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A quién le importa el futuro: bitácora de un observador global
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uapo, con bedroom eyes, Juan Ramón de la Fuente parte plaza en el momento en que entra a un espacio público. Su inteligencia también parte plaza. Hijo de una pareja excepcional –el doctor Ramón de la Fuente y Beatriz Ramírez de la Fuente, miembros de El Colegio Nacional– fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) de 1999 a 2007 en una época clave, ya que la UNAM se mantenía en huelga hacía dos años y todo el país estaba a punto de la desesperación.

Lo conocí hace casi 50 años, cuando sus pacientes femeninas se perdían por sus ojos a medio abrir o a punto de la entrega, en el pabellón siquiátrico del Hospital Español. Era el médico de Eugenia Souza, mujer bellísima y conmovedora que parecía no tocar la tierra. Su hermano, Antonio Souza, también excepcional, fue poeta además de descubridor de Francisco Toledo, entre otros, a quien expuso en su galería.

Juan Villoro define al libro de De la Fuente A quién le importa el futuro, publicado por Planeta, como la bitácora de viaje de un observador global, para luego asegurar que el observador actúa como nuestro enviado especial a coloquios, simposia, cumbres y foros internacionales y –como un Hermes moderno– regresa a instruirnos. En esas páginas, que tan bien ha sabido presentar Juan Villoro, el ex rector de la UNAM parte de una fecha crucial como el centenario de la Revolución Mexicana para replantear los aciertos y las carencias de nuestra sociedad. Convencido de que muchos de los proyectos de la Revolución sólo fueron enunciados: unos no se cumplieron y otros se olvidaron, el resultado hoy es el que todos padecemos: la enorme desigualdad social y un supuesto desarrollo nada equitativo.

De la Fuente convierte a nuestra modernidad en una democracia vulnerable y en un Estado reconocido ante todo por sus debilidades, ya que sus fortalezas se han esfumado, al menos la de sus funcionarios, para acabar pronto, asaltantes de camino real. Muchos más atractivos son Los bandidos de Río Frío, que nos pintó Manuel Payno.

Si bien la especialidad de Juan Ramón de la Fuente es la siquiatría, su conocimiento de economía y sociología saltan a la vista: las estadísticas que presenta sobre nuestro país son alarmantes: entre 142 países enlistados en 2015, México aparece en el lugar 76 en cuanto a innovación, en el 61 en lo que respecta a tecnologías modernas, en el 73 en infraestructura y la peor cifra es la de nuestra calidad educativa, que nos ubica en el lugar 107. Y si de calidad educativa hablamos, debemos reconocer que el autor es un experto en el tema, porque, como afirma Villoro: en 1999 De la Fuente recibió un campus universitario sitiado y ocho años después entregó una ciudad del conocimiento.

En su libro A quién le importa el futuro nuestro atraso educativo ocupa un lugar privilegiado y tampoco en esa materia nos favorecen los números: “Hay 5.4 millones de analfabetas, 10 millones de personas que no terminaron la primaria, otros 16 millones no pudieron terminar la secundaria (…). Cuarenta por ciento de la población adulta no ha concluido la educación básica. Visto de otra manera podemos decir que de cada 100 niños que inician la primaria sólo 13 terminan la educación superior y únicamente dos concluyen un posgrado”. Gran parte de ese atraso se debe a la deserción, que tiene su raíz en nuestra fallida economía. ¿Cómo puede concentrarse un niño con el estómago vacío? Peor aún, ¿cómo puede ir a la escuela, si sus padres lo necesitan para limpiar parabrisas en un semáforo?

La baja inversión del gobierno de México en la educación resulta catastrófica. Mientras México invierte 6.5 por ciento en educación, Costa Rica llega a 10.5 por ciento y ni hablar de nuestros vecinos del norte, que superan 16 por ciento. De la Fuente también afirma que de nada sirve una educación para todos si no es de calidad. Enseñar a leer, a escribir y a contar a un niño sin recursos es la obligación moral de cualquier Estado, pero en México hace muchos años que se perdieron los propósitos educativos de Vasconcelos y luego de Jaime Torres Bodet.

De la Fuente analiza la triada sociedad-Estado-mercado (misma que necesita urgentemente un equilibrio) en un capítulo clave. O Iberoamérica se renueva o está condenada a morir. Cuestiona al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que sostiene que las políticas de inclusión son políticas de inversión: ¿Cómo vamos a crecer si invertimos poco en lo que más puede impactar en nuestra productividad, que es sin duda la inversión en la educación?, y pregunta: ¿Puede haber desarrollo cuando sólo 6 por ciento de nuestras poblaciones indias acceden a la educación superior?

Para atacar la inseguridad no sólo en México, sino en Latinoamérica, De la Fuente pone su esperanza en una sociedad civil cuya conciencia individual y colectiva aún no existe, pero rechaza la justicia en propia mano y el vigilantismo de los grupos de autodefensa, ya que, según él, sólo han generado mayor violencia.

Los temas de Las disyuntivas de México, recogidos en el capítulo, nos son tan familiares que una vez más agradecemos la lucidez de De la Fuente. Abre la discusión en torno al consenso –que tanta falta nos hace–, la delgada línea que, según él, separa a la actual izquierda de la derecha, la transparencia perdida, la seguridad social, tan deficiente y mezquina en México, porque millones de personas entrarán en la última etapa de su vida sin contar con una jubilación digna. En este aspecto, la jubilación universal que disfrutan las personas de la tercera edad en Argentina es admirable, porque no sólo reciben el equivalente a 6 mil pesos mexicanos cada mes, sino seguro médico, medicamentos, tarjeta especial para créditos, viajes de esparcimiento y una despensa mensual.

Entre las Asignaturas pendientes, el ex rector sitúa en primer lugar al gran negocio del narcotráfico: Al estar prohibida la droga adquiere en el mercado un valor mucho mayor de lo que cuesta producirla, transportarla y distribuirla. Para romper el ciclo consumo-delincuencia-violencia es indispensable “proteger la salud, tomar decisiones sustentadas en la evidencia científica y respetar los derechos humanos, aunque parezca utópico. Lo que sí ha resultado utópico es tratar de ganarle la ‘guerra’ a las drogas”. Despenalizar el consumo de mariguana es sólo una solución parcial al gigantesco problema de las adicciones. De la Fuente lamenta la ignorancia en nuestro país en el uso de la morfina, uno de los derivados de los opioides y el mejor tratamiento contra el dolor. La falta de información o el prejuicio médico lleva a los enfermos terminales a morir con dolor, lo cual, según él, debería evitarse.

Otra de las grandes fallas que nos aquejan es el atraso de la ciencia. Si México quiere ser parte del futuro necesitamos científicos que permanezcan en el país en instituciones que los apoyen.

Juan Ramón ofrece una lista de figuras que han apostado a otro México: Salvador Nava, Javier Barros Sierra, Jorge Carpizo, Carlos Fuentes, Guillermo Tovar de Teresa, Rubén Bonifaz Nuño, Juan Gelman, Heberto Castillo, Julio Scherer García y otros.

En México es común vivir en el día a día. De ahí la pregunta que el médico y rector dispara a nuestra conciencia en su libro A quién le importa el futuro, y que respondemos al unísono: mientras existan intelectuales de la talla de Juan Ramón de la Fuente, México no será un país de poderosos mediocres.