Opinión
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Lanzamientos de disco
E

l disco, en su origen sólo fonograma, acompaña el corazón del melómano moderno. Hoy sus aplicaciones son múltiples. Adopta formatos o no-formas diversos (un disco duro ya no es, en rigor, un disco). Cambia. Ya fueron y vinieron kilómetros y kilómetros de cinta magnética, los diskets, compactos y microdiscos, las derivaciones bastardas, como el audiocaset. En la actualidad, el mercado del disco físico es una actividad pirata, muy practicada en México a escala de masas y entre audiencias especializadas. Los artistas suben sus discos a la red y sus lanzamientos ya no son olímpicos ni requieren tiendas para ser globales y simultáneos. Mientras languidece el brillante y alguna vez mágico cedé, retorna como exquisitez minoritaria el culto al vinil en su nueva reproductividad láser. Los viejos Larga Duración renacen como joyas en busca de diyéi.

Para llegar hasta aquí, el disco primero debió ser irrompible. Viajemos al siglo pasado, finales de los años 40. Una joven empleada, que algún día será mi madre, trabaja en la galería, librería y discoteca de don Alberto Misrachi, en avenida Juárez 4, bajos del edificio La Nacional, frente al merengue de Bellas Artes. Solía cruzar la puerta del establecimiento gente como Siqueiros, Arrau, Carlos Chávez, Orozco, Novo, Stravinski. Frida y Diego llegaban saludando: Salud y revolución social. El público de los conciertos en la acera vecina era su clientela cautiva. En aquel México no había mucho más, y para los gustos públicos el inmarcesible Mercado de Discos quedaba a la vuelta, en San Juan de Letrán.

Un día del ¿46?, ¿48?, la vendedora del área de música arrimó los obstáculos del pasillo y salió a la populosa banqueta de Juárez con un altero de discos contra el pecho. Sacó uno a uno de sus fundas (incluida la Novena de Beethoven) y los lanzó al aire. Los transeúntes se detenían. Pronto una pequeña muchedumbre contemplaba la demostración: No se rompen. No se rayan. No les pasa nada. Las ventas subieron significativamente. El patrón, de plácemes.

Se aproximaba el medio siglo de oro de la música grabada (los puristas no le conceden más de una década). La rápida masificación de la música reproducida catapultó un nuevo tipo de intérpretes: Elvis, Sinatra, Pedro Infante, Toña La Negra. Pasado y presente se unieron. Toda la música fue accesible por primera vez en la historia. Pero aún pasado 1960 el sonido era monaural, o mono. Un oído bastaba. La experiencia en vivo seguía insuperable. De la mano del nuevo rock (fenómeno proteico nacido del blues en Londres, Nueva York, San Francisco y Los Ángeles), en concordancia con la música concreta de Berlín y París y la industria de la ópera, los ingenieros desarrollaron la grabación y reproducción estereofónicas. Dos bocinas distantes con registros complementarios permitieron una nueva profundidad sonora: la atmósfera en la sala de casa se saturó como una sala de conciertos. Play it loud. Los hogares de clase media abrieron espacio a las voluminosas y apantallantes consolas; la música ocupó el centro de los hogares, aunque la televisión pronto le ganaría la partida.

Estaban dadas las condiciones para la consolidación del concepto álbum. El disco espacioso y su envase se complementaron para el mensaje. Una forma de arte devino dos. En 1967 The Beatles lanzan Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band y su repercusión es inmensa. Se vende como nada nunca antes. Bernstein y Von Karajan lo saludan. Se multiplican las pistas. Música, poesía y carisma visual caen en manos de una juventud estimulada que se reúne a escudriñar portadas jeroglíficas mientras escucha la canción estereofónica sin límite de género en el portal de un espacio sicodélico que estalla en sus cabezas. La música es la droga, y las portadas son parte del viaje. Pronto no hay banda seria que no acometa rockóperas como The Who, partituras subversivas como las Madres de la Invención, aventuras sónicas y líricas envueltas en arte como Procol Harum, Pink Floyd, King Crimson, The Doors, Jethro Tull, Yes. Diseña portadas para Velvet Underground y The Rolling Stones el mismísimo Andy Warhol; la primera de Janis la dibuja R. Crumb. Esto se debilitará en aras del mercado, y hacia 1990 precipitan su ocaso el disco compacto y su cajita. Cambian el sonido, la reproducción, la lectura. Lo analógico cede a lo digital.