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Ser fábrica de soluciones
M

uchos retos se superarían si las personas y las organizaciones se sometieran periódicamente a una revisión de sus actos y resultados, si tuvieran la capacidad para mirar hacia atrás con el fin de que las cosas se hicieran mejor. El proceso de revisión o evaluación podría iniciarse a nivel interno por la vía autogestiva y, posteriormente, escuchar la opinión externa, la más calificada posible, y de esta manera diseñar o ajustar los objetivos o metas futuras. No es fácil este esfuerzo, porque significa reconocer errores o carencias, menos aún acceder a que se hagan públicos cuando tienen cierto grado de impopularidad. La opción se inhibe también por el temor de ser aprovechado por los adversarios, y por tanto la vía más cómoda es evitar la crítica.

Una interrogante que convendría plantearnos es el porqué algunas organizaciones dedicadas a la mejora de las condiciones de vida de la población no llegan a conectarse con la comunidad que pretenden representar; el puente que quizá falta está relacionado con la ausencia de mecanismos de participación real y el diseño colectivo para la elaboración de soluciones a los problemas que tienen identificados. Esta conexión es fundamental, especialmente con los jóvenes, cuya mayoría transita hacia un mundo que les cierra toda posibilidad de progreso, por ejemplo, en lo laboral: pocos y malos empleos, salarios de hambre, inestabilidad o inseguridad. Es evidente que existe entre ellos gran desencanto o franco desinterés frente a las organizaciones sociales o políticas, incluyendo los partidos y las ONG. Convendría reflexionar sobre cómo construir estos puentes.

Si hacemos una crítica a una medida gubernamental, no basta que subrayemos sus errores, estamos obligados a plantear soluciones. El diseño de éstas implica permitir que se asuman y respeten decisiones colectivas. Esta energía para ser fuente de soluciones nos obliga a debatir cómo lograr que éstas sean valiosas, populares o sentidas por la gente y al mismo tiempo viables.

No es nada fácil acompañar la crítica con soluciones alternativas. Hagamos referencia, como ejemplo, a dos temas fundamentales para el futuro del país: los cambios en el sistema de seguridad social y la reforma educativa.

Durante mucho tiempo se ha criticado, con razón, la transformación del sistema pensionario del IMSS y del Issste, por transitar de un régimen de solidaridad y fondos comunes, conocido como beneficios definidos, hacia un modelo de cuentas individuales o Afores, identificado como de aportaciones definidas, en el que un pequeño grupo de entidades financieras terminan apoderándose de la administración y buena parte de las ganancias de los fondos propiedad de los trabajadores y trabajadoras. En el IMSS, para pensionarse se exigía como requisito mínimo tan sólo 10 años de cotización y edad de 60 años; en el Issste, 30 años de servicios sin requisito de edad. En algunos contratos colectivos de paraestatales los requisitos eran incluso menores.

El gobierno, para defender el cambio de sistema, alegó que era insostenible el modelo anterior, entre otras razones porque las expectativas de vida habían crecido sensiblemente y porque el costo de la atención médica para las personas de edad avanzada era muy alto. Con estos argumentos impuso una solución equivocada, cuyas críticas hoy se confirman, ya que por la vía de las Afores apenas se obtendrá como pensión una quinta parte del último salario.

La debilidad de la crítica al cambio es que se omitió reconocer que el viejo sistema de seguridad social requería, en efecto, de modificaciones y, sin menoscabo de las advertencias, demostrar que existían otras alternativas mejores a las impuestas. Sin embargo, proponerlas suponía admitir una cuota de razón al gobierno y pagar el precio no muy popular de plantear a los trabajadores que en efecto era necesario trabajar más años para gozar de una pensión, atendiendo al viejo consejo de no tener una pensión sin necesidad, pero tampoco una necesidad sin pensión, cuando menos en el escenario de una economía con recursos escasos.

El segundo tema propuesto para la reflexión se relaciona con la evaluación educativa. Se ha demostrado con creces su carácter esencialmente administrativo y de presión laboral y la ausencia de reglas del llamado debido proceso. Sin embargo, junto con la crítica es necesario demostrar ante la sociedad cuáles son las características del sistema educativo que proponemos. Para romper el argumento gubernamental de que los maestros se niegan a ser evaluados, conviene dejar claro cuáles son los elementos puntuales de la evaluación alternativa. Si no lo hacemos, al igual que en el tema de la seguridad social parecería que estamos defendiendo el pasado, incluyendo los vicios que han existido, derivados de la intromisión de factores ajenos al proceso educativo en aspectos esenciales como el ingreso y la promoción. Pero ello supone pagar el costo de reconocer limitaciones y asumir el esfuerzo para construir soluciones mejores y que éstas sean del dominio público.

Esta autocrítica la deberíamos practicar en todos los campos: en los partidos políticos progresistas, para dar más espacios y empoderar a sus órganos colectivos de decisión a fin de facilitar el debate, que es la fuente para la construcción de soluciones de fondo; en el sindicalismo calificado como independiente, cuando se reproducen los vicios del tradicional o charro o cuando, por no analizar correctamente la correlación de fuerzas, se hace pagar a los trabajadores costos innecesarios, y en las ONG, cuando operan como patrimonios personales.

No es fácil promover la autocrítica y la cultura de propuesta con movilización; quizá haya que escribir otra historia, la relacionada con nuestros errores y fracasos. No para debilitarnos en la búsqueda de cambios favorables para la mayoría de la población, sino a fin de establecer formas de relación social más auténticas y maduras que superen la subordinación y la autocomplacencia. Se trata de influir en la corriente y no sólo de seguirle el paso.

A la memoria de nuestro querido amigo Arturo Mier y Terán