Opinión
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Fernando del Paso y los colores
A

Fernando le tomó más de una década de exilio en Londres terminar su gran obra de madurez: Noticias del imperio. Llegó a París con su novela casi terminada. Sólo faltaban ciertos toques para redondear su delicada creación. Fue tiempo después y durante una cena íntima en su departamento de la Casa de México en Francia cuando Socorro, su esposa, exhibió con orgullo el manuscrito final mecanografiado por ella. La frustrada pareja imperial de Maximiliano y Carlota no parecían los personajes adecuados para dedicarles un esfuerzo creativo de la magnitud acostumbraba por el talento de Fernando. Tocaba ahora a Del Paso redondear la empresa de su vida de escritor: injertar de ánimo y colores esa fantástica envoltura histórica que, ante la mirada atónita del lector, se despliega por oleadas, casi interminables, de imágenes verbales sucesivas. Al presentar a esa pareja de desdichados aristócratas eu­ropeos, trasterrados con todas sus ingenuas y trágicas ambiciones imperiales, Fernando revela la hondura novelada de una visión que, para plasmarla, requiere de toda una catedral literaria única en su genero.

Cuando llegó a París lo precedían sus anteriores novelas: José Trigo y Palinuro de México. Ellas acreditaban con holgura sus capacidades de novedoso cuño creador. En José Trigo quedaron plasmadas las correrías del personaje por un barrio capitalino que se desdobla hasta abarcar una ciudad plagada de contrariedades. Con Palinuro, un frustrado estudiante de medicina da pie para apabullar al lector con una montaña de palabras engarzadas que, de pronto, aparecen como de la nada y siguen, en tropel casi inacabable, hasta llevar al lector a un punto de llanto, gozo o ruptura. Del Paso vierte en sus formidables trabajos continuados arranques de erudito que, sin embargo, quedan sometidos a la magia del artista. Sus publicaciones, separadas por muchos años, le valieron desde el arranque elogiosas críticas, no sólo de los acostumbrados relatores de libros, sino de escritores a su vez consagrados: Juan José Arreola, Vicente Leñero y Juan Rulfo, seguidos de varios más. Ellos no escatimaron ante Del Paso sus reconocimientos como el mejor escritor mexicano. Otros no llegan a tal predilección, pero no dudan en situarlo en un lugar privilegiado de las letras nacionales o continentales.

Fernando no pertenece ni ha pertenecido, por actitud propia, a camarilla alguna o cártel de escritores. Tampoco se ha dedicado a buscar reconocimientos o premios. Los que ha obtenido, tardíos ciertamente, se le han otorgado por propios méritos. El que ahora recibe, el Cervantes español, es el postrero, pero no el último. Faltan, con los años venideros, los que le irán concediendo, como le dijeron al poeta S. Mallarmé, esa clase de lectores solitarios que abundan en cada una de las ciudades y poblados de México. Y los concitará porque Del Paso es un hombre vivo, amoroso y loco, tal y como lo pregona la misma Carlota, allá en su famoso castillo de Bouchot, cuando, ya anciana, se enfunda en la historia misma.

Se requiere de valentía para vestirse como lo hace Fernando. Pocas veces se ven individuos, fuera de la farándula, que se atrevan a enfundarse en tan colorida vestimenta. En su guardarropa predilecto abundan los naranjas chillantes, los bermejos sangrantes, un ocasional saco verde botella de terciopelo, los azules profundos, los rojos que ofenden miradas, aunque sean sesgadas. La curiosidad por conocer el lugar donde adquiere Fernando su vestimenta es extendida. Empezando por los calcetines sin rubor, pasando por sus formales zapatos hasta las corbatas tornasoles forman distintivo sello. No se pueden obviar tampoco las extravagantes corbatas, los delicados pañuelos, los sombreros y boinas que pretenden adecuarse al cambiante tiempo. Lugar especial le merecen a Del Paso los gasnés y bufandas para momentos especiales. Toda esta parafernalia no la usa para llamar la atención, sino para manifestar su alegría de estar vivo y coleando.

Frente al poder Fernando siempre ha sido crítico a la vez que mantiene prudente distancia. Los escritos de ocasión que ha publicado, en La Jornada casi siempre, dan cuenta de su perfil comprometido con su entorno y momento. Es un hombre de izquierda que se muestra orgulloso de serlo al apostar por la prevalencia de la justicia y el bienestar para todos. Es por eso que espera, antes de que la lluvia morada de las jacarandas de todos los marzos se renueve y que Del Paso ama con fruición de jardinero dedicado, ver un México digno y a la medida de sus anhelos, colores, matizado con el esplendor de la inmensa variedad de flores existentes que aquí se dan y que Fernando describe con puntualidad notable.