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Riqueza y destrucción en la Perla del Desierto
 
Periódico La Jornada
Martes 29 de marzo de 2016, p. 5

Damasco.

Inscrita por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), Palmira figura en la lista del patrimonio mundial de la humanidad.

Antes del inicio del conflicto en Siria en 2011, más de 150 mil turistas visitaban cada año este oasis del desierto situado 210 kilómetros al noreste de Damasco, que alberga mil columnas, numerosas estatuas y una magnífica necrópolis de 500 tumbas.

Mencionada por primera vez en los archivos de Mari, en el segundo milenio aC, según la Unesco Palmira era un oasis para las caravanas entre el Golfo y el Mediterráneo y una etapa en la ruta de la seda.

La conquista romana, a partir del siglo I aC, y durante cuatro siglos, dio impulso formidable a Palmira (ciudad de las palmeras), cuyo nombre oficial en Siria es Tadmor (ciudad de los dátiles).

Pasó a ser un punto de lujo y exuberancia en pleno desierto gracias al comercio de especias y perfumes, de la seda y el marfil de oriente, de estatuas y al trabajo del cristal fenicio.

En el año 129, el emperador romano Adriano hizo de ella una ciudad libre y le dio el nombre de Adriana Palmira. En esa época se construyeron los principales templos, como Bel, o el Ágora, al tiempo que Baalshamin se embellecía y ampliaba.

La trinidad compuesta por la divinidad babilónica Bel, equivalente de Zeus, Yarhibol (el Sol) y Aglibol (la Luna) se veneraba allí antes de la llegada del cristianismo en el siglo II. En el siglo III, aprovechando las dificultades que vivía el imperio romano, la ciudad se erige en reino. Desafía a los persas y la bella Zenobia se proclama reina.

En 270, Zenobia conquista toda Siria, parte de Egipto e incluso llega a Asia menor. Pero el emperador romano Aureliano retoma la ciudad, la reina Zenobia es conducida a Roma y la ciudad declina.

Durante el régimen de Hafez el Assad (1971-2000), padre del actual presidente Bashar el Assad, la prisión de Palmira se volvió tristemente célebre porque en ella murieron cientos de detenidos ejecutados o torturados.

Desde la toma de Palmira, el grupo hizo estallar la prisión. La oposición siria en el exilio, hostil al régimen y al Estado Islámico, lamenta la destrucción de este símbolo del terror de Assad.

El 18 de agosto de 2015 el EI, que se había apoderado tres meses antes de la totalidad de Palmira, decapitó al hombre que dirigió durante medio siglo el servicio de Antigüedades de la célebre ciudad, Jaled el Asaad, de 82 años.

Menos de una semana después, el EI, que considera idolatría las estatuas en formas humanas o animales, dinamitó dos de los más bellos templos de Palmira, Bel y Baalshamin. En septiembre de ese año destruyó varias torres funerarias de la ciudadela, antes de reducir a polvo el célebre Arco del Triunfo.