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Vox Libris
Algunas incomodidades artísticas
Periódico La Jornada
Domingo 28 de febrero de 2016, p. a16

Existe cierta tensión curiosa por saber qué pensaba y escribía un autor sobre los temas que le eran afines en sus años de actividad literaria. No es que estén obligados a hacerlo, pero como individuos inmersos en una colectividad, es inimaginable que no tuvieran algunas críticas u observaciones.

El vocabulario técnico de George Orwell (1903-1950) en esta recopilación de sus trabajos sueltos, que abarcan casi 11 años, no es equiparable al de un inquisidor. Tiene más de fabulador irónico, al que antepone su imaginación para alimentar el morbo.

Va un ejemplo. Hay cuatro motivos para escribir: egoísmo puro y duro, entusiasmo estético, impulso histórico y propósito político. Éstos, asegura, deben estar en guerra unos con otros y deben fluctuar de una persona a otra. Además de que todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos.

Y advierte que el material narrativo del escritor vendrá determinado por la época en que le ha tocado vivir, aunque antes de que haya empezado a escribir, habrá adquirido una actitud emocional de la cual nunca podrá librarse por completo.

No es un verdugo, tan sólo interpela el quehacer narrativo. Sus escritos en esta compilación están ordenados de forma cronológica, pero esto no determina nada en cuanto sus progresos en tal o cual técnica literaria. Están agrupados así por mera formalidad.

Nos enteraremos que antes de escribir sus grandes novelas, Rebelión en la granja o 1984, fue una persona que experimentó múltiples aventuras, por llamarles así a lo que nos narra desde interesantes crónicas.

Vivió, por ejemplo, entre vagabundos. Pero no en la forma en como lo viviría alguien que quiere hacer periodismo gonzo, es decir, escribir desde dentro de la escena para después largarse a su rutina social y llevársela muy tranquila. No. Orwell comió, defecó, durmió, bebió, fumó tabaco durante varios años con ellos, y se hizo cómplice de otros.

Va otro ejemplo. El albergue, publicado en 1931. Escrito en primera persona y en tiempo pasado. A las primeras líneas nos sitúa en la escena: Era la última hora de la tarde. Cuarenta y nueve de nosotros, cuarenta y ocho hombres y una mujer, esperábamos echados sobre la hierba a que abriese el albergue. Estábamos demasiado cansados como para hablar gran cosa. Ahí lo tiene, una idea corta y directa.

Ese es el Orwell más entrañable, el que describe con soltura lo que percibe a primera vista, sin complicaciones gramaticales una vez comenzado el texto.

También está recopilado parte de su material político. Es en éstos donde se notan algunas faltas de rigor en su postura. Cuando habla del belicismo es optimista, incluso describe su participación en la Guerra Civil española, aquella disputa entre derecha e izquierda, democracia o dictadura. No se nota un análisis riguroso y concreto. Ennumera las atrocidades, errores y abusos, pero no logra fraguar algo convincente. Creo que es la parte en que menos experiencia se le nota.

En contraste, sus crónicas tienen mayor valor narrativo. Son más cercanas a su estilo literario y aporta más contenido desde esa subjetividad que no logra con los artículos sobre política. Es un narrador que hace bien la sujeción de imágenes intercaladas con los personajes, como en Recuerdos de la guerra de España, es testigo de cómo las balas hieren, los cadáveres apestan y, bajo el fuego enemigo, los hombres a menudo se atemorizan hasta el punto de orinarse encima.

Este libro incluye además ensayos literarios que hizo sobre Shakespeare, Tolstoi, Dickens, Hemingway, Miller y otros.

Título: George Orwell: ensayos

Editorial: Debolsillo

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Páginas: 975

Literatura y revolución sandinista

Esta novela es política, o también la autobiografía de un novelista que hizo política. Porque en ella no hay personajes ficticios, todos los nombres y las situaciones son reales. Si acaso hay algunos tropos que le dan el ritmo narrativo constante, pero todo lo aquí escrito sucedió y se puede verificar.

Tampoco es literatura de izquierda comprometida, a la manera en que le recriminaban a Jean-Paul Sartre por su filiación intelectual. Es, sí, el ímpetu de revolucionarios nicaragüenses que derrocaron a Anastasio Somoza con las armas en 1979.

No hay una estructura cronológica. La voz narrativa de Sergio Ramírez (Masatepe, Masaya, 5 de agosto de 1942) transcurre como en una conversación informal, de un país a otro, del cautiverio a la actividad pública o política, remembranzas de una fecha a otra. Es el transcurrir de la vida revolucionaria, clandestina algunas veces, de él y de otros combatientes como integrantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

El plano narrativo más constante es el de la acción. El problema es que al ser un asunto político, real, histórico, la reflexión teórica de los revolucionarios parece no haberles importado demasiado.

En esta novela se confirma otra vez que la historia de las revoluciones latinoamericanas ha quedado en manos de los teólogos y no de teóricos.

Cuando vieron que todo se derrumbaba, Ramírez apunta con nostalgia que los peores enemigos de una correcta aplicación del socialismo en Nicaragua fuimos nosotros, reacios a escuchar advertencias.

El primer periodo sandinista, de 1979 a 1990, estuvo lleno de conflictos. Era más notorio el impulso práctico del concepto de revolución que la teoría. Por eso no resulta extraño que el azoro del gobierno de transición fuera superado ante la sorpresa de algo que pensaban irreal, una quimera desvistiéndose en plena reunión familiar.

Este libro es el recuento, como escribe Sergio Ramírez con optimismo y nostalgia, de muchos que murieron en la revolución y de otros a quienes los mató el triunfo de ésta.

Es una novela política porque en esta edición el escritor nicaragüense aclara desde el prólogo su distanciamiento del actual Frente Sandinista, que llegó al poder por segunda ocasión tras la victoria electoral de Daniel Ortega en las elecciones de 2006, que lo logró más por ambición de poder, que enfocada hacia un proyecto trascendental, ya sin los principios que motivaron aquel levantamiento armado de 1979.

Aquel en el que veían cumplido el propósito de César Augusto Sandino: acabar con la sumisión a los yanquis, terminar con la explotación, expropiar los bienes de Somoza para que formaran parte del pueblo, recuperar la tierra de los campesinos; los niños serían vacunados, ahora todo el mundo aprendería a leer, donde todos los cuarteles se convertirían en escuelas. Comenzaba, para ellos, una revolución sin fin.

Es este un documento interesante de la vida guerrillera, narrada por un revolucionario que comprendió que los errores incluso están dentro del mismo grupo ideológico de compañeros. No todos anhelan lo mismo ni de la misma manera.

México, durante el sexenio de José López Portillo y por contradictorio que parezca, fue un actor importante en la victoria de los sandinistas. Dio instrucciones a su gabinete para que Nicaragua fuera tratado como un estado más de México.

Título: Adiós muchachos

Autor: Sergio Ramírez

Editorial: Alfaguara

Páginas: 314

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Texto: José Rivera Guadarrama