Opinión
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Nosotros ya no somos los mismos

Con don Primo, de la trova a la redova

Ese viejo compañero de la facultad

Soberón: datos, fechas... fantasías

H

acía lustros, sexenios, décadas, que no recibía (como no fuera de los despachos de abogánsters que compran las carteras vencidas de los bancos y se dedican a extorsionar a quien se deja) una comunicación enviada por medio del Servicio Postal Mexicano. Un sobre con un fleco de colores y una leyenda: entrega inmediata. Por supuesto, las estampillas requeridas. Éstas las guardé, porque de seguro serán valiosísimas para cualquier coleccionista dentro de unos meses. El remitente (también marcado en el sobre) era un muy viejo compañero de la facultad. Me enviaba un recorte de la revista Proceso, referente a la carta de un lector que se inconformaba con la crónica sobre el libro del doctor Guillermo Soberón, El médico, el rector. Estaba firmada por Primo F. Reyes. –¿Te acuerdas de Primo? –me preguntaba mi amigo. –¿No piensas que sus afirmaciones, datos y fechas son absolutamente inexactos y fantasiosos? Contesté: 1. Recuerdo a Primo. 2. Pienso que alucinó.

El cambio de ciudad Mérida a Ciudad Victoria, o sea de la trova a la redova, le afectó severamente su sentido de orientación espacio-temporal y, aunque en su carta la buena voluntad es evidente, no se le quita lo fantasioso y protagónico. Recuerdo que en la Escuela de Jurisprudencia, a un grupo de emocionados novatos que salíamos de una clase de sociología, impartida brillantemente como todas las suyas, por el maestro Leopoldo Baeza y Acevez, nos abordó un joven tan simpático como parlanchín que se presentó: soy Primo Reyes, candidato a delegado de la facultad a Federación Estudiantil. Su fisonomía proclamaba, sin lugar a dudas, que era originario de alguna entidad del sureste del país, pero cuando comenzó a hablar nos quedó claro: Primo era yucateco.

En aquellos años del Señor, la UNAM era, por necesidad, verdaderamente nacional. La mayoría de los estados care-cían de instituciones de educación profesional y, de Sonora a Yucatán (como los sombreros Tardán), llegaban miles de jóvenes de colores, estaturas, costumbres, gustos diferentes pero también, de semejanzas maravillosas (que diría Ricardo Palmerín, otro inolvidable yucateco): antes que nada, de una gana de entender, de aprender y aprehenderlo todo, de encontrar respuestas y concebir nuevas interrogantes. Y, por supuesto, de un denodado afán de superación personal y de capilaridad social. Así recuerdo el primo encuentro con don Primo. Me satisface saber que está vivo, pero deploro un notorio deterioro en sus facultades hipertimésicas: juzguen ustedes este párrafo de la comunicación que dirigió a Proceso: Al doctor Soberón lo nombraron rector por sugerencia del ingeniero Rubén Figueroa, a raíz de que unas tías de Soberón y de Figueroa fueron cristeras y se pensaba que si yo estaba presente siendo amigo de Castro Bustos, la masa universitaria estaría tranquila. Estas afirmaciones son tan absurdas y ridículas que, de no haber sido publicadas en un medio como Proceso, de reconocida credibilidad, y aunque la revista no tenga la menor responsabilidad en las opiniones de sus lectores, no valdría la pena su registro.

Nada más que por un prurito de clarificación, intentemos descifrar la redacción de don Primo: ¿las tías eran compartidas entre Figueroa y Soberón, o cada uno de ellos aportaba su cuota de tías? La cristiada terminó allá por 1929, Soberón fue electo rector en 1973. Si estas santas y devotas mujeres tenían unos 30 años cuando elaboraban los “detente bala, el corazón de Jesús está conmigo (especie de escapularios que los curas repartían entre los ingenuos campesinos del Bajío, a quienes convencían de que con ellos en el pecho podían enfrentarse a los pelones del Ejército federal, más seguros que con un chaleco antibalas), ¿cuántos años tendrían al momento que decidieron convertir al doctor Soberón en rector? No deja de asombrar el activismo de estas militantes del Inapam, para cooptar a cuando menos 10 de los ilustrísimos integrantes de la Junta de Gobierno de la UNAM.

Esta cuestión cronológica no cuestiona la muy sabida inclinación de algunos políticos: gobernadores, secretarios de Estado, procuradores, legisladores, a meter su cola en los asuntos universitarios. Rubén Figueroa, igual que Leopoldo Sánchez Celis, Román Lugo, López Arias o Humberto Romero fueron claro ejemplo: entre más truhanes, ágrafos, patibularios, mayor su vocación de ingresar a la universidad sin haberse tomado la molestia de cursar la educación secundaria. Lo que pasa es que no imagino a Figueroa recurriendo a los buenos oficios de estas piadosas octogenarias, cuando su costumbre era formular las sugerencias que Primo menciona con unas sonoras K-47.

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Guillermo Soberón, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México de 1973 a 1981Foto María Meléndrez Parada

El párrafo de Primo que cito antes y en el que balconea a las abuelitas lo termina con una verdadera incoherencia: “y se pensaba (¿por quién?) que si yo estaba presente (¿en dónde?), siendo amigo de Castro Bustos, la masa universitaria estaría tranquila…..”

Dado que en 1958, Primo, según dicho andaba con su brazo derecho, Castro Bustos, dirigiendo a la grey estudiantil, una sencilla operación aritmética nos deja ver que 15 años después, en 1973, durante la elección del doctor Soberón, continuaban en la universidad compartiendo esa utilísima extremidad superior. Los halagos de Primo a Castro Bustos se prolongan, pero también sus inconsecuencias y barbaridades, ejemplo: “Miguel Castro Bustos fue un universitario talentoso y miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM…”

Esta afirmación no puede ser sino supina ignorancia o rotunda estupidez, pues resulta increíble que se trate de una información transmitida con el deliberado propósito de engañar. ¿Quién podría creer que un muchacho profundamente dañado de sus facultades mentales, hubiera podido ser alguna vez miembro de este órgano colegiado de gobierno? Es demasiado hacerle al primo de parte de Primo escribir esa aberración, cuando algunos de los requisitos para ser miembro de la JG, son: poseer un grado académico superior al de bachiller. Castro Bustos no aprobó ni siquiera el primer año de facultad y dudo que haya cursado completa tan sólo una materia.

Fue además expulsado de la institución y cancelada su inscripción por los órganos correspondientes. Finalmente una condición imposible de cubrir por parte del brazo derecho de Primo: Haberse distinguido en su especialidad, prestar o haber prestado servicios docentes o de investigación en la universidad o demostrado en otra forma interés en los asuntos universitarios y gozar de estimación general como persona honorable y prudente.

Cualquier comentario resulta tan inútil como un engomado doble cero en la semana que hoy se inicia. Y ya encarrerado don Primo todavía agrega que CB llegó a la JG tras derrotar a un profesor del grupo de Lombardo Toledano. Claro que de nueva cuenta las fechas no concuerdan, pues si bien no se precisa en qué periodo CB ocupó tan honroso sitial, es necesario aclarar que aunque el maestro Lombardo fue secretario de la Facultad de Jurisprudencia, dos veces director de la Escuela Nacional Preparatoria, fundador de la preparatoria nocturna y director de la Escuela de Artes Plásticas, esto sucedió en los años 1919, 1922, 1923 y 1930 del pasado siglo. Don Vicente murió en 1968.

Quiero adelantarme a la inevitable pregunta de un amigo que, juro, me lee todos los lunes a las 6 de la madrugada para zarandearme a las 8 horas (cuando bien me va). De veras, Ortiz, ¿qué no tienes sentido de las proporciones? ¿A quién se le ocurre dedicarle toda una columneta a un sujeto que tú mismo reconoces era proclive al maniquiur y a su publicista, que no dice la verdad ni cuando se equivoca?

Tengo algunas respuestas que de alguna manera se entrelazan y que, según yo, explican este exceso. Ojalá a ustedes les parezcan suficientes. Por ahora sólo digo: un día como hoy, 25 de abril, pero hace tres años, el entrañable Fito Sánchez Rebolledo escribió su columna: UNAM, ¿Quién se beneficia?, y el imprescindible Rodríguez Araujo la titulada: “La toma de la rectoría.” Con ellas pretendo justificar este alegato. Ustedes dirán si es que estoy justificadamente alarmado, o simplemente paranoico.

Twitter: @ortiztejeda