Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El Haití preelectoral y
los derechos humanos
Fabrizio Lorusso y Romina Vinci
entrevista con Evel Fanfan
Dos Poetas
La colección Barnes
Anitzel Díaz
Animalia
Gustavo Ogarrio
Tres instantes
Adolfo Castañón
Adolfo Sánchez
Vázquez a cien años
de su nacimiento
Gabriel Vargas Lozano
El puma y su
presa celeste
Norma Ávila Jiménez
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ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Resurrección
Kriton Athanasoúlis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
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Felipe Garrido
Trabados
Cuando se dio cuenta, Gisela, la esposa de Gilberto, carraspeó un poquito y desvió la mirada, pero luego se aburrió y fue a sentarse en una banquita, a maquinar maldades. Memo, el marido de Meche, puso en manos del acomodador que le llevó el carro una propina excesiva, para que se fuera de allí, pero el otro caminó hacia atrás sin volver la espalda, para no perder detalle, y se juntó con los mirones que había en la salida, que no eran pocos.
–Hacía mucho que no se veían
–dijo una mujer a dos comadres suyas que llegaban, pero eso era mentira, porque la pareja acababa de conocerse–. Ese calvito es el esposo –y señaló con la barbilla a Memo, que le guiñó un ojo.
Pero día a día pasaba el tiempo y cada vez había allí más gente que los veía en su abrazo, y a nadie se le ocurrió nada que pudiera separarlos. Así que Meche y Gilberto, olvidados del tiempo y del mundo, se quedaron abrazados donde se encontraron, a media tarde, a media calle, a media vida. |