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¿La Fiesta en Paz?

Adiós a José Julián Llaguno, señor del campo bravo mexicano

L

uego del éxtasis colectivo de positivistas y villamelones con los caballitos y las ponzadas –punzada de falsa estética– en la última corrida de la temporada como grande 2015-16 en la Plaza México con todo y bravuras virtuales, histrionismo, premiaciones de carnavales, suertes a larga distancia y salida a hombros de los dos solos hacia la gloria de la intrascendencia, mientras algunos comprobábamos que si España nos trajo la fiesta a España le devolvemos lo que de ella va quedando con todo y sus máximas figuras, mejor recordar a un escrupuloso criador de reses bravas, referente de una ideología ganadera a punto de desaparecer en nuestro país, como tantas otras cosas.

Varias ocasiones pude platicar con don José Julián Llaguno Ibargüengoitia –Ciudad de México, 1925-2016–, fallecido el pasado viernes luego de dedicar su fructífera existencia a preservar la bravura con edad y trapío de los toros de su casa ganadera, no apta para exquisitos sino para toreros muy toreros, tan encastados como poderosos, como por ejemplo Joselito Huerta, Mariano Ramos o Juan Luis Silis, quien luego de haber estado al borde de la muerte por la cornada que en octubre de 2013 en la plaza de Pachuca le infiriera el toro Peletero, precisamente del hierro de José Julián Llaguno, el año pasado en esa misma plaza les diera tremendo baño al Pana y a Juan José Padilla al torear soberbiamente a otro toro de… ¡José Julián Llaguno!, que los Ponces y los Julis aquí sólo aceptan de la Mora y Teofilitos.

Usted está fuera de cacho, me decía cierta vez don José Julián, cuando fungió como presidente de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, porque más que hablar de crisis debemos reconocer que la fiesta tiene altas y bajas, etapas distintas que ha vivido el toreo desde sus inicios. Hoy se dan mucho más festejos y la gente no deja de estar metida en esto. La bravura no se ha quedado en ningún lado, la tienen los toros en proporciones distintas. Hay años en que las camadas salen mejor y en otros menos buenas, pero ahora al toro se le exige mucho recorrido. Yo veo que los toros son bravos o no, que salen buenos o no, pero en todo el mundo, porque la bravura no se hace en troquel y nunca ha habido sólo toros de bandera, es más, estos suelen ser verdadera excepción.

“Mire –explicaba generoso y conciliador–, el toro puede ser bravo con estilo o manso con estilo, bravo difícil o manso imposible, y la característica del toro de lidia mexicano, sea bravo o manso, ha sido su docilidad y su temple al embestir, el toro bravo es extraordinario e incluso al toro manso se le puede hacer faena, pero va a depender de la capacidad del torero.

“En plazas serias –abundaba don José Julián con el temperamento que imprimía a sus reses– se sigue exigiendo el toro con cuatro años cumplidos no sólo como mera costumbre, sino porque es cuando el toro tiene la plenitud de la edad y la madurez de sus facultades, que pueden ser excelentes, buenas, regulares o malas, pues una cosa es la edad y otra la casta y aquella no determina esta. A mí siempre me ha gustado el toro bien presentado, con edad y trapío, para que la fiesta siga teniendo seriedad. Desde luego puede haber toros de tres años con trapío, así como hay muchachotes crecidos, pero el comportamiento nunca va a ser el mismo entre un adulto y un joven…” Con un abrazo al ganadero José Miguel Llaguno Gurza y la continuidad de ese gran ejemplo.