Opinión
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La Muestra

Corazón silencioso

E

l veterano director danés Bille August (Pelle, el conquistador, 1987; Las mejores intenciones, 1992), propone en Corazón silencioso (Stille Hertje, 2014), la exploración emotiva de uno de los temas sociales de mayor relevancia en nuestros días: el derecho a una muerte digna. Su manera de abordar el asunto es colocando en el centro de una reunión familiar a la septuagenaria Esther (Ghita Norby), quien padece una enfermedad neuronal que en pocos meses habrá de impedirle valerse por sí misma. Lo que a su juicio y al de su esposo, médico y cómplice, parece más sensato es no esperar el momento en que, por invalidez extrema, ella no pueda ya abreviar sus propios días. Aprovechando la gran lucidez de que siempre hace gala y un sorprendente buen humor frente a la fatalidad que se avecina, Esther convoca a su familia más cercana y a una vieja amiga de tiempos escolares a que la acompañen durante un fin de semana a una celebración muy anticipada de la cena de Navidad, esa última ceremonia que para ella simboliza poner fin a su vida en un clima de armonía familiar.

Evidentemente, el asunto no es particularmente novedoso. En los años pasados el cine ha insistido en ese tipo de encuentros dramáticos y emotivos entre un enfermo terminal y los amigos o la familia que sentimentalmente lo arropan y acompañan. En este caso, sin embargo, la apuesta de Bille August y su guionista Christian Torpe ha sido ir a contracorriente de la noción de que sólo las personas desahuciadas conciben la idea o tienen el derecho eventual a recurrir a un suicidio asistido, eufemismo para la eutanasia. Como en la cinta francesa Mi última voluntad (La dernière leçon, Pascale Pouzadoux, 2015), la protagonista de Corazón silencioso elige simplemente evitar los sufrimientos próximos, y cuyos primeros síntomas se manifiestan ya insidiosamente. Esther busca no aceptar ni tolerar innecesariamente el infierno de su dolor y el sufrimiento cotidiano que éste generará entre sus seres más queridos. En Mi última voluntad la resolución era más radical aún: la protagonista de 92 años decidía terminar sus días, en pleno goce de salud, para evitar la decrepitud próxima.

Todo el interés de Corazón silencioso radica en la firme decisión moral de Esther y en la solidaridad que en un primer tiempo despierta entre algunos de sus familiares, y el recelo o el rechazo total que también se suscita en otros miembros del clan que, por diversos motivos, le niegan un derecho elemental que apenas conciben deber exigir algún día para sus propias vidas. Sólo un personaje en la cinta parece interpretar perfectamente los deseos de la enferma; se trata del más inadaptado de todos. Dennis (Pilou Asbaek), el marido de la hija menor de Esther, quien le proporciona el goce tardío de romper con la solemnidad y las convenciones en la jocosa escena en que ella y el resto de la familia ensaya olvidar las tensiones con un churro de mariguana. Luego de ese breve paréntesis divertido, la cinta vuelve a la gravedad de las circunstancias y los conflictos y reacomodos familiares se suceden de modo previsible y por momentos poco convincentes. El interés principal de la película no radica, sin embargo, en esos ajustes de cuentas entre parientes, sino en lo que finalmente los trasciende y nulifica: el derecho inalienable de Esther a tener una muerte digna. Y Bille August aborda esta última cuestión de una manera comprometida y honesta.

Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 12 y 17:45 horas.

Twitter: @Carlos.Bonfil1