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Toros

Faenas meritorias de Castella y Roca Rey; El Payo, dispuesto pero sin suerte

Otro encierro bien presentado pero manso, ahora de Los Encinos, en la corrida 12

Lucida actuación del rejoneador Jorge Hernández con toro de El Vergel

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Periódico La Jornada
Lunes 30 de enero de 2017, p. a35

Uno de los factores que han alejado al público de las plazas de toros es la disminución de la bravura en aras de la fijeza y movilidad de las reses para que las diestros que figuran realicen faenas bonitas más que emocionantes. El espectador común acepta entonces pagar por ver escenas estéticas más o menos memorables, pero no por emocionarse ante embestidas que notoriamente exigen ser sometidas, so pena de exhibir la falta de dominio del diestro.

En la duodécima corrida de la temporada 2016-17 en la Plaza México, la nueva empresa repitió a tres diestros que interesan: el francés Sebastián Castella –33 años y ya 16 de alternativa–, el queretano Octavio García El Payo –27 años y ocho de matador– y el limeño Andrés Roca Rey –20 y año y medio– y a un rejoneador cuyas cualidades han sido inversamente proporcionales al tiempo transcurrido y al aprovechamiento por parte de las empresas, Jorge Hernández Gárate –32 de edad y 12 de alternativa–, tercera generación de los toreros potosinos de a caballo Hernández y quien si hubiese acertado con el rejón de muerte se lleva una oreja.

¿Es ligereza calificar de manso un encierro tan bien presentado como el de ayer de Los Encinos? ¿El esfuerzo e inversión del ganadero obligan a una aprobación a priori de sus astados? ¿La casta se mide ahora por el número de muletazos sin importar los puyazos? ¿Para qué conservar entonces la sanguinolenta y aparatosa suerte de varas si todo se reduce a un encuentro de trámite con el caballo? ¿La estética de salón sustituyó a la ética ante la bravura sin adjetivos? ¿Qiénes exigen toros ideales para faenas convencionales? Mandar a plazas de primera toros con edad y trapío, ¿es obligación o asombrosa excepción

Esas y otras preguntas me hice mientras transcurría una corrida en que los más de los bureles eran corridos desde el callejón por unas desacostumbradas cuadrillas –23 años de novillones engordados tienen sus resultados–, los toreros daban pases y más pases sin que a la postre pasara casi nada, y un público que hizo quizá la mejor entrada del desairado serial se esforzaba por gritar ole a faenas más o menos estructuradas.

Sebastián Castella sigue sin evolucionar una vez dominada la técnica, característica de la mayoría de los toreros que figuran, mal acostumbrados a un ganado más complaciente que exigente. Con su primero, claro y con recorrido pero sosillo, hizo cuanto pudo pero dijo poco, sobre todo por un lado izquierdo de dulce. Dejó una estocada defectuosa y escuchó un aviso mientras el toro era aplaudido en el arrastre. Y con su segundo, un arrogante y noble cárdeno claro que como sus hermanos recibió un puyazo, instrumentó unas chicuelinas eléctricas y logró acompañar la lenta embestida en tandas más vistosas que emocionantes. Cobró una estocada muy trasera y le concedieron dos orejas.

El Payo trajo al santo de espaldas, no sólo por las condiciones de su lote –dos pasadores sin trasmisión– sino porque su recia tauromaquia que en el cite adelanta la muleta para darle más hondura y mando a los pases requiere de un toro con más fondo y exigencias.

El encastado diestro peruano Andrés Roca Rey se topó con un lote deslucido al que no obstante hizo lucir en variados quites, llevándose merecida oreja de su primero por sensacional volapié. Inconforme regaló uno de Los Encinos de descompuesta embestida, pero como me dijo una tarde en Tlaxcala: En esto hay que hacer sentir, aunque sea enojo, pero hacer sentir. La enfadosa realidad es que sin bravura apenas se puede sentir en la llamada fiesta brava.