casa de juegos, 1987), pone en evidencia las turbiedades de un poder jurídico y la frágil línea divisoria entre culpabilidad e inocencia, dejándole a los espectadores toda la libertad de encontrar o de suponer la verdad en este fascinante entramado de ficciones.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12:30 y 18:15 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1