Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El Haití preelectoral y
los derechos humanos
Fabrizio Lorusso y Romina Vinci
entrevista con Evel Fanfan
Dos Poetas
La colección Barnes
Anitzel Díaz
Animalia
Gustavo Ogarrio
Tres instantes
Adolfo Castañón
Adolfo Sánchez
Vázquez a cien años
de su nacimiento
Gabriel Vargas Lozano
El puma y su
presa celeste
Norma Ávila Jiménez
Leer
ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Resurrección
Kriton Athanasoúlis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
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La Jornada Semanal
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Rogelio Guedea
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Twitter: rogelioguedea
Corredora fija
Me miro en el espejo este domingo soleado y me doy cuenta de que traigo un poco de sobrepeso. Subo a la báscula y lo corroboro: cinco kilos de más, en menos de dos semanas. Se me ocurre lo que a todo el mundo se le ocurre en estos casos: comprar una corredora fija. Voy a la tienda de deportes del centro, elijo una buena pero no cara, pago lo correspondiente y a la tarde la tengo ya instalada en casa, entre mi cama y la ventana que da al jardín. Empiezo a correr en la corredora fija desde esa noche y me siento renovado, aun contra el rictus de mi mujer. Pero qué maravilla es una corredora fija, pienso. Me subo a ella cada día, todos los días. En algún momento me olvido que la he comprado para bajar de peso, pues a veces sólo me subo a caminar a un paso lento, como el de aquellos que suben una colina. Otras veces, corro a gran velocidad. Y así. Me gusta la corredora fija, sobre todo porque se parece mucho a mi vida. Por más kilómetros que avanzo nunca voy ni llego a ninguna parte. |