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En la lucha contra el Isis, la historia del islam es esperanzadora
E

l Colegio de Teología de Cercano Oriente de Beirut se alberga en un aburrido edificio gris y café cerca del mar Mediterráneo. Hace unos días el público, reunido en su teatro subterráneo, fue testigo de una de las más notables conferencias recientes sobre el islam antiguo y moderno, que –se advirtió ampliamente– pudo haber provocado que cualquier tonalidad de detractor religioso estuviera soplando y resoplando afuera, en la apropiadamente llamada calle Juana de Arco.

El orador fue el doctor Tarif Khalidi, uno de los más notables académicos del islam y traductor de la más reciente edición en inglés del Corán, cuyas obras anteriores sobre Jesús en la historia musulmana son tan recomendables como su nueva antología de literatura árabe.

El título de su conferencia era suficiente para sacudir al mundo: ¿Necesita el islam un Martin Luther King? La respuesta breve de Khalidi a esta pregunta fue: Sí, por favor, entre más Luthers haya mejor, a pesar de la violenta denuncia contra el islam de Luther. No quedó claro quién era peor para Luther, el turco terrible o el Papa terrible, y si va uno a criticar a cualquier religión más vale hacerlo en esa magnífica cascada que era su retórica.

Khalidi recordó la condena de Lucrecio a todas las religiones: Es tanto el mal al que la religión puede urgir a la humanidad. El mal ha sido muy obvio en estos días. Obvio para todas las religiones monoteístas, insistió Khalidi, entre ciertas sectas llamadas fundamentalistas y apocalípticas en Estados Unidos, entre colonos judíos racistas y fundamentalistas, entre miembros de Daesh (Isis) y otros aterradores grupos que están en nuestro vecindario.

Khalidi, palestino de abundante barba cuyo inglés tiene la precisión de T. S. Eliott, llamó a nuestra época actual la edad de la desiluminación, que debe llevarnos a estudiar cómo y por qué las religiones de vez en cuando pueden perderse y confundir el camino al paraíso con el del infierno.

Cada 100 años en la historia del islam, observó Kahlidi, surge un renovador de la fe –un mujaidín– que insufla a la religión con nueva vida. Las dos grandes alas del islam comenzaron sus carreras como movimientos reformistas: los sunitas pusieron énfasis en la importancia de la unidad de la comunidad, mientras los chiítas dieron mayor importancia a la integridad de los gobiernos. Cada ramificación de estas alas fue una forma de reconstrucción que ahora semeja dos grandes árboles con numerosas ramas.

¿La tarea más importante hoy? Desempacar las ideas del Isis y mostrar por qué y cómo este camino lleva al infierno.

Solía haber un genuino, si bien imperfecto, mosaico de tolerancia en el mundo islámico, señaló Khalidi, pero la ruptura y el desgarramiento de la tolerancia debe juzgarse como una farsa, una anomalía, una aberración histórica de proporciones épicas que tiene antecedentes propios.

Examinó a la rama Azariqa del siglo VII y al movimiento Khawarij del siglo IIX.

Mucho antes de que existiera el Isis, Azariqa condenaba a muerte a los infieles (kafir). El Azariqa necesitaba reclutas de su movimiento para matar a un prisionero para así probar su sinceridad. Consideraban legítimo matar a las esposas e hijos de sus enemigos, así como esclavizar a personas y violar a mujeres de religiones y sectas diferentes.

Khalidi se mostró un tanto aliviado por la tendencia que el Isis comparte con sus ancestros de disgregarse violentamente debido a su “literal y muy selectiva manera de usar la sagrada escritura tanto del Corán como del Hadith (los dichos del profeta Mohamed), así como su total indiferencia a la historia del islam, por no mencionar la filosofía islámica, la teología o las disertaciones del Corán”.

El máximo horizonte del pensamiento especulativo del Isis parece ser apocalítico y por ello la invitación a realizarlo mediante dramáticos actos de suicidio, mismos que los Khawarij llamaban vender su alma a Dios.

Debo agregar que la relevancia de esta cátedra teológica en Beirut fue dolorosamente evidente menos de 48 horas después, cuando no menos de ocho atacantes suicidas, casi seguramente del Isis y al menos ocho de ellos sirios, se hicieron estallar a unos mil 600 kilómetros de donde estábamos, en la aldea cristiana libanesa de Qaa.

La filosofía y la realidad violenta siempre están cerca una de otra en Líbano. Pero Khalidi también habló de dialéctica, de argumentos que los académicos musulmanes antes de la historia moderna discutían abiertamente sin imponer conclusiones finales, pues solían escribir Dios lo conoce mejor, en referencia a las escrituras sagradas.

En tiempos recientes ha habido cambios radicales, señaló Khalidi. El islam se invocó desde arriba, lo que permitió a los sacerdotes modernos poner conclusiones y visiones terminantes, como el islam prohíbe esto pero permite aquello o el islam predica esto y aquello. Es una visión que se presta a interpretar literalmente los textos en vez de argumentar: “Están felices desde los púlpitos lanzando fatwas en los terrenos y temas más absurdos, pero enfurecen si se les cuestiona”.

El estudioso, así, se convierte en predicador. Ignora la filosofía, la teología y la racionalidad. El Corán tiene todas las respuestas.

Este fue, probablemente, el punto más sensible de Khalidi: “La retórica de Daesh (Isis) es simplemente la forma más virulenta y violenta de esta forma de apropiarse de la autoridad, pero la multiplicación de fatwas lanzadas por los ulemas en países totalitarios es un fenómeno igualmente pernicioso. Lamentablemente, ante la necesidad de reconstrucción, existe una proliferación de institutos y universidades que enseñan los rudimentos básicos de la ley y gradúan rápidamente a los futuros clérigos que tienen un conocimiento muy parcial de las ramas del islam. Esto es particularmente cierto entre religiosos sunitas, aunque dudo que los chiítas estén entrenados de manera más amplia y profunda”.

Esta temática sería fuerte en el contexto de cualquier sociedad, ya no digamos en el moderno (si es que se le puede llamar así) Medio Oriente. Pero lo mejor fue el poderoso argumento de Khalidi sobre la educación, que también se refleja en nuestro mundo Occidental. Dijo que el currículum islámico es tan desolador porque las humanidades, en general, están bajo estado de sitio en la mayoría de las universidades del mundo. Historia, filosofía, literatura. Éstas son disciplinas y departamentos que desesperadamente tratan de sobrevivir al diluvio universal de carreras más orientadas hacia los negocios, la medicina, la ingeniería o las ciencias de la computación. Debemos reconocer que las humanidades son cruciales en la formación del intelecto crítico y escéptico... Cuando degradamos y empobrecemos a las humanidades, podemos confiar en que el fanatismo prosperará.

Ahí lo tienen: Khalidi divide a los pensadores musulmanes entre aquellos que consideran que el Corán es el final del conocimiento y quienes opinan que es sólo el principio del conocimiento.

El Corán debe usarse para cuestionar el mundo, para confrontar sus misterios, sostiene Khalidi. El lenguaje coránico debe tratarse como Matthew Arnold nos aconsejó tratar el lenguaje bíblico: de manera fluida, transitoria y literaria; no de forma rígida, fija y científica. Khalidi quiere un comité de intérpretes, una mesa redonda de Martin Luthers.

En su conferencia dijo mucho, mucho más, sobre esta valiente vena. El eslogan el islam es una religión y un Estado se ha convertido en el favorito de clérigos musulmanes ambiciosos. Ninguna religión conocida por Khalidi, salvo en Irán, ha dejado de distinguir la diferencia entre el César y Dios, y el islam no es la excepción.

Amén por eso.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca