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Dirigentes del grupo dan toques finales al proceso de negociación

Las FARC imparten ya entre los guerrilleros la pedagogía de paz
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En la selva colombiana, integrantes de las FARC reciben información sobre el proceso de pazFoto Afp
 
Periódico La Jornada
Domingo 28 de febrero de 2016, p. 19

Selvas de Colombia.

El sol de la selva colombiana aplasta su cabeza, pero Tomás no se distrae. Con su computadora portátil abierta, habla fluidamente sobre el futuro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) cuando los guerrilleros dejen de tener armas como él, que todavía llevan uniforme, fusil y machete.

Tomás tiene 37 años, 14 de los cuales ha militado en la organización comunista, que ahora está negociando con el gobierno la paz para terminar con un conflicto de más de medio siglo y que ha dejado millones de víctimas.

La misión que recibió de sus comandantes no es fácil, según admite.

De barba bien dibujada, Tomás debe explicar a guerrilleros lo que está en juego. La mayoría son más jóvenes que él. Anduvo con ellos horas antes, por la madrugada, entre riachuelos y senderos de montaña.

¿Cómo nos desarraigamos del arma que hemos tenido durante tantos años?, se pregunta este instructor de las FARC en una entrevista con Afp, en un campamento rebelde, en el noroeste de Colombia.

Mientras sus jefes, a miles de kilómetros de allí, dan los toques finales al proceso de negociación, Tomás se encarga de impartir pedagogía de paz, o lo que es lo mismo, persuadir a jóvenes y viejos guerrilleros de que deberán dejar las armas para hacer política.

La experiencia se repite en los campamentos clandestinos que tiene esta guerrilla de 7 mil combatientes en varios puntos del país.

Los alumnos son los mismos hombres y mujeres que por años recibieron clases de guerra, también en la selva, para conquistar el poder en Colombia, propósito al que la organización de origen campesino renunció después de un largo y feroz enfrentamiento con el Estado.

Hay unos que lo ven con expectativa, quizá con alegría y optimismo. Hay otros que lo vemos con sigilo, con un poco de reserva y, sobre todo, con el temor de no dar un paso en falso, señala.

Apartado de la tropa, Tomás, formado en zootecnia, prepara las clases en su computadora personal.

A su espalda, un jefe bigotudo de boina verde ordena a los guerrilleros romper filas y sentarse, uno al lado del otro, en los tablones de madera que ellos cortaron y armaron, como si se tratara de un auditorio rústico.

Siempre con el fusil a un lado o una pistola en el arnés, los más jóvenes se esfuerzan por seguir la exposición de Tomás entre simulados cabeceos y bostezos. Los más veteranos, atentos, toman apuntes en sus libretas e intervienen cada tanto con preguntas que comienzan con un disculpe, camarada, pero...

El problema, compañeros, es por la tierra y se debe democratizar el acceso a la tierra, indica Tomás al aludir a uno de los convenios de La Habana, que trata sobre el problema agrario.

Las FARC y el gobierno se han puesto de acuerdo en otros asuntos relacionados con narcotráfico –combustible del conflicto–, participación en política de los rebeldes y reparación de daños a víctimas. Quedan por definir el desarme de la agrupación y el mecanismo de refrendación de los convenios.

Entre los alumnos de Tomás hay mujeres jóvenes y muchachos que apenas salieron de la adolescencia. Pero entre el grupo sobresale Cornelio, de 55 años, con 33 de ellos en la guerrilla.

Sentado junto a compañeros que bien podrían ser sus nietos, Cornelio lanza una salva de interrogantes durante la clase.

Si existen preocupaciones es bueno aclararlas, se justifica este curtido rebelde con Afp, al final de la clase.

A nosotros nos hablan de dejar las armas, de convertirnos en partido político. Entonces, la pregunta que nos hacemos es: ¿qué va a pasar cuando tengamos las armas guardadas y comience la delincuencia a hacer de las suyas?.

Históricamente las FARC atribuyen su existencia a la persecución de los campesinos por el Estado o a su ausencia en amplias zonas de Colombia, donde esa guerrilla se erigió como única ley.

Fuera de sus regiones de influencia, esta agrupación es vista por sus críticos como la mayor responsable de la violencia en el campo.