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El mejor disco de los Rolling Stones
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Periódico La Jornada
Sábado 17 de diciembre de 2016, p. a12

Una mansa lluvia cae.

Moja mi epidermis. Humedece el pensamiento. Permea mi espíritu. Resbala, repta, camina sinuosa la lluvia convertida en bruma.

Little rain

Así se titula la décima pieza del mejor disco de los Rolling Stones: Little rain.

Está construida en apenas siete versos y contiene el universo entero. No es un haikú pero responde a la meditación zen, dibuja el mundo en trazos mínimos, nos transporta.

A little rain fallin’
A little clock keep away the
time

A little rain fallin’
A little clock keep away the
time

Well now, a little rain keep
a-fallin’

On this little love of mine
Little flowers open
Little birds keep
a-singin’tune
A little rain fallin’….
Una mansa lluvia cae.

Cada verso nombra en diminutivo a la lluvia, al reloj que se lleva el tiempo, a mi amor, a las flores que abren sus pétalos, a las aves que entonan melodías de encantamiento. Pero ni lluviecita ni relojito ni amorcito ni florecitas ni petalitos ni avecillas. Ni madres. Nada está dicho en diminutivo. Todo está en superlativo. Porque una mansa lluvia está cayendo.

El verso “a little rain keep a-fallin’” desnuda la cuna donde nació, creció y ganó el premio Nobel el poeta Robert Zimmerman, cuya hermana del alma Patti Smith se rompió en escena cuando, en su representación cantó durante la ceremonia en Estocolmo una pieza cuyo título responde a la misma caligrafía de la pieza que hoy aquí y ahora nos ocupa: A hard rain is a-gonna fall.

Cada uno de los siete versos de esta obra maestra firmada por Ewart G.J, es decir prácticamente anónima, como lo es el arte de la caligrafía japonesa, que se traza con un pincel con tinta acuosa sobre el piso y en un instante se desvanece, lo dice, lo enuncia, lo cantila el señor Mick Jagger y uno lo imagina sosteniendo en su mano derecha el Grial.

Una mansa lluvia cae. Un reloj de herrumbre arrastra en su cojera el tiempo. Una lluvia muy ligera se acuesta. Mientras un reloj de agua arrastra el tiempo. Eso es, eso ocurre, y la lluvia en su liviandad no deja de flotar. En este mi íntimo amor. Donde las flores se abren de pétalos. Y las aves sostienen notas altas con sus melodías de encantamiento. Así es como la lluvia mansa cae.

Mick Jagger enuncia estos versos con elegante, dramática parsimonia y de esta manera ha conseguido el Grial. Y con él, Keith Richards y Ronnie Wood y Charlie Watts.

El nuevo disco de los Rolling Stones es el mejor que han hecho.

Ellos mismos se encargan de decirlo, por si hiciera falta. Como si después de escucharlo casi un centenar de veces en tan sólo pocos días, no nos dejara desmadejados, henchidos, embrujados.

Un centenar de veces en tan sólo pocos días no ha dejado de caer una lluvia mansa.

Blue and Lonesome se titula el disco número 23 grabado en estudio por los Rolling Stones y es el mejor que han hecho no solamente porque ellos mismos se dieron cuenta en el momento en que terminaron de grabarlo, de que ha-bían logrado por fin su obra maestra, sino también por una suma interminable de razones.

La primera de esas razones es la causalidad, aunque haya quienes digan que fue casualidad que estando grabando en el estudio un nuevo álbum con piezas de su autoría, sus Satanísimas Majestades hayan tomado el camino que siempre habían querido caminar hasta el final y encontrar la olla de oro bajo el nacimiento del arcoíris, y también el vórtice de El Dorado, y también las entrañas de La Meca y también la raíz del Árbol Bodi donde se iluminó el Buda, y también la piedra filosofal, y también las materias primas con las que se construyó la Proporción Áurea, y también el alfa, y también el omega. Y también, helo aquí, porque lo sostienen exultantes en sus manos, el Grial.

Y es por eso que grabaron 12 piezas maestras con las que nacieron, crecieron y se convirtieron en leyenda y cumplieron medio siglo de grabar discos en estudio y enloquecer a multitudes con sus conciertos en vivo en todos los rincones del planeta y sus obras se convirtieron en himnos de lucha y resistencia y se cantan en el lecho de amor, en una jornada dura de trabajo, en medio de la multitud en el transporte público, en los labios del otro mientras un beso nos brinda la satisfacción que a muchos se les niega.

El nuevo disco de los Rolling Stones es el mejor que han hecho, también, porque en él hay todas las respuestas, todas ellas positivas: el I can’t get no satisfaction se transforma en deseo cumplido; el You can’t always get what you want deviene plegaria respondida. Las Honky Tonk Women, todas ellas, danzan rondas rodeadas sus sienes con cadenas de flores, sus faldas floridas se levantan al viento, sus sonrisas convierten en arcángel ascendido al ángel caído que abandona los versos de Symphaty for the Devil, pieza emanada de la novela El maestro y Margarita, de Bulgákov, para volverse melopea en Ángel, éinyel, esa canción de amor que era emblema de los poderes de Cupido de Mick Jagger, quien ahora es todopoderoso porque cuando cantila las melopeas del track 10, Little Rain, del nuevo disco de los Rolling Stones, el mundo cambia, subyugado por una

mansa lluvia que cae

Una mansa lluvia cae y el reloj umbroso se lleva el viento con su diapasón, con su clepsidra del polen de las flores que han abierto sus brazos y sus piernas a mi amor y las aves entonan himnos a manera de suspiros

una mansa lluvia cae y mi epidermis tiembla, me habita, me calcina y cuando Jagger dice: las flores abren sus brazos, el sonido del bajo y el tamtám profundo del tambor me sumergen en el sueño más profundo donde Orfeo ya no es Orfeo, es Mick Jagger quien ha salvado a Eurídice, siendo Eurídice El Resto del Mundo y

una lluvia mansa cae y uno se percata de que el disco no es solamente esta frase pero la mera enunciación de esta frase vale por todo el disco, porque cuando suena uno tranquilamente puede apagar el aparato y dejar fluir. Es suficiente con decir:

una mansa lluvia cae

como Robert Zimmerman cuando en su trilogía por la que le otorgaron el Premio Nobel de Literatura dice, simplemente:

I’a walking

Walking with you in my head

pero el nuevo disco de los Rolling Stones no está constituido por un solo verso:

little rain fallin’

sino por 12 piezas magistrales, 12 blues clásicos donde amamantaron los Rolling Stones y ahora, medio siglo después, logran la transfiguración, evolucionan y mediante la epifanía más fulgurante, dejan de ser los Rolling Stones para convertirse en músicos anónimos, es decir, músicos de blues y sonar como nunca habían sonado, porque la batería de Charlie Watts no se parece en nada a todos los discos anteriores y ahora sus batacazos suenan a relámpagos, a golpes de hacha en medio del bosque a medianoche, a Walpurgis y tan anónimos que un músico que andaba por ahí, en el mismo edificio donde grababan los Stones, fue invitado a palo-mear, a tocar en dos piezas y todos nos damos cuenta de inmediato de que es la guitarra del tal Dios, es decir, de Eric Clapton y eso es bueno y es malo porque si bueno es porque tiene un estilo inconfundible y si malo porque no se pudo metamorfosear como los Stones en músico negro de blues, es decir volverse anónimo y las 12 piezas dibujan el vasto mural del universo blues: alegría, suspiros, dolor, mal de amor, nostalgia, fe, desesperación (me siento tan cansado, pero tan cansado, que me voy a tirar al llanto, canta Mick Jagger en el track final, el 12, mientras se le quiebra la voz igual que se rompe en dos el gigantesco buey que sacrifican de un hachazo en el filme Apocalipsis Now), confianza, amor, mucho amor, historias anónimas y cotidianas, porque eso es el blues.

El blues es un estado del alma.

Keith Richards lo formula de manera muy ingeniosa: este disco lo hicimos en 50 años y lo grabamos en tres días, porque, en efecto, toda su vida los Rolling Stones han tocado blues, han anhelado el blues, pero no es sino hasta ahora que por fin lo logran verdaderamente y una prueba de ello es que si escuchamos, como yo que llevo días enteros y sus noches, una y otra vez, una y otra vez hipnotizados con la melopea embrujante del track 10, sentiremos cómo nos moja

una mansa lluvia que cae

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