Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 20 de septiembre de 2015 Num: 1072

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Papeles Privados
José María Espinasa

Habitar la noche
Renzo D’Alessandro

Un día en Ciudad
de México

Héctor Ceballos Garibay

La imagen contra
el olvido: a treinta
años del terremoto

El terremoto de 1985:
“absurda es la materia
que se desploma”

Gustavo Ogarrio

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 
El terremoto de 1985:
“absurda es la materia
que se desploma”
Gustavo Ogarrio

El terremoto de 1985 ya está integrado plenamente a la retórica oficial sobre Ciudad de México, a los lugares comunes que lo evocan como el momento emblemático en que la Sociedad Civil se empoderó mediante la solidaridad y la organización espontánea, pero también como el surgimiento del repudio contra un gobierno de la República ineficiente y soberbio que rechazó inicialmente la ayuda internacional. El entonces presidente de México, Miguel de la Madrid Hurtado, desdeña a la sociedad misma en su capacidad de sobrevivencia con una frase sin entrañas: “Pueden irse a sus casas. Ya los llamaremos si los necesitamos.”

Sin embargo, todavía cierto sustrato de la memoria se mantiene en la remembranza crítica y no cede ante la hiperbólica narrativa que quiere borrar de este hecho su identificación como un momento en el que el Estado mexicano también se derrumba por su incapacidad para solventar la tragedia colectiva. La crónica y el fotoperiodismo son todavía las llaves maestras de acceso a una interpretación crítica del terremoto del '85; cumplen con el objetivo de transmitir a generaciones posteriores la materialidad destrozada de Ciudad de México: edificios caídos, comunes o emblemáticos, rostros de la sobrevivencia pero también del acto colectivo de la solidaridad, memoria narrativa e iconográfica que divulga la intimidad interminable de la catástrofe a través de los relatos individuales, personificados, de los gritos de impotencia ante el arrasamiento de la ciudad, de familias atrapadas en los departamentos, o de cercanos sepultados en vida en las ruinas de las oficinas. Afirma Carlos Monsiváis en un pasaje que privilegia tanto los “sonidos” espeluznantes como el sentido del olfato para atestiguar la magnitud del golpe colectivo: “El sonido de los desplomes, las imágenes de los derrumbes, las poses fantásticas de los edificios al reducirse abruptamente a escombros… El olor es penetrante, distinto, de cierta manera inaugural. Es un olor atribuible a la muerte, a las fugas de gas, a la percepción trastornada, al susto que se esparce en frases...”

La crónica y la fotografía del terremoto como subgéneros testimoniales ya de la catástrofe que registran lo particularmente fatal dentro de la tragedia colectiva; que se resisten al heroísmo fácil, cuasi melodramático, como el que expresa el periodismo televisivo y su narrativa lacrimosa, o como la misma crónica de radio de Jacobo Zabludovsky a pocos minutos de ocurrida la catástrofe, desde su teléfono de coche y cuyo relato es enaltecido por su sentido periodístico de la inmediatez, pero que en su evaluación crítica no puede dejar de comprenderse como un acto periodístico inusual en una figura corporativa de Televisa y adicta al régimen priista.

Entre las lecturas críticas que toman distancia de los efectos de memoria que deja el terremoto del '85, Ignacio Padilla ha señalado que precisamente son insuficientes la fotografía y la crónica “para generar una evocación estética y transformadora de las grandes catástrofes del siglo xx”. Padilla más bien se enfoca en la “desmemoria” que dejan los sismos del '85 en el arte pero también en la conceptualización de una Sociedad Civil que ha sido adulada en su tratamiento oficial, precisamente para inmovilizar y desenfocar su intervención democratizadora a partir del terremoto. ¿Fue el terremoto del '85 el inicio de un olvido contemporáneo sobre la impunidad gubernamental en México y de una idealización de la sociedad mexicana en su capacidad de transformación?

Si hoy esa Sociedad Civil ha cambiado drásticamente de rostro y de perfil ideológico, la democratización que surge del terremoto del '85 se encuentra también en fase terminal: Ciudad de México sigue siendo monstruosa en su extensión y problemáticas, en su densidad demográfica, en su definición como metrópoli en donde la violencia sí se crea, destruye y también se transforma; se agota el poder político y social que inicia su ascenso en 1985, la vertiente urbano-popular que se formaliza en un partido de izquierda, el prd, y que ahora muere de corrupción y de impunidad.

Sin embargo, todavía el terremoto del jueves 19 de septiembre de 1985 es el punto de referencia para identificar las grandes transformaciones de Ciudad de México y del país, la democratización de la sociedad mexicana ante al agotamiento del sistema político postrevolucionario o la insuficiencia de esta transformación: es una huella de dolor que en el recuento crítico encuentra su sentido de futuro. El terremoto del jueves 19, la réplica del viernes 20 en la noche, el golpe descomunal a la capital que se registra en miles de fotografías tanto de autor (Pedro Valtierra, Sergio Toledano, Guillermo Aldana, Fabrizio León, Marco Antonio Cruz, entre muchos otros) como anónimas, los derrumbes materiales y las anécdotas lastimosas, los relatos de la aflicción y del miedo que se reproducen una y otra vez, los miles de muertos que van del recuento oficial que se atrinchera demagógicamente en los 2 o 3 mil, y hasta los rumores de que son en realidad 20 mil, el registro de lugares que caen (cuatrocientos edificios), el descubrimiento de la explotación de miles de costureras que mueren o quedan atrapadas en los talleres clandestinos en San Antonio Abad, el país en vilo porque el terremoto deja a la vista la miseria y la deshumanización de todos los gobiernos; materia orgánica de una memoria que se rehace cada año contra la armonía de una catástrofe aparentemente superada.

Los treinta años del terremoto del '85 se cruzan hoy con la crisis nacional que enfrenta el país. Si el nacionalismo revolucionario del pri naufraga rotundamente ante las consecuencias del terremoto del '85 y se resquebraja su armonía autoritaria como partido de Estado, los macroproyectos que mantienen en vilo a Ciudad de México el día de hoy comienzan a ser factores para una nueva politización de la sociedad cuyo rasgo civil es   profundamente heterogéneo. Las respuestas organizativas de comunidades metropolitanas ante los megaproyectos, como la imposición de un nuevo aeropuerto o el tren de pasajeros Ciudad de México-Toluca, reorganizan el legado político y social del '85.

En la poesía encontramos una evocación artística del terremoto del '85 que cobra sentido figurativo únicamente con la plena aceptación de su condición de catástrofe que, si bien pasa por la negligencia gubernamental, también pertenece a ese fondo oscuro y cíclico en el que el paso del tiempo prefigura también la ruina del presente, como en el poema de José Emilio Pacheco “Las ruinas de México (Elegía del retorno)”: “Absurda es la materia que se desploma,/ la penetrada de vacío, la hueca./ No: la materia no se destruye,/ la forma que le damos se pulveriza,/ nuestras obras se hacen añicos.”