Opinión
Ver día anteriorDomingo 30 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Qué tiempos aquellos
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oportamos y sobrevivimos la crisis de la deuda externa que estalló en 1982, así como la irracional austeridad, del todo inequitativa, con que quiso enfrentársele y superarla. Y no sólo eso, sino que, como consignó el propio Banco Mundial allá por 1985, resistimos un castigo mayor en consumo e ingresos que el infligido a Alemania después de la Primera Guerra y no derivamos al fascismo y la dictadura nazi, como le ocurrió a ese pueblo, sino a la democratización del sistema político y a un cambio estructural que alteró modos y modas, costumbres y usos en la economía y buena parte de la sociedad.

Como recordarán los arqueólogos, fue la verticalidad del sistema político de entonces, articulada por el presidencialismo político y económico imperante, el sostén maestro del draconiano ajuste externo y fiscal con el que se quiso pagar la deuda. No se pagó, pero pocos años después, con el llamado Plan Brady, el presidente Carlos Salinas de Gortari y su secretario Pedro Aspe Armella la volvieron manejable.

Nos sobrepusimos a la adversidad y el país no se le fue de entre las manos al presidente Miguel de la Madrid, pero ahí empezó el drama en ruta de tragedia que hoy nos reportan el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) y que el gobierno y los ricos sólo a regañadientes aceptan como una aproximación legítima al estado real de la sociedad, la nación y el Estado.

Después de pasar revista hace algunas semanas a los reportes, encuestas y evaluaciones de los organismos mencionados, bajo el paraguas del proyecto de colaboración entre el Colegio de México y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), llamado los Grandes Problemas, hemos iniciado en el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo (PUED) de la UNAM el examen de lo que según la Ley de Desarrollo Social son las carencias que desembocan en la determinación de la pobreza multidimensional que tiene a su cargo el Coneval. Nuestra primera parada fue el tema de la salud y la seguridad social, para lo que contamos con comunicaciones espléndidas, de alta calidad, de estudiosos reconocidos.

Los resultados del esfuerzo más o menos sostenido en materia de salud no son satisfactorios y remiten al tema de la fragmentación del sistema dedicado a la salud pública, una fragmentación que, como dijo un estudioso, está matando mexicanos.

La vulnerabilidad campea en la sociedad y no sólo en sus capas más pobres; la dependencia del gasto de bolsillo, de la consulta en la farmacia, de la automedicación, se combinan con el cambio epidemiológico que apunta al predominio de las enfermedades crónico-degenerativas. Se trata de una combinatoria funesta que puede desbordarse en auténticas pandemias que nos ponen frente al riesgo de ver reducida nuestra esperanza de vida al nacer, como le ocurrió a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en los años de su implosión y desplome.

En el plano demográfico ya nos topamos con reversiones en materia de salud reproductiva, con el repunte del embarazo adolescente y la consecuente tendencia al empobrecimiento de los niños y sus jóvenes y desamparadas madres. Además, ha asomado su ominoso rostro un nuevo patrón de mortalidad, un tanto escondido hasta hace poco, en el que actúan con fuerza destructiva la violencia, los accidentes mortales de tráfico y el suicidio juvenil.

Los alcances de iniciativas como el Seguro Popular, rodeos para algún día llegar a la salud universal, se ven contrarrestados por la propia fragmentación de los servicios y ahora amenazados por la revisión a la baja del presupuesto. Las fallas geológicas del federalismo salvaje y la descentralización sin centro que sostenga a la primera con normatividad y regulación oportuna y eficaz, amplifican la gravedad del panorama.

No es cuestión de perseverar en la locura de creer que con la misma estrategia vamos a alcanzar resultados distintos y mejores. Eso se llama suicidio y no precisamente juvenil. De lo que se trata es de empezar a cambiar poniendo por delante la salud de los mexicanos y la salud mental de los que pretenden mandarnos.

PS: En un mundo laboral sometido por la precariedad salarial y del empleo, por una distribución abusiva del producto en favor de las utilidades y una debilidad orgánica de los trabajadores como fuerza social y política, no se puede hablar de seguridad social, protección efectiva de las comunidades; mucho menos de participación activa del trabajo en la gesta por la productividad a la que convoca el secretario Videgaray. Vale.