Opinión
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México SA

Concentración moderna

Riqueza y miseria extremas

México = desequilibrio social

C

on la novedad de que una agencia internacional, Moody’s, encontró el mismo hilo negro que anteriormente descubrieron la Cepal, el Banco Mundial, los analistas y académicos mexicanos y foráneos: en México, la concentración del ingreso y la riqueza no es resultado de que los ricos sean más productivos, sino consecuencia de un sistema político integrado por un reducido grupo de privilegiados y la clase política.

De siempre se ha advertido que México permanecerá hundido mientras la balanza económico-social no se equilibre, pero en el reducido circuito del poder no oyen, pero componen a modo, porque han interpretado exactamente lo contrario. Gobierno tras gobierno –especialmente a partir de la modernización del país– es más que notoria la concentración de la riqueza y el ingreso, al igual que el crecimiento de la pobreza y, como dice la canción, la distancia entre los dos es cada día más grande.

Para cualquier nación medianamente respetable sería inaudito que un grupúsculo de empresarios (cuyos integrantes han ido de la mano del presidente en turno) llegara a concentrar 10 o 15 por ciento del producto interno bruto. Pero para bien de esos barones a estas alturas México no es un país medianamente respetable, y no por su gente, sino por el citado circuito.

Advierte Moody’s (La Jornada, Roberto González Amador) que los salarios recibidos por los trabajadores mexicanos son equivalentes a 24 por ciento del producto interno bruto, mientras en un país como Chile esa proporción se amplía a 35 por ciento; alcanza 50 por ciento en Canadá y 55 por ciento en Estados Unidos.

Sólo para dar un marco de referencia sobre el costo que los mexicanos han pagado por la modernización del país, vale recordar que en el comienzo de la década de los ochenta del siglo pasado tal proporción se aproximaba a 50 por ciento. En tres décadas y pico millones y millones de mexicanos fueron despojados para hacer mucho más gruesas las fortunas de un reducido grupo de privilegiados y la clase política.

Suficiente resulta un paseo por los multimillonarios mexicanos marca Forbes para saber dónde quedó la bolita de la modernización. Por ejemplo, en el caso de Carlos Slim (quien en 1991 apareció relacionado por primera vez en la revista especializada), en 25 años su fortuna se incrementó la friolera de 3 mil por ciento (de mil 600 el año citado a 50 mil millones de dólares en 2015), aunque en algún momento de su vida (2015) llegó a acumular 77 mil millones de billetes verdes, es decir, 4 mil 800 por ciento más que un cuarto de siglo atrás.

Personajes que no eran conocidos más allá de su casa, como Roberto Hernández Ramírez y Alfredo Harp Helú, de la nada se convirtieron en cabezas visibles de grandes bancos (Banamex, en su caso) y de la nada –también, aunque con el sello CSG grabado en la piel– aparecieron entre los multimillonarios.

Germán Larrea y Alberto Bailleres heredaron las fortunas de sus padres, las cuales, si bien no eran cualquier cosa, nada tienen que ver con lo que han acumulado a raíz de la cesión de bienes del Estado por cortesía de gobiernos amigos. ¿Qué sería de Grupo México sin el obsequio salinista de Cananea, más las miles y miles de hectáreas en concesiones mineras otorgadas en las últimas tres décadas? Probablemente tendría dinero para apostar en el Hipódromo de las Américas y especular con caballos de pura sangre, pero no más. Y el de la Belisario Domínguez sería totalmente Palacio a secas, pero carecería de recursos para cazar osos desde un helicóptero.

La modernización ha tratado muy bien al júnior Germán. En 1994, su padre (Jorge El Azote Larrea Ortega) ocupó el escalón número 18 entre los 24 multimillonarios mexicanos marca Forbes de entonces, con una fortuna estimada en mil 100 millones de dólares, gracias a la entrega de Cananea. El hijo, utilizando los contactos del padre, multiplicó por 15 esos dineros hasta ocupar la segunda posición nacional, sólo por debajo de Slim.

Lo mismo con otros integrantes del reducido grupo de privilegiados y la clase política. La hija de Pablo Aramburuzabala Ocaranza, María Asunción, creció la fortuna familiar de mil 600 millones en 1994 a más de 6 mil millones en 2015; Alberto Bailleres la incrementó de mil 900 a 13 mil millones, y Ricardo Salinas Pliego de mil 200 a cerca de 9 mil millones de billetes verdes. Y allí están el hijo de El Tigre Azcárraga, la viuda de Eugenio Garza Lagüera, los herederos del profesor Hank González, y de nueva cuenta el destroyer Antonio del Valle Ruiz (no sólo reventó el complejo petroquímico Pajaritos, sino los bancos Bancreser y Bital, entre otros).

Ciento cincuenta mil millones de dólares (cerca de 15 por ciento del PIB) en unas poquitas manos, todas ligadas al poder político. He allí la síntesis de la modernización del país, la misma que en el otro extremo mantiene en la pobreza a más de 50 por ciento de la población.

Pero Moody’s apenas descubre que el problema detrás de la forma en que se distribuye el ingreso en México no es la existencia de una clase capitalista, sino la existencia de privilegios y la ausencia en la forma en que el gobierno asigna los contratos a grupos privados, que son los factores que aceleran la acumulación de riqueza en pocas manos y dejan fuera al resto.

Una década atrás, el Banco Mundial y el PNUD también descubrieron el hilo negro: “el poder de los grandes grupos empresariales y de los sindicatos corporativos del antiguo régimen del PRI se consolidó en el gobierno del presidente Vicente Fox, al punto de convertirse en uno de los mayores generadores de desigualdad y freno al crecimiento. Veinte personas consolidaron su poder económico (en el cambio foxista): en 2006 su riqueza se elevó a poco más de 6 por ciento del PIB”. Y diez años después a cerca de 15 por ciento.

En cambio, los mexicanos lo saben y lo sufren de siempre, porque son ellos a quienes permanentemente exprimen. Se supone que por lo mismo se hizo una Revolución, y ya ven.

Las rebanadas del pastel

A los barones, ni con el pétalo de una rosa, pero contra la mexicanada todo vale, a todas horas y de todos los tamaños: dice el carismático presidente de la Consar, Carlos Ramírez Fuentes, que como país debemos prepararnos para enfrentar este tsunami gris que se avecina (la multiplicación de las personas mayores a 65 años), de tal suerte que se evaluarán (léase modificarán) dos elementos: a) la edad de jubilación, porque a los 60 años se es muy joven y es una edad muy temprana, y b) si se elevan los montos de aportaciones de los trabajadores, ya que están a la mitad de lo deseable. Aunque Mikel Arriola ya dijo que no habrá cambios, en las cañerías insisten.

Twitter: @cafe-vega