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Armando Manzanero nos enseñó que la semana tiene más de siete días
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Elena Poniatowska, Carmen Beatriz López Portillo, Armando Manzanero y Sara Poot Herrera, en una imagen del archivo personal de la escritora
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laro que todos los mexicanos nacimos el día en que lo conocimos, querido lector, y ahora pensamos en él al apagar la luz porque no sabemos vivir sin pensar que somos sus novios. El próximo 17 de septiembre Armando Manzanero (ese chiquitito que no le hace al cuento, le hace a la canción) será nombrado Embajador de la Cultura Yucateca para el mundo entero y el 18 en la Ciudad de México en la Hacienda Los Morales. Entonces se echará unas rolas con el trío yucateco Los Juglares. Lo apadrina Carolina Cárdenas, quien a su vez apoyó al extraordinario Teatro Campesino de María Alicia Martínez Medrano. No cabe duda, Manzanero es un alux que viene del sur de Mérida y cuyo abuelo en Ticul nunca habló español. Un alux es un duende que hace travesuras. Llama a la lluvia y la ve caer aunque no estemos con él. Sentado al piano, canta y ha beneficiado a todo Yucatán. Es uno de los seres fantásticos que favorece a su península al construirle un altar de canciones que bien podrían titularse la casa del alux. Vuela al mundo entero y cosecha para México aplausos que son una milpa, un cenote, un Paseo Montejo, una larga hilera de henequenes, un terno blanco recién planchado con almidón, un agua de horchata que limpia el alma.

Con él aprendimos que existen nuevas y mejores emociones y que la semana tiene más de siete días. Vimos llover, vimos gente correr y confirmamos que paso a pasito la felicidad puede encontrarse hoy mismo con sólo desearlo porque basta llamarla felicidad hoy te vuelvo a encontrar. También pudimos cantar a voz en cuello adoro la calle en que nos vimos y aterrarnos con su NO rotundo, porque tus errores me tiene cansado, porque tus reproches me dan amargura, NO aunque me juraras que mucho has cambiado.

A Sara Poot Herrera, su paisana, a Carmen Beatriz López Portillo y a mí, Manzanero nos invitó a comer a un restaurante muy suntuoso. No nos preguntó qué queríamos comer; con su capacidad de mando pidió lo mismo para los cuatro. Nos regaló en una bolsita muy cuquita tres discos Manzanero, Big Band Jazz de México; desArmando a Tania, con Tania Libertad, su intérprete favorita, y Mosaico mexicano, con la Orquesta Sinfónica de Jalapa Tlen Huicani.

Armando, yucateco de hueso colorado, ha cubierto de gloria a Mérida, la más limpia, ordenada y segura de toda la República. Soy muy músico, dice para confirmar que en 2014 fue el primer mexicano en recibir un premio Grammy. Hoy, a los 82 años es el mayor compositor de nuestro atribulado país, el que lleva nuestra voz al mundo entero.

“Me gusta mucho el puesto de embajador de la cultura yucateca. Tengo muchos años y cinco matrimonios. Me hubiera gustado tener uno, con la que yo estoy casado ahora pero, lamentablemente, a veces uno recapacita tarde. La gente como yo no debe de estar casada, porque tengo un instinto de libertad empedernido. Soy de los que nada más ven un avión y quieren estar dentro de él, ven un ave volar y quieren ser parte de él.

“Agradezco mucho a las cinco madres de mis hijos que los hayan educado tan maravillosamente bien. En total tengo seis hijos. En primer lugar a mi hijo Armando, luego a Marianela, luego a Marta, luego a Diego, luego a Juan Pablo y luego a Marinca. Los de la primera camada viven en Mérida, los de la segunda, Marinca y Juan Pablo viven en la ciudad de México. Yo nací para ser el mejor padre del mundo, pero para marido dejo mucho que desear, no porque ande en busca de relajos, sino porque la música es la única pasión que he conocido.

“Finalmente he logrado hacer lo que he querido. No me quedé sin un deseo sin cumplir. Soy un señor inmensamente privilegiado y tocado por la mano de Dios, porque cuando era yo niño y escuchaba pegado a mi radio a la W, adiviné que algún día todos los grandes cantantes convivirían conmigo y grabarían mis canciones.

“El primero que me ayudó fue Luis Demetrio. El día en que no le llegó su pianista a Mérida, me fue a buscar a donde me estaban cortando el pelo debajo de una mata de zapote: ‘Necesito que me acompañes porque mi pianista no llegó’. Ese mismo fin de semana me ofreció: ‘El día que quieras vivir en México, yo te doy trabajo’. Estudié música desde los ocho años porque la tía abuela de mi madre era la directora de Bellas Artes de Mérida. Para los yucatecos, la cultura musical es como la sopa de lima. A Mérida llegaban grandes cantantes, grandes compañías de ópera, la Sinfónica. Estamos hablando del año 42. Quise tocar violín, pero de la Casa Veerkampf a ese Yucatán tan lejano llegó un violín SIN ARCO y el arco no llegó nunca. En ese ínter mi mamá encontró un piano desvencijado y cambió su máquina de coser por él. Empecé a tocar piano.

“Mi padre también vivió de cantar y dar clases de guitarra y yo traté a los mejores trovadores de la época romántica de Yucatán. Mi padre se llamaba Santiago Manzanero y mi madre Juana Kanché, sobrina nieta de un famoso musicólogo, Jerónimo Baqueiro Foster, autor de un solfeo. Todos en la familia tenemos la música por dentro.

“Toqué por primera vez en la emisora de Manuel Araujo, a un ladito del teatro Peón Contreras. A las nueve de la mañana, los domingos, cantaban los niños y yo los acompañaba al piano. En ese entonces tenía 10 años. Me pagaban con un vale para una lata de Nido, estaban promocionándolo porque, curiosamente, los yucatecos nunca bebíamos leche porque no había vacas en Yucatán, ¿verdad? Tomábamos chocolate con agua. Mi primera canción la compuse en 1950 y se llama Nunca en el mundo, que más tarde grabó Fernando de la Mora.”

–Y ahora a los 82 años, ¿qué sientes que te espera?

–A mí me espera aportar –como embajador de la música yucateca– y aunque suene un poquito oneroso, mi personalidad, mi prestigio como músico, el nombre mundial que tengo, a lo que tanto amo: a Mérida, Yucatán. En Mérida comienza toda la grandeza de mi estado.

–Armando, además de su agradecimiento por Mérida, ¿por quién más lo siente?

–Al amigo Luis Demetrio, quien hizo lo imposible para darme a conocer. Yo lo acompañaba y él me presentaba al público, decía que yo era pequeño de estatura, pero que mis dimensiones espirituales eran de coloso; en cada show hablaba de mí como si yo fuera mejor que él. También fui acompañante de Lucho Gatica, de Marco Antonio Muñiz, de Pedro Vargas, de Angélica María, de Olga Guillot y de tantos más. Viajé con ellos a Centro y Sudamérica, hice giras y más giras, me cansé de recorrer países, porque la vida de cantante es dura, cansada, sí, sí, durante 10 años no hice sino acompañar a otros; fui a Sudamérica 14 veces, a todos los lugares habidos y por haber donde existe el idioma español he estado un mínimo de 10 veces y una mañana del años de l967, amanecí y pensé: “¿Qué voy a hacer? Yo tengo que ver por mí, ser mi patrón, yo tengo que tener mi propia empresa, no puedo andarme ateniendo a nadie y ese día, a los 31 años, decidí lanzarme en grande como compositor.

Lo que más se me ocurre hablarle ahora, Elenita, es de la grandeza de la Sociedad de Autores y Compositores de México. Acabamos de venir Roberto Cantoral y yo de París de los 90 años de la Confederación Internacional de Sociedades de Compositores y nos reconocieron como la sociedad internacional latinoamericana más avanzada, con mejores sistemas de reparto y una manera de operar que sólo nosotros tenemos.

–He oído decir que son unos asaltantes de camino real.

–¡Claro que no! A través de 40 años de lucha hemos tenido maravillosos apoyos de las autoridades, porque la música siempre cuenta con un ángel. Sería raro encontrar a una persona a quien no le guste la música. Y menos hablando de compositores mexicanos que le han dado al mundo la música más bella.

–A Napoleón no le gustaba la música. Decía: Céssez ce bruit infernal y era chaparrito como usted. ¿Cuánto mide?

–Sin zapatos 1.54.

–¿Y con zapatos?

–Bueno, eso depende, ya ve que últimamente los hombres usan zapatos de tacón –plataformas–, y con eso he llegado hasta 1.58. Mire, yo nunca he tenido problema con la estatura. Abandoné los zapatos de plataforma porque a la hora de trabajar me resultaba muy incómodos y por eso uso zapatos normales. La mayoría de las veces canto sentado frente al piano porque el público me identifica con el piano, pero desde luego ya en los espectáculos grandes, cuando hay mucha gente de por medio, me paro, me pongo a conversar con las personas y hablo entre cada canción.

–Y ¿usted nunca ha tenido complejo de inferioridad por ser chaparrito? Se lo pregunto porque yo sí hice mucho tango…

–No, nunca. Mire, creo que soy un hombre privilegiado y un hombre de carácter, porque cuando pude haber tenido complejos por mi estatura, no tuve conciencia de ello, yo era una persona tan natural, tan normal que nunca me di cuenta realmente de mi baja estatura. Además, me desenvolví en un ambiente donde no contaba mucho eso, a mis padres a mis hermanos nunca pareció importarles, a mis amigos tampoco. En todo caso, me decían chaparrito por acá, chaparrito por allá, pero nunca una cosa que me llegara a molestar. Por eso no le tomé mucha cuenta, y cuando empecé a tener conciencia de que en realidad era yo una persona de menos estatura que otras, me dije a mí mismo: en mi caso ésta va a ser un privilegio; va a ayudarme en lugar de perjudicarme.

“Me di cuenta de que en los restaurantes o en las reuniones decían: ‘Mira, búscate a Manzanero. Mira, no te vas a equivocar. Es un muchacho bajito pero bajito. No hay pierde. Al más chaparrito que veas, ese es Manzanero’.

Mi estatura me identificaba. Sólo una vez un señor de apellido Rubio, director del centro nocturno en el hotel Alfer, me vetó por mi estatura. Chabela Durán, a quien yo acompañaba al piano, quiso que tocara solo en ese lugar. El señor me hizo una prueba: que tocara distintos ritmos, que leyera una partitura y luego otra, que leyera música, que acompañara a un cancionista romántico moderno y a otro de estilo diferente; todas las pruebas las pasé, pero Rubio le explicó a Chabela Durán, que yo no tenía presencia, que necesitaba un pianista con mayor estatura porque yo lucía muy poquito, aunque tocara muy bien.

–¿Y usted siente que luce muy poquito?

–¿Usted qué cree? El único problema que he tenido en mi vida por mi estatura fue ése y cuando pude tenerlo por tener más conciencia de la lucha por la vida, me cayó encima el éxito, pero un éxito enorme y el éxito en vez de hacerme una persona normal, como cualquier otra persona, me hizo una persona sumamente más importante. Recuerdo que en todos los países europeos en todos los sudamericanos llamaba yo poderosamente la atención. Definitivamente le estoy agradecido a mi estatura. Me hizo una persona sumamente notoria. Hasta la fecha me doy cuenta de que algunos compañeros se ponen lentes oscuros, se visten raro, entran y salen, se mueven mucho y, sin embargo, pasan inadvertidos. Yo no. Todos me reconocen por mi tamaño.