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La escritora presenta hoy una trilogía que reúne 25 años de colaboraciones para La Jornada

El trabajo de cronista es una labor de amor: González Gamio

Es una biografía del Centro Histórico a lo largo de un cuarto de siglo, dice en entrevista

Comenzó a hacerla en la época en que Manuel Camacho Solís emprendió su rescate

Quería describir lo que pasaba, todas las maravillas que tiene, los palacios, calles y personajes

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Durante la charla, González Gamio explica que hace 25 años el Centro Histórico estaba muerto, porque daba miedo ir. Ahora ha ocurrido un verdadero renacimiento, consideraFoto José Antonio López
 
Periódico La Jornada
Domingo 10 de septiembre de 2017, p. 2

Prácticamente todo edificio, museo, plaza, palacio o casona del Centro Histórico ha quedado capturado por las palabras de Ángeles González Gamio, quien por 25 años ha escrito innumerables crónicas sobre sus calles y personajes.

Es una biografía del Centro Histórico a lo largo de un cuarto de siglo, celebra en entrevista la escritora con motivo de la reunión de sus textos en una trilogía publicada por Porrúa.

Los libros son una selección de trabajos surgidos entre 1992 y 2016 para su colaboración dominical en La Jornada. En ellos, es posible observar la restauración del corazón de la ciudad y su transformación.

Hoy domingo, al mediodía, la autora encabeza en el Palacio de Bellas Artes la presentación titulada La ciudad que me habita: trilogía que guarda 25 años de crónicas de la Ciudad de México. El trabajo de cronista es una labor de amor, proclama quien estará acompañada en la sala Manuel M. Ponce por colegas de esta filia, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, el poeta Vicente Quirarte y el periodista Héctor de Mauleón.

La tarea del cronista es, precisamente, buscar en el tiempo para traer al presente lo que fue y lo que es de una ciudad, como es el caso de González Gamio, escribe precisamente Matos Moctezuma en el prólogo del tercer volumen, Tesoros y secretos de la Ciudad de México y algunas más, que salió de la imprenta en 2016.

Las pesquisas y la escritura comenzaron en una época en que las calles de la urbe estaban invadidas por ambulantes, las casas deterioradas y en terrible abandono, con la vigencia del decreto de congelación de rentas. Ahí ni me paro, es un asco, huele a orines, recuerda González Gamio que la diva María Félix le respondió a Jacobo Zabludovsky en una entrevista.

Con el programa de rescate, impulsado por el entonces regente de la ciudad Manuel Camacho Solís, se creó un fideicomiso que ofrecía incentivos fiscales y asesoría técnica para recuperar los edificios en el primer cuadro.

La gente no quería ir al centro, recuerda la abogada de formación. Se me ocurrió la idea de empezar a escribir estas crónicas para describir y contar lo que estaba pasando, con todas las maravillas que tiene, los palacios, las plazas, las calles y personajes.

Las vivencias están juntas en tres libros, relatadas como una invitación de paseo. Y al final con la recomendación de un lugar cercano para comer, puede ser una fonda, un restaurante, una cantina, hasta una pulquería.

Sorprende la transformación, cuenta en la entrevista, que incluye un pequeño recorrido por las fuentes de la Alameda y el Hemiciclo a Juárez. Entre el resplandor del mármol del monumento coronado de laureles, surge la anécdota del ex templo de Corpus Christi –al otro lado de la calle–, primer convento de indígenas caciques donde como voto se les pedía no beber chocolate, ¡vaya sacrificio!, exclama González Gamio.

Durante la charla explica que hace 25 años el Centro estaba muerto, daba miedo ir, en la noche ni te digo. Ahora ha ocurrido un fenómeno maravilloso, considera, un verdadero renacimiento. Los domingos no se puede caminar por la calle de Madero; si vienes en la noche está invadido de gente joven, me encanta cómo se han apropiado del Centro.

La fascinación por estas calles revividas y por la piedra que las construyen viene desde la infancia de Ángeles González Gamio, quien al lado de su abuelo, el arqueólogo Manuel Gamio, oía las historias de la ciudad que se encontraba en el subsuelo, los templos y tzompantlis que permanecían de la antigua Tenochtitlán. También de su padre, quien era periodista en Excélsior, y cuando lo visitaba en su oficina, a unos pasos de la Alameda, le hacía notar los detalles de las fachadas de los viejos palacios.

Siempre he adorado el Centro, pues creció con él en su corazón y es parte de su biografía. Por ejemplo, lugar de los primeros amores al estudiar la preparatoria en San Ildefonso, después trabajó por 30 años entre esas calles, en el Palacio de los condes de Heras y Soto, en la esquina de Chile y Donceles, también en la Capilla de San Francisco, ahí, cerquita de la Alameda. Toda mi vida ha estado en el Centro, incluso ahora, que tiene su oficina en un edificio frente al parque más antiguo y tradicional de la ciudad.

Sus libros también han abordado otros sitios, como Iztapalapa, Azcapotzalco, Milpa Alta o Mixcoac, donde, comenta, hay aproximadamente 40 cronistas; gracias a ellos he conocido cosas maravillosas de esos lugares, que luego han quedado inscritas en sus artículos, con sus respectivas referencias culinarias.

En el libro más reciente también se incluyen sus observaciones de diversos lugares del país, que ha conocido gracias a su labor en el Seminario de Cultura Mexicana, del que es miembro desde hace cuatro años. Este México es un lugar tan extraordinario que no hay un sitio, por pequeño que sea, que no tenga algo maravilloso: una iglesita, un puente, un acueducto, y algún platillo especial.