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¿La Fiesta en Paz?

Salvador Allende, por ejemplo

Candidatos ¿ataurinos?

E

n el fondo, el problema reside en la carencia de persuasión, ese olvidado arte de persuadir, de convencer y mover a uno o a muchos, con razones sólidas, argumentos sustentados, sentido común y palabras tan intensas como claras, a creer en algo y a actuar en consecuencia. Haber degradado el arte de persuadir al recurso barato de adular y atraer con poses y gestos que sustituyen a las ideas y a una elemental empatía –ponerse en los zapatos de los demás–, echó al cesto de la basura la belleza de la elocuencia ideológica, habida cuenta de que la palabra se volvió indigesto algodón de azúcar en las relaciones humanas, políticas y taurinas, desde luego.

Fue el presidente chileno Salvador Allende quien en su única visita a México, a finales de 1972, nos recordó, con fogosa delicadeza, lo que era el talento oratorio y el don de la persuasión. A sus 64 años tenía la fogosidad de un joven y la convicción de un hombre maduro comprometido con sus ideas de justicia e igualdad en la democracia. Era preparado, elocuente, emotivo, didáctico, ubicador, idealista, comprometido, cálido, espontáneo y a la vez ingenuo, ya que menos de nueve meses después vería truncados sus sueños de un Chile bien diferente, gracias a la traición de sus ambiciosos colaboradores y a la obsesión de dominio del fascismo gringo que, por calculada coincidencia, transcurridos 28 años del golpe de Estado y bombardeo al Palacio Presidencial de La Moneda, en Santiago, montaría su numerito del ataque a las Torres Gemelas, en Nueva York y otros puntos supuestamente claves.

Porque ese es uno de los rasgos más evidentes de los poderes ilegítimos o inauténticos: su patológico temor a la palabra que denuncia y lo exhibe. Por ello, desde siempre ha promovido trivializar el habla, premiar a los que lo alaban y asesinar a los que le estorban. Pretenden olvidar, estos asesinos de la inteligencia ética, que sin la palabra veraz se debilita el corazón humano y se socava a la sociedad, con las consecuencias que hoy padecemos la mayoría, a merced de locutores, comunicadores y conectores... a modo.

Un gringo pensante –quedan algunos–, Ambrose Bierce (1842-1914), habituado ya a las deficiencias parlantes y parlamentarias de la clase política, en su Diccionario del Diablo define: “Oratoria. Conspiración entre el lenguaje y la acción para defraudar al entendimiento…”. Y más adelante estas enunciaciones aplastantes: Política. Conflicto de intereses disfrazado de lucha de principios. Manejo de intereses públicos en provecho privado.

Y Político. Anguila en el fango primigenio sobre el que se erige la superestructura de la sociedad organizada. Cuando agita la cola, suele confundirse y creer que tiembla el edificio. Comparado con el estadista, padece la desventaja de estar vivo. Entendimiento defraudado, quizá esa sea la falta más grave de la clase política, mundial, claro, pues ya se sabe que mal globalizado, consuelo de globalizonzos.

El próximo 4 de junio habrá elecciones para gobernador en el estado de México. Poco o nada se sabe de las simpatías o antipatías taurinas de los señores candidatos, no se diga de sus deficiencias oratorias. Salvo un libro sobre el Faraón de Texcoco publicado durante la gestión de la profesora Delfina Gómez, candidata de Morena, y la manifiesta simpatía de Josefina Vázquez Mota, aspirante panista, por Silverio Pérez en vida de éste, no se sabe más. La idolatría por El Compadre es vigente; defraudar el entendimiento, parece que también, dados los argumentos y propuestas de los contendientes.